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Pedro Fernández Barbadillo

Trotski, el revolucionario que huía de la revolución

Encarna como pocos el destino paradójico (o la justicia divina) de quienes desencadenan revoluciones y luego son devorados por ellas.

León Trotski (1879-1940) encarna como pocos el destino paradójico (o la justicia divina) de quienes desencadenan revoluciones y luego son devorados por ellas.

Desde su adolescencia en Odesa, Leo Davídovich Bronstein, hijo de un campesino judío y analfabeto que prosperó en la Rusia de los Románov, se arrojó al torbellino de la revolución. Abandonó los estudios universitarios por el socialismo. Su vocación política le condujo a la agitación, y de allí a Siberia (1900), a un régimen carcelario infinitamente más suave que el que los bolcheviques aplicarían a sus víctimas. Los zares esperaban que sus súbditos descarriados recapacitasen lejos de las ciudades y volviesen al buen camino.

Con permiso de su primera esposa (con la que ya tenía dos hijos), Bronstein huyó en 1902. El pasaporte falsificado estaba a nombre de Trostki, uno de sus carceleros en Odesa. Llegó a Londres donde conoció a Lenin y se unió al Partido Obrero Socialdemócrata de Rusia.

En los años siguientes, Trotski se convirtió en un personaje de folletín, el típico ruso revolucionario que pasa horas en discusiones ideológicas en cafés, escribe artículos para revistas que no lee nadie y se alimenta de té. Su estilo y su oratoria le elevaron a la condición de personaje en la tribu de los exiliados.

Dos conspiradores coinciden en Madrid

Parvus junto a Trotski y Lev Deich (1906)

En una de las múltiples escisiones, insultó a Lenin y se vinculó con Alexander Parvus, con el que desarrolló la teoría de la revolución permanente: el proletariado, con independencia de su nacionalidad, debe fomentar la revolución en todos los países, hayan llegado o no al estado industrial que exige el marxismo; a la vez, rechaza las alianzas con la burguesía reformista y el campesinado.

Con motivo de la revolución de 1905, regresó a Rusia a través de Finlandia. Pero el zar Nicolás pudo aplastar el movimiento. Trotski fue capturado y condenado a exilio perpetuo en Siberia. De nuevo escapó a Europa y a esperar las condiciones objetivas.

Durante la Gran Guerra, en 1916 Trotski fue expulsado de Francia a España, donde un Gobierno liberal, presidido por el conde Romanones, también le expulsó por presiones de París. En esas semanas, se lo encontró en la puerta del Ateneo el catedrático Pedro Sainz Rodríguez, porque quería entrar a ver una exposición de pintura. Sainz Rodríguez, luego conspirador monárquico en la II República, le hizo de intérprete y de guía. Luego le reconoció en una foto publicada en la prensa. ¡Dos conspiradores, uno por el comunismo internacional y otro por la monarquía borbónica, codo con codo! ¡Qué pequeño es el mundo de la conspiración! Acabó en Estados Unidos.

Cuando el zar abdicó en febrero de 1917 y tomaron el poder los liberales y los socialistas, Trostki volvió a su patria. En mayo estaba en Petrogrado, a donde habían llegado en abril Lenin, su esposa y un comando de revolucionarios, gracias a que los alemanes les habían metido en un tren sellado para provocar disturbios en Rusia.

En los meses siguientes, marcados por la guerra en el frente, las revueltas en la retaguardia y el caos político, Trotski apoyó el plan de Lenin de derrocar el Gobierno Provisional de Kerenski. El golpe de estado ocurrió en octubre, luego los bolcheviques dieron otro en enero de 1918.

Paz hasta la guerra revolucionaria mundial

Lenin encargó a Trotski, comisario de Relaciones Exteriores desde noviembre de 1917, la negociación del tratado de paz con los Imperios Centrales. Las conversaciones empezaron en diciembre y el plan de los bolcheviques era ganar tiempo hasta que estallase la revolución comunista en Alemania, que era lo que esperaban.

Pero los alemanes no estaban dispuestos a admitir los retrasos, porque querían trasladar tropas al frente occidental cuanto antes; además, exigían la entrega de los territorios entre los mares Báltico y Negro. Ante estas reclamaciones, Trotski planteó a sus camaradas negarse a firmar el diktat y aceptar el avance de los Imperios Centrales, ya que los bolcheviques habían disuelto el Ejército de Kerenski. "Ni guerra ni paz" fue su lema, distanciado de la realidad. El revolucionario esperaba, por un lado, que estallasen sublevaciones proletarias en el resto de los países combatientes y, por otro lado, desmontar el bulo de una alianza secreta entre ellos y Berlín.

El pragmático Lenin se enfrentó al ideólogo Trotski y le dijo que hasta que se produjera la revolución alemana la más importante –porque era la única- en el mundo era la rusa; por tanto, debían protegerla. La postura de Lenin venció por muy poco en sendas votaciones en los comités centrales del PC ruso y de los Soviéts.

Trotski regresó a la mesa de negociaciones y el 3 de marzo de 1918 firmó el Tratado de Brest-Litovsk.

A los pocos días, el 13 de marzo se le nombró Comisario del Pueblo para Asuntos Militares y Navales para levantar un ejército que derrotase a las tropas blancas (monárquicas y conservadoras), que recibían apoyo de los Aliados. Habían salvado la Revolución frente a sus enemigos exteriores; ahora tocaba hacerlo frente a los enemigos interiores.

Creador del Ejército Rojo

Sin ninguna experiencia militar, Trotski creó el Ejército Rojo. Recurrió a antiguos oficiales zaristas y para vigilarlos puso a su lado a comisarios políticos; a todos ellos les impartió la siguiente orden:

Os lo advierto: si alguna unidad se retira por su cuenta, en primer lugar se fusilará al comisario de dicha unidad y, en segundo lugar, a su comandante.

La voluntad bolchevique recurrió a los métodos más crueles de los peores señores de la guerra: castigos colectivos, fusilamientos, disciplina brutal, ataques suicidas, matanzas de civiles y prisioneros… En este ambiente se produjo la ejecución de familia imperial y sus servidores en Ekaterimburgo. Pero Trotski, que sabía que luchaba por su vida y su amada revolución, triunfó.

En la espantosa guerra civil rusa, que se prolongó hasta 1922, su Ejército Rojo derrotó a los blancos y a los movimientos separatistas de Ucrania, Georgia y otros lugares. Detrás de las tropas, marchaban los sicarios de la Cheka, la policía política, fundada en diciembre de 1917, asesinando a sospechosos de ser contrarrevolucionarios: tártaros, campesinos, sacerdotes, universitarios...

El general alemán Max Hoffmann, que había conocido a Trotski en Brest-Litovsk, calificó de asombroso desde el punto de vista militar que éste venciese a los blancos, más fuertes que los rojos.

Rusia (la URSS se constituyó en diciembre de 1922) perdió Finlandia, los países bálticos y varias regiones de las que se apoderó una renacida Polonia, pero en todo caso fueron menos territorios que los que en Brest-Litovsk se habían comprometido a entregar; y además, dentro del inmenso país, los comunistas asentaron su tiranía. Y ello fue obra de Trotski.

Lenin, Trotski y Stalin

La campaña contra la Iglesia Ortodoxa, el único bastión que se oponía a los bolcheviques, desencadenada en la primavera de 1922, fue la última ocasión en que colaboraron juntos Lenin, Trotski y Stalin, que ya había ascendido en el Gobierno. Lenin ordenó que la cara de este "progromo a la inversa" la pusiese Mijaíl Kalinin y nunca Trostki, debido a su condición racial de judío, que ya causaba recelos en muchos bolcheviques, tanto rusos como polacos, ucranianos o letones.

Noruega vigila a Trotski por arenques

Lev Kámenev

En cuanto Lenin se convirtió en un vegetal, en 1923, Stalin se abalanzó sobre el poder absoluto. Recurriendo al halago, la envidia, la mentira y la envidia, consiguió la colaboración de otros miembros del Politburó como Grigori Zinóniev, Lev Kámenev y Nikolái Bujarin, para despojar a Trotski de su poder.

Éste, como partidario de la revolución permanente planeaba y anunciaba una nueva guerra mundial. Zinóniev y Kámenev reunieron las herejías de su camarada, inventadas y reales, y así nació el término de trotskismo.

En los años siguientes, Trotski perdió sus cargos, como el Comisariado de Guerra (1925), se le expulsó del comité central y partido (1927) y se le mandó a Alma Ata (1928). A la vez, comenzó la persecución contra sus partidarios, muchos de los cuales hicieron la autocrítica correspondiente. En febrero de 1929, Trotski aceptó marchar de la URSS. Su primer destino fue Estambul.

Mientras se borraba a Trotski de las enciclopedias y las fotografías, Stalin dio la orden a la NKVD, que ya asesinaba a rusos blancos en el extranjero, de matar a su rival. Bastaba ser acusado de trotskista para ganarse un viaje de ida a Siberia. Un súbdito soviético denunció que su vecino había acogido a Trotski en su domicilio y, a pesar de la obvia falsedad, la NKVD detuvo al desdichado y premió la delación con la entrega del piso al mentiroso, que seguramente era lo que éste buscaba. Los comunistas españoles difundieron la infamia de que Andrés Nin, secretario político del POUM (Partido Obrero Unificado Marxista), enfrentado al PCE y al Gobierno de Negrín, era trotskista y espía de Hitler y de Franco para justificar su secuestro y desaparición.

En su vagabundeo, Trotski pasó por varios países. De Francia se le expulsó en 1935, después de la firma de un tratado de asistencia con la URSS. Se le recibió entonces en Noruega, pero, el Gobierno progresista se rindió en 1936 a las presiones de Moscú: a cambio de mantener las ventas de arenque a la URSS, Trotski se convirtió en el primer refugiado político bajo arresto domiciliario. De ahí marchó a México, donde el presidente Lázaro Cárdenas, por medio del pintor Diego Rivera, le ofreció asilo.

Ni el exilio ni el estalinismo ni los horrores del comunismo (hambrunas, gulags, purgas…) le hicieron rectificar sus posturas ni ablandar su comunismo inhumano. Trotski aprobó el reparto de Polonia entre Stalin y Hitler, porque, según él, los polacos, oprimidos a un régimen reaccionario, se beneficiarían de un régimen proletario.

El Héroe de la Unión Soviética: Ramón Mercader

Al final, la mano asesina de Stalin alcanzó a Trotski en México. La NKVD había matado a sus padres, a sus hijos, a su cuñada, a multitud de seguidores suyos y a ocho secretarios.

Hubo un primer atentado el 24 de mayo de 1940, realizado por un comando terrorista, en el que participó el pintor David Siqueiros. El segundo atentado tuvo éxito. El 20 de agosto, el español Ramón Mercader, combatiente rojo en la guerra de España e hijo de Caridad, una espía del NKVD, le clavó un piolet en la cabeza. Trotski murió al día siguiente.

Mercader no confesó su verdadera identidad para que no se estableciese un vínculo entre él y Stalin; pero el Pravda publicó entusiasmado la noticia de que a Trotski le había matado "un miembro de su círculo de amistades íntimas". Como premio, Lavrenti Beria, jefe de la NKVD, recibió en enero de 1941 de Stalin el puesto de comisario general de la Seguridad del Estado.

Se cuenta que a Mercader se le identificó porque un guardia de la prisión mexicana le escuchó cantar una nana en catalán. Así se le descubrió. Otras versiones aseguran que un policía mexicano encontró sus huellas digitales en los archivos policiales españoles. Los primeros datos fiables sobre los impulsores del asesinato se conocieron en 1954, cuando en Alemania se detuvo a un espía soviético.

Después de cumplir su condena, Mercader fue liberado y marchó a la URSS. Al final de su vida, harto pese a las condecoraciones, pidió regresar a España, a lo que se opusieron los soviéticos y Santiago Carrillo. Se le permitió marchar a Cuba como consuelo. El asesino de Trotski murió de cáncer de huesos en 1978, contagiado por un reloj de muñeca que le dieron sus amos soviéticos.

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