Tan solo necesitaban un par de segundos, un insignificante ladeo de cabeza y un ínfimo movimiento ocular, para decidir quién merecía vivir y quién no. Los médicos de las SS dirigidos por Mengele marcaban el destino de los prisioneros que llegaban a Auschwitz en un proceso de selección y exterminio casi mecanizado para su mayor eficiencia. Los prisioneros bajaban del tren, después de trayectos infrahumanos, y formaban dos hileras, una para los hombres y otra para las mujeres y niños. Si les podían ser útiles para sus propósitos, serían hacinados en barracones, humillados y sometidos a trabajos frozosos; sino, serían asesinados de forma inmediata. "Nos dijimos adiós con la mano y esa fue la última vez que los volví a ver", dijo un superviviente refiriéndose a su mujer y su pequeño, dos de los más de 1.100.000 personas que fueron asesinadas en Auschwitz a manos de los nazis. Era una gran fábrica de matar.
Acercaos ciudadanos libres del mundo, cuya vida está salvaguardada por la moralidad humana y cuya existencia está garantizada mediante la ley. Os quiero contar cómo los modernos criminales y despreciables asesinos han pisoteado la moralidad de la vida y anulado los postulados de la existencia. (Zalman Gradowski, prisionero fallecido en Auschwitz).
Cuando Auschwitz fue liberado, quedaban unas siete mil personas abandonadas a su suerte. Estaban extenuadas, muchos agonizaban, la mayoría falleció en los días consecutivos. Los alemanes huyeron al verse cercados por el ejército soviético, pero antes ordenaron la destrucción de las evidencias de sus atroces crímenes. Quemaron los barracones, hicieron volar los crematorios y se deshicieron de algunos de los cuerpos y de los objetos personales de sus víctimas. La huella, sin embargo, era imborrable. El fuego no pudo consumir el terror y quedaron pruebas irrefutables del exterminio masivo: cientos de gafas, miles de alianzas, uniformes, maletas, zapatos, pijamas de niños, correspondencia... restos materiales de miles de vidas extinguidas por el sinsentido nazi que compartían espacio con los objetos de los verdugos: máscaras de gas, mesas de torturas o látigos con los que "golpear, fustigar, estrangular o matar". Más de 600 de esos objetos originales llegan a Madrid en la exposición itinerante "Auschwitz. No hace mucho. No muy lejos". Es un espacio de 2500 metros cuadrados que ha supuesto la mayor cesión hasta el momento del Museo Estatal de Auschwitz – Birkenau. El rigor de cada pieza de la colección está certificado por un equipo multidisciplinar de expertos.
Tanto horror no cabe en una exposición, pero es una aproximación tan pavorosa como necesaria para conocer uno de los episodios más oscuros de la historia de la humanidad y reflexionar sobre los peligros derivados del odio. La muestra propone un recorrido cronológico por 25 espacios junto a una guía individual y gratuita de 90 minutos. Es la primera exposición itinerante sobre Auschwitz y su objetivo está implícito en su título "No hace mucho. No muy lejos", un grito de advertencia. Después de Madrid, visitará 13 ciudades de Europa y América.
Los campos de concentración nazis comenzaron a construirse en Alemania en 1933. Tras el estallido de la II Guerra Mundial, se instalaron de igual modo en los territorios ocupados. Auschwitz fue el más letal y el de mayor dimensión. Constaba de tres partes principales. El primer trasporte de prisioneros a Auschwitz I tuvo lugar el 14 de junio de 1940. Auschwitz II – Birkenau comenzó a levantarse en 1941. Llegó a superar los 90.000 prisioneros, hacinados en 300 barracones, una estructura de madera que puede verse en la exposición. La mayoría de victimas de Auschwitz fueron asesinados en las cámaras de gas de este complejo.
El gas tardaba entre diez y quince minutos en matarlos. Lo más terrible era el espectáculo insoportable que encontrábamos cuando se abrían las puertas de las cámaras: las de dentro estaban apiñados como basalto, como bloques de piedra. ¡Cómo salían de allí…! Yo tuve que verlo varias veces y aquello era lo más difícil de soportar. A eso no había quien se acostumbrara. ¡Imposible! (Filip Müller, superviviente).
Su capacidad de cremación superaba las cuatro mil personas diarias, aunque en la primavera de 1944 superó la cifra de 10.000 personas diarias. Empujaban a los prisioneros hasta una sala anunciada por un irónico cartel de "ducha" -incluso había alcachofas en el techo por las que no llegó a pasar ni una gota de agua-, se cerraba la puerta y se liberaba el gas contenido en el pesticida Zyklon B. Uno de esos botes de la muerte es parte de la muestra.
Aquellos pobres inocentes estaban apretados unos contra otros, apiñados. Entonces se desataba el pánico cuando se daban cuenta de la suerte que les aguardaba. Las puertas se cerraban y, diez minutos más tarde, se había conseguido la suficiente temperatura para propiciar la condensación de ácido cianhídrico, que era la sustancia con la que iban a morir los condenados. Se oían gritos de terror, pero poco después ya se habían hecho el silencio. Veinte o veinticinco minutos más tarde se abrían las puertas y ventanas para ventilar las cámaras y se arrojaban los cadáveres de una vez a los fosos para incendiarlos. (Andre Lettich, superviviente).
Algunas de esas cenizas se usaron como abono para la tierra.
Auschwitz III – Monowitz, el tercer gran complejo, se concibió como un campo de trabajo forzado al servicio del fabricante de caucho sintético IG Farben.
Contexto
La exposición contextualiza el horror nazi, desde el momento en que Hitler comenzó a ganar popularidad y trata de ejemplificar cómo se fue instaurando el odio a los judíos. Ni los niños se libraban. La exposición conserva un juego de mesa antisemita Juden Raus, que se vendía bajo el calificativo de "muy actual" y "para toda la familia". Cada jugador movía un policía alemán por el tablero con el objetivo de expulsar a los "indeseados". "Si consigues expulsar a seis judíos, serás el vencedor indiscutible", puede leerse en el tablero.
Además, refleja cómo se fue difundiendo la idea de que había quién "no merecían vivir", los que figuraban en el programa Aktion T4, creadopara eliminar sistemáticamente a personas señaladas como enfermas incurables, niños con taras hereditarias o adultos improductivos. El visitante puede ver la foto de la pequeña Ilse Geuzem, de once años. Sufría una enfermedad grave que le provocaba un retraso en el aprendizaje. En diciembre de 1940, sus padres recibieron una misiva por la que la dirección del castillo de Hartheim los informaban de que había sido admitida en ese centro. En enero de 1941, sus padres recibieron una urna con sus cenizas .
La vida en los campos queda reflejada con excepcionales objetos, documentación y material audiovisual inédito, que representan a todos los grupos de víctimas en el campo: judíos, polacos, gitanos, prisioneros de guerra soviéticos y otros tantos colectivos. Hay un vagón original de la compañía nacional alemana de tren, la Deutsche Reichsbahn, del modelo empleado durante la Segunda Guerra Mundial para el traslado hasta los guetos y campos de exterminio; ollas y cubiertos, uniformes de preso o brazaletes. Del mismo modo, algunos objetos muestran el mundo de los verdugos.
Advertencia para el futuro
El director del Museo Estatal de Auschwitz – Birkenau, Piotr M.A. Cywiński, destacó durante la presentación de la exposición, que "Auschwitz no es solo un recuerdo extremadamente doloroso del pasado" sino que "asistimos a un aumento alarmante del antisemitismo, el racismo y la xenofobia". "La historia de Auschwitz lamentablemente está asumiendo un nuevo y significativo papel como advertencia para el futuro. La paz no es definitiva. Por este motivo todos debemos salvaguardar a diario la igualdad de derechos, el respeto, los derechos humanos fundamentales y la democracia. La pasividad y el consentimiento son conceptos casi equivalentes a la causa del mal", añadió.
"La historia es, muchas veces, un grito mudo que surge de lo más profundo de la tierra. Este grito sin voz se convierte en el caso de Auschwitz en una advertencia de hasta dónde pueden llegar las fronteras de la barbarie humana. Ahí radica la necesidad y utilidad de esta exposición para nuestra sociedad", destacó Luis Ferreiro, director del proyecto expositivo.
INFORMACIÓN
Título: Auschwitz. No hace mucho. No muy lejos.
Lugar: Centro de Exposiciones Arte Canal (Paseo de la Castellana nº 214, Madrid)
Fecha: Hasta el 17 de junio de 2018
Horarios: de lunes a domingo de 10:00 a 20:00 h; 24 y 31 de diciembre de 10:00 a 17:00 h; 25 de diciembre y 1 de enero cerrado.
Precio: La tarifa general de acceso será de entre 7 y 12,50 euros, dependiendo del día de la semana, y contempla descuentos para grupos de más de 15 personas, menores de edad, discapacitados, pensionistas, estudiantes, titulares de carnet joven, mayores de 65 años, miembros de familias numerosas o personas en situación de desempleo, entre otros colectivos.