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Pedro Fernández Barbadillo

Adiós a Lenin y a Leningrado

San Petersburgo regresó a los mapas y las calles en septiembre de 1991, hace ahora 26 años. Los rusos votaron para recuperar el topónimo original, cristiano y monárquico.

Guardia de Honor rusa desfilando en el 60 aniversario de la liberación de Leningrado en la Segunda Guerra Mundial | Cordon Press

Las conmociones del siglo XX en Europa pueden estudiarse con los vaivenes de una sola ciudad. En 1900, después de Viena, Budapest y Praga, la cuarta ciudad del Imperio Austro-Húngaro era Lemberg, anexionada en el siglo XVIII y capital de la Galitzia polaca.

A partir de la Gran Guerra la ciudad pasó a control del imperio ruso y fue sede del Gobierno de la República de Ucrania Occidental. Por fin, formó parte de la Polonia renacida. En septiembre de 1939 en torno a ella los polacos combatieron contra los alemanes y los soviéticos. Por casi dos años estuvo bajo dominio de la URSS y luego la ocuparon los alemanes durante otros dos. Al final de la guerra mundial, los Aliados anglosajones permitieron a Stalin quedarse con la Polonia que le había cedido Hitler y la ciudad se asignó a la República Socialista Soviética de Ucrania. Desde 1991, sigue bajo soberanía de la Ucrania independiente. Empezó el siglo con el topónimo de Lemberg y lo concluyó con el de Lviv; entre medias se llamó Lwów, Lemberg otra vez y L’vov.

Otra ciudad que sufrió un baile de nombres similar fue la de San Petersburgo. No cambió de soberanía, pero perdió la capitalidad de su país.

Cuando el zar Pedro I ordenó en 1703 la construcción de una ciudad en la costa del Báltico, como ventana de su imperio a la Europa civilizada, la llamó San Petersburgo. Y ese nombre, así como la capitalidad del inmenso país, lo mantuvo en los dos siglos siguientes. Cuando estalló la Primera Guerra Mundial, el odio a lo germano persuadió al zar Nicolás II a rusificar el topónimo, y en septiembre de 1914 se sustituyó por Petrogrado.

La ciudad de las tres revoluciones

Después de 1917, se convirtió también en ‘la ciudad de las tres revoluciones’: la de enero de 1905 y las dos de 1917, en febrero y octubre.

Como las negociaciones de paz entre los bolcheviques y los Imperios Centrales, comenzadas en diciembre de 1917, estaban atascadas, los alemanes reanudaron en febrero de 1918 su avance militar hacia el este. Con miedo de caer en manos de los alemanes, los bolcheviques se trasladaron en tren a Moscú, 700 kilómetros al sureste y más lejos del frente, y con ellos llevaron el Gobierno. En marzo, poco después de la firma del Tratado de Brest-Litovsk, se hizo oficial el cambio de la capital. Moscú, segunda urbe de Rusia en población, había sido hasta entonces la sede de las coronaciones de los zares, en la catedral de la Asunción, en el interior del Kremlin.

Como hicieron los revolucionarios franceses antes que ellos, los comunistas trataban de borrar todo vestigio de quienes les precedieron.

En la guerra civil posterior entre rojos y blancos, Petrogrado estuvo a punto de caer en poder del general Yudenich en una ofensiva que dirigió en 1919, pero Trotski le derrotó.

Con la muerte de Lenin, Petrogrado perdió, después de la capitalidad, su segundo nombre. Como explica el biógrafo de Lenin, Dimitri Volkógonov:

Si bien el atentado de 1918 sirvió para desencadenar el terror masivo, su muerte desencadenó la ‘leninización’ de la vida espiritual e intelectual del país. Rápidamente se lanzó una campaña –que se transformó en una bola de nieve- para canonizarlo ideológicamente.

A Lenin se le declaró oficialmente muerto el 21 de enero de 1924; inmediatamente, los bolcheviques de Petrogrado solicitaron que la ciudad pasase a honrar al máximo dirigente de la revolución llamándose Leningrado, propuesta que aprobó el Politburó. En diciembre de 1922, con el Tratado de Creación de la URSS, el Gobierno bolchevique, encabezado por Lenin, había sustituido el nombre de Rusia por el de URSS; Rusia quedaba para una de las repúblicas miembro.

La batalla de Leningrado en la Segunda Guerra Mundial, que duró de septiembre de 1941 a enero de 1944 y es el sitio militar más destructivo de la historia

Como hicieron los revolucionarios franceses antes que ellos, los comunistas trataban de borrar todo vestigio de quienes les precedieron. Una de las consecuencias de la pérdida de la capitalidad fue la disminución de la población. El vecindario de la antes hermosa ciudad, arrasada por la revolución y la guerra, cayó a la mitad del que tenía en 1914 o, según algunos historiadores, a un tercio. La batalla de Leningrado en la Segunda Guerra Mundial, que duró de septiembre de 1941 a enero de 1944 y es el sitio militar más destructivo de la historia, le valió el título de ciudad heroica.

Los residentes quieren recuperar el nombre original

Pero el desmoronamiento de la URSS en los años 80 y 90 también afectó a Leningrado. En 1985, con Mijaíl Gorbachov ya como secretario general del PCUS, un movimiento civil planteó la recuperación del nombre original. En junio de 1991, se celebraron elecciones para escoger al alcalde y un referéndum consultivo sobre el nombre.

Las organizaciones de veteranos de la guerra mundial se opusieron a la modificación alegando la resistencia al invasor. El PCUS invocó, además, la Revolución de Octubre. También Gorbachov, que acababa de ganar en marzo un referéndum sobre la permanencia de la URSS, pidió a los vecinos de Leningrado que mantuvieran el topónimo; pero no recurrió a Lenin ni a la revolución, se limitó a subrayar que el nombre tenía un "lugar especial en la memoria histórica" de los residentes y en millones de ciudadanos soviéticos.

Por el contrario, el patriarca de la Iglesia Ortodoxa, Alexis II, se pronunció a favor. Para él, el término Leningrado era sólo una "carcasa ideológica" en la que se quiso encajar la ciudad fundada por Pedro el Grande.

En 1985, con Mijaíl Gorbachov ya como secretario general del PCUS, un movimiento civil planteó la recuperación del nombre original.

También intervino el escritor y víctima del gulag Alexander Solzhenitsin, que escribió una carta a las autoridades municipales donde expuso una tercera vía. Para él había que sustituir el nombre que honraba al fundador de la Cheka y del Terror, pero no para recuperar un nombre que consideraba "ajeno a la lengua rusa y al espíritu ruso". Su propuesta era Svyato Petrograd.

Las elecciones se celebraron el 12 de junio, con una participación de un 65%. Y en una prueba del rechazo popular a la URSS y al comunismo, los vecinos de la ciudad optaron por recuperar el topónimo original, cristiano y monárquico. Pocos días después, el consejo municipal solicitó al Congreso de Diputados de la República Federal Rusa que aprobase el cambio de nombre.

San Petersburgo regresó a los mapas y las calles en septiembre de 1991, hace ahora 26 años. Y en diciembre la URSS desaparecería.

No deja de ser un acto de justicia histórica que el centenario de la revolución bolchevique suceda con la ciudad donde aconteció haya recuperado, no ya su nombre ruso, sino su nombre tradicional, con el que fue fundada. Como si la tiranía de Lenin y sus camaradas sólo hubiera conseguido que los petersburgueses quisieran olvidar todo lo que les recordase a los bolcheviques.

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