Ya en las páginas de Lo catalanisme, piedra fundacional del ídem aparecida en 1886, Valentí Almirall señaló una tara esencial de sus paisanos: considerar inmejorable todo lo catalán y ser incapaces de advertir sus defectos, lo que demostraba "una vanidad estúpida o una ignorancia deplorable". Y veinte años después, arrepentido de sus opiniones juveniles, acusó a los catalanistas de haber llegado a descubrir que,
como los antiguos griegos, pero sin tener los fundamentos que éstos tenían, han de declarar bárbaros a los no catalanes.
Debió de tener muy presentes Almirall los escritos de uno de los más influyentes ideólogos catalanistas, Pompeyo Gener, sostenedor de la tesis de que la raza castellana es inferior a la catalana:
El problema está entablado entre la España lemosina, aria de origen y por tanto evolutiva, y la España castellana, cuyos elementos presemíticos y semíticos, triunfando sobre los arios, la han paralizado, haciéndola vivir sólo de cosas que ya pasaron (…) Conocemos que somos arios europeos y que como hombres valemos más en el camino del Superhombre. Esto es lo que da el análisis. En Cataluña ser muy hombre quiere decir tener mucho talento, ingenio, voluntad, empresa. En casi todo el resto de España significa ser muy bruto, y del hombre sólo se comprende la humana bestia y aun la cruel bestia africana.
En febrero de 1900 nació Joventut, el semanario catalanista de mayor enjundia intelectual de las primeras décadas del siglo XX. En su primer número, los redactores dejaron claro que su objetivo era recuperar para Cataluña los tiempos edénicos perdidos:
Todos los que formamos parte de la Redacción somos catalanes y amamos a Cataluña como el que más, y como la amamos, quisiéramos que volviese a ser lo que fue en los siglos XII, XIII y XIV, es decir, la primera de las naciones latinas, y a veces la primera de toda Europa (…) Creemos que nuestro pueblo es de una raza superior a la de la mayoría de las que forman España. Sabemos por la ciencia que somos arios; ya por los celtas autóctonos; ya por los griegos, romanos, visigodos, ostrogodos, francos y otros que vinieron por aquí; y por lo tanto queremos ser dignos descendientes de razas tan nobles.
Pero para conseguirlo Cataluña debía desembarazarse de ciertos obstáculos de lengua y carácter:
Ya va quedando demasiado fuera de lugar, en esta época de despertar, eso de que los catalanes, en Cataluña, escriban sus periódicos en castellano, y lo que es peor, que piensan como piensan en el resto de España, que es pensar muy poco y muy atrasado (…) También intentaremos expulsar todo lo que nos trajeron los semitas de más allá del Ebro: costumbres de moros fatalistas, hábitos de pereza, de obediencia ciega, de crueldad, de despilfarro, de inmovilismo, de agitanamiento, de bandería y de suficiencia estúpida.
En 1907, indignado por la política catalanista, el industrial ampurdanés Francisco Jaume, en su El separatismo en Cataluña: crítica del catalanismo según los hechos, confirmaba así el supremacismo catalanista:
Los separatistas se creen personas superiores a los demás. Es claro, no dicen que sean ellos solos los superiores, sino los catalanes, más adelantados que los castellanos, por cuyo motivo hay que separarse o, si no, Cataluña se ve obligada a llevar a remolque a esa masa ignorante de las demás provincias, compuesta de una raza inferior a nosotros, los catalanes.
En 1916, el guipuzcoano José María Salaverría constataría así el fenómeno:
El catalanista considera a España como una ridiculez (…) Es así, por consiguiente, que la tierra mostrenca de España se convierte al llegar a Cataluña en un objeto santo, inviolable (…) Ésta es la gran injusticia del catalanismo. No existe en sus juicios ninguna idea de proporción. Usa unos lentes falaces para mirar los dos patriotismos; ve a España con los cristales minúsculos y a Cataluña con los de aumento. Todo es en España sujeto de crítica y de vejación; todo es en Cataluña tema de reverencia y de santidad. Se toman a sí propios tan en serio, que la menor objeción los deja estupefactos, como ante el infiel que profana el ara.
En 1918 vio la luz el Concepto General de la Ciencia Catalana, libro de Francesc Pujols, humilde creador de la Pantología o Ciencia del Todo. En él desarrolló la idea de la existencia de una corriente filosófica catalana iniciada por Raimundo Lulio y culminada por él mismo. Debido a ello, Pujols consideraba que algún día Cataluña sería reconocida como "reina y maestra del mundo", lo que llevaría al mundo entero a tener a los catalanes por seres excepcionales merecedores de todo tipo de beneficios, incluidos los pecuniarios, que tampoco hay que despreciarlos:
Tal vez no lo veamos, porque estaremos muertos y enterrados, pero es seguro que los que vengan después verán a los reyes de la Tierra arrollidarse ante Cataluña. Y será entonces cuando los lectores de mi libro, si todavía quedan algunos ejemplares, sabrán que tenía razón. Cuando se mire a los catalanes será como si se mirase a la sangre de la verdad; cuando se les dé la mano será como si se tocase la mano de la verdad. Todos sus gastos, vayan donde vayan, les serán pagados por ser catalanes. Serán tan numerosos que la gente no podrá acogerlos como huéspedes en sus viviendas, y les invitarán al hotel, el regalo más valioso que se le puede hacer a un catalán cuando viaja. Al fin y al cabo, y pensándolo bien, más valdrá ser catalán que millonario.
Un siglo después, el fenómeno, lejos de atenuarse, se acentúa sin cesar. Por ejemplo, uno de los dirigentes de la ANC, Víctor Cucurull, suele explicar en sus charlas que la catalana fue la primera de las naciones, ya existente en el siglo VII a. C.; que la antigua Tartessos se hallaba en Tortosa; que Roma no fue nada hasta que entraron en ella los catalanes; que la nación más importante del mundo en el siglo XVI era Cataluña; que san Ignacio no era de Loyola sino de Orihuela; que Cervantes era catalán y escribió el Quijote en lengua catalana; o que las tres carabelas de Colón partieron del pueblo gerundense de Pals.
La aportación de su correligionario Juli Gutiérrez Deulofeu tampoco es moco de pavo. Pues lleva algunos años divulgando la obra de su abuelo Alexandre Deulofeu, camarada del inmortal Francesc Pujols e inventor hace medio siglo de una Matemática de la historia con la que pretendió descifrar infaliblemente el futuro de la Humanidad. Por ejemplo, fijó en 2029 el momento de la independencia de Cataluña. Puigdemont y los suyos han debido de medir mal los tiempos.
Para resumir, Juli Gutiérrez, siguiendo un siglo después la estela de la revista Joventut, considera que los catalanes medievales fueron los inventores de una nueva manera de explicar el mundo, del arte románico, de la filosofía, de la música y de la pintura. Y sostiene como verdad matemáticamente demostrable que las viejas naciones europeas –Gran Bretaña, Francia, España– se desintegrarán liberando a los pequeños pueblos dominados secularmente por ellas. Sólo Alemania pervivirá y se convertirá en el gran imperio europeo del futuro. Y, según Gutiérrez, cuando los futuros dirigentes imperiales alemanes quieran saber quiénes son y de dónde vienen,
se darán cuenta de que Europa es catalana, de que el pensamiento que ha hecho a Europa ha sido todo él catalán. Y de esta manera, en los próximos 1.700 años, que no son pocos, todo el mundo occidental pensará y vivirá de acuerdo con la manera catalana (…) El argumento importante, que abrirá los ojos al mundo, es que Cataluña es la madre de la cultura europea y que el papel que tendrá Cataluña en los próximos 1.700 años será el mismo que han tenido los griegos en los últimos 2.000.
Si a esto le añadimos el adoctrinamiento totalitario en aulas y medios de comunicación, no costará comprender por qué la Cataluña de hoy está a un paso de convertirse en manicomio.