En la vida de toda nación hay momentos y lugares cruciales que marcan un antes y un después y que acaban adquiriendo la categoría de mitos no sólo para la generación que los vivió, sino también para las venideras.
El gran acto fundacional del siglo XIX español, con el que España abrió cruentamente las puertas de la Edad Contemporánea, fue la guerra contra el invasor napoleónico. Y aquella guerra tuvo un momento y un lugar cruciales –inmortalizados por el gran pintor de aquellos días–, que tuvieron enormes consecuencias políticas y bélicas, que fueron glosados durante generaciones por numerosos artistas y literatos y que siguen siendo recordados –aunque a duras penas y como efeméride ya no nacional, sino local– dos siglos después. Aquel momento y aquel lugar fueron, naturalmente, el 2 de Mayo y Madrid.
De su importancia para los coetáneos dio testimonio el egregio escritor y político barcelonés Antonio Capmany en la sesión gaditana del 2 de mayo de 1811, durante la que se discutió la elevación de dicho día a la categoría de fiesta nacional. Capmany presentó la siguiente proposición:
A tan heroico y patriótico pensamiento, quisiera yo que se añadiese que el día 2 de mayo se señalase en el calendario como el de la conmemoración de los difuntos y el primero de nuestra libertad, enlazando así las dos ideas, religiosa y patriótica.
Un año más tarde, el 4 de septiembre de 1812, el diputado catalán pronunció un virulento discurso contra los españoles partidarios de José Bonaparte en el que subrayó la importancia de Madrid como símbolo para todos los patriotas:
Mi enfermedad no es física, es moral, es enfermedad de amor, de amor de la Patria; dolencia que no la curan ni médicos ni medicinas (...) Necesito, para dilatar y refrescar mi corazón, besar las piedras de Madrid rescatado, suelo santo, que transforma a cuantos le habitan en criaturas de acerado temple (...) Todos los que han padecido constantes los trabajos que ha descargado sobre ellos la inhumanidad de los franceses deben llamarse propiamente héroes, porque la virtud característica del heroísmo es la fortaleza: ésta será para siempre la virtud y la divisa del pueblo español, y por excelencia del de Madrid, en donde se encendió el primer fuego de la libertad y se ha guardado hasta hoy inextinguible, aunque escondido a los ojos infieles.
No fue el único catalán decimonónico en rendir homenaje al 2 de Mayo madrileño, pues muchos paisanos suyos le dedicaron sus versos. Éste fue el caso, por ejemplo, del diputado progresista barcelonés Antonio Ribot y Fontseré al recordar que aquellos hechos fueron el comienzo de la caída del imperio napoleónico:
¡Madrid! ¡Madrid! Tu brusca sacudida para salir de infame cautiverio
al águila imperial abrió una herida por do se desangró todo el Imperio.¡Gloria a ti, villa heroica!, la primera tú fuiste en sacudir el torpe yugo;
tú llevaste del libre la bandera, tú convertiste en víctima al verdugo.Hermoso fue tu Mayo: fue la aurora de un apagado sol que ya no brilla;
siguió España tu huella triunfadora, siguió Europa la estela de tu quilla.Que al ver la tiranía ensangrentada, la rompiste cual ídolo de yeso;
de las glorias de Mayo coronada, marchaste a la cabeza del progreso.Cien pueblos a tu pueblo se juntaron; cien naciones y cien te sucedieron,
y en Waterloo las luces que brillaron un reverbero de tu Mayo fueron.¡Gloria a ti, pues! Tú fuiste la primera que sacudiste el extranjero yugo;
tú llevaste del libre la bandera, tú convertiste en víctima al verdugo.
El vigitano Francisco Camprodón, por su parte, escribió un soneto titulado "El Dos de Mayo", en cuyos tercetos recordó el papel fundacional del acontecimiento madrileño:
Mientras Francia sus huestes amontona,
creyendo, ilusa, producir desmayo,
viste España su casco de amazona;y en lid sangrienta, más veloz que el rayo,
el Bruch, Bailén y la inmortal Gerona
responden al cartel del Dos de Mayo.
Abandonemos ahora 1808 y avancemos hasta pocos años después de la conclusión de la Guerra de la Independencia. Pues una de las sublevaciones sufridas durante el agitado trienio liberal fue la protagonizada por la Guardia Real el 7 de julio de 1822 para derrocar al Gobierno constitucional y devolver a Fernando VII el poder absoluto. Los batallones de la Guardia tuvieron que enfrentarse en Madrid a una milicias nacionales que, dirigidas por el general Ballesteros, lograron vencerlos y evitar así la caída del Gobierno liberal. Pero las consecuencias de esta victoria duraron muy poco, ya que algunos meses después el rey felón y sus partidarios consiguieron la ayuda de los Cien Mil Hijos de San Luis, enviados por la Francia de Luis XVIII para restaurar el absolutismo en España.
El 27 de julio la Diputación provincial de Barcelona se dirigió a sus paisanos para celebrar la victoria sobre los absolutistas y homenajear a los que llamó "héroes de Madrid" con palabras que quizá convenga recordar en nuestros amnésicos días:
La denominada junta suprema gubernativa del reino, compuesta de la más vil canalla, que desde Francia ha encendido y está avivando el fuego de la guerra civil entre nosotros, ha prometido entregar a la misma Francia, en premio de los servicios que ésta le presta y que vosotros no ignoráis, Cataluña, Aragón y Navarra hasta el Ebro. A fin de poder ellos gobernar despóticamente en el resto de España, os han vendido a los franceses. La Diputación os lo asegura; no tengáis la menor duda sobre tan infame traición; nuestro propio Rey lo insinuó bien claramente en su Real orden del 12 de este mes, en la que después de asegurar que en España, desde el glorioso triunfo conseguido por las armas de la patria en Madrid el día 7 del corriente, sólo quedan en insurrección las cuatro provincias de la antigua Cataluña, dice de éstas que son víctimas y podrán acabar por ser presa de la ambición extranjera. Esto dice nuestro rey. ¡Palabras notables! Debería bastar ellas solas para hacer caer las armas de las manos de cualquiera que tenga sangre catalana. ¡Los catalanes ser franceses! ¡Los catalanes, que para no serlo han sostenido tan crueles guerras y admirado al mundo con su valor y heroísmo! ¡Ilustres defensores de Gerona! ¡Valientes del Bruch! ¡Nobles y leales Manresanos! ¡Catalanes todos! ¿Queréis dejar de ser españoles? ¿Queréis ser franceses? ¡No, no, jamás! Éste es el grito general y aterrador que la Diputación ya hace resonar de un extremo al otro de Cataluña, en todos sus valles y montañas, en todos los pueblos, villas y ciudades. ¡Franceses, no; españoles hasta morir! Sí, catalanes: españoles seremos y españoles constitucionales, a pesar de todas las traiciones, a pesar de todos los esfuerzos de cualquier potencia y del universo entero. La causa nacional ha triunfado para siempre. ¡Gloria a los héroes de Madrid! ¡Constitución o muerte! ¡Libertad o muerte! ¡Independencia española o muerte!