Para los universitarios antifranquistas, que, casi en su totalidad, nos movíamos en la órbita del Partido -el Comunista; frente al Partido único legal, el Movimiento Nacional, no había otro mínimamente organizado- la legalización del PCE y, enseguida, la del PSUC, fue una sorpresa casi tan grande como para los franquistas que, dos años después de la muerte del dictador, sólo ganaban las batallas que llevaban inevitablemente, aunque en una atmósfera de incertidumbre, al desmantelamiento del Régimen.
La más importante había sido el Referéndum para la Ley de Reforma Política que defendió Fernando Suárez contra Blas Piñar y fue votada en las Cortes el 18 de noviembre de 1976 -faltaban dos días para el primer aniversario de la muerte de Franco-, para ser refrendada casi de inmediato en referéndum nacional el 15 de diciembre, con una participación del 77% del censo y el 94´17 % de votos a favor. Eso significaba que, quitando la abstención técnica, toda la oposición, unánime en el rechazo al referéndum, no logró que ni siquiera el 20% del cuerpo electoral se abstuviera. Y también que el bunker franquista carecía de apoyo popular en la antigua España Nacional.
"Reconciliación nacional" y oscuro panorama internacional
En aquellos turbios días que hoy queremos recordar luminosos, en la semiclandestinidad recelosa de la Oposición -que solía recibir respiración asistida y respiraba de vez en cuando en los periódicos-, la actividad esencial era el análisis de la relación de fuerzas, que por un absurdo latiguillo, dio en llamarse "correlación de fuerzas". Y para ello, el gran banco de datos, el primero políticamente importante tras la guerra Civil –el primero, de orden sociológico fue el informe FOESSA de Amando de Miguel, que apuntaba ya una predisposición popular favorable a la Transición a la democracia si era pacífica y no nos devolvía a la República y la Guerra Civil, refrendando la política de "reconciliación nacional" del PCE- era el de esos datos -sorprendentes para casi todos- del Referéndum de Diciembre de 1976.
Y lo que reflejaban era que, a efectos de una movilización electoral, la Oposición sólo existía en la Prensa, era irrelevante en la radio -desde 1972, gracias a la Ley Fraga, además del Parte de Radio Nacional, sólo cabía oír a las 11 Hora 25 de Martín Ferrand, luego de Miguel Ángel Gozalo, en la SER, "con las noticias que nos brinda Radio Nacional", después José María García y al final unos comentarios con más intención-, y rigurosamente inexistente en TVE, de la que, para más inri, había sido director general el propio Adolfo Suárez.
Esto quería decir que la sartén, el mango, el fuego y la cocina de cualquier cambio político estaban en manos de los franquistas "reformistas", que iban transitando un camino hasta entonces inimaginable. El nuevo PSOE de Willy Brandt y un tal Felipe González estaba dispuesto a ir a elecciones sin el PCE, fórmula que también favorecían los USA tras el susto de la Revolución de los Claveles en Portugal en 1974, que, amén de entregar a la URSS sus colonias africanas -Angola, Mozambique, Guinea- estuvo muy cerca de convertirse en una dictadura comunista bajo el gobierno de Vasco Gonçalves, con el respaldo militar del almirante rojo Rosa Coutinho y el autor técnico del golpe, Otelo Saraiva de Carvalho, -el político, pronto sacrificado, fue Spínola- y, detrás, el PC de Alvaro Cunhal, un estalinista irredento parecido a La Pasionaria pero en hirsuto portugués.
En el Partido, absolutamente despistado tras el Referéndum, se creía que, si el Ejército permitía elecciones, sólo podrían presentarse el PSOE y otros socialistas (PSP de Tierno), los reformistas Fraga y Suárez, el bunker (Girón y Blas Piñar), los carlistas, que se llevaban a tiros, y los cristianos, que además de los democristianos incluían a los nacionalistas vascos y catalanes, muy protegidos por la Iglesia. O sea, todos menos el PCE.
El PCE del Interior y el de Rumanía
La cuestión más importante que se derivaba de este análisis era si, en caso de legalización, la dirección histórica del Partido –La Pasionaria y Carrillo- iba a poder presentarse a las elecciones y si al Partido le convenía que lo hiciera. Había dos líderes, Ramón Tamames, joven economista del Plan de Desarrollo franquista, y Nicolás Sartorius, abogado de Comisiones Obreras pero aristócrata descendiente del Conde de San Luis -ambos muy apuestos y elocuentes, en especial Tamames- que parecían más indicados que dos líderes de la Guerra Civil para representar en las urnas –si las había- el mensaje del Eurocomunismo, que sólo un mes antes, en Marzo, habían presentado en Madrid Carrillo, el italiano Berlinguer y el francés Marchais, para presionar en favor de esa legalización del PCE y como un anuncio de programa electoral que quitara el miedo a votar comunista.
El proceso lógico y deseable desde el punto de vista interno era éste: 1/ legalización; 2/congreso extraordinario; y 3/ nueva dirección del Interior, tal y como había hecho el PSOE en Suresnes dos años antes, relevando a los viejos masones de Toulouse dirigidos por Rodolfo Llopis, cuyo sucesor por el Pacto del Betis -agrupaciones de Sevilla y Bilbao- debía ser Redondo Urbieta, líder de UGT, que cedió el liderazgo a un tal "Isidoro" -Felipe González- por considerarlo más adecuado para la futura liza electoral. Bien es cierto que el PSOE había contado en Suresnes -ida y vuelta- con la protección de los servicios de inteligencia franquistas (SECED), con la CIA y el SPD detrás, como cuenta en sus Memorias el coronel San Martín. De Carrillo, financiado en el exterior por Ceaucescu y Kim Il Sung y dentro de España por Teodulfo Lagunero, nadie se fiaba demasiado. Pero del PCE sí.
La clave de la legalización, según contó luego el propio Suárez, fue comprobar en muy trágicas circunstancias la disciplina interna del partido sólo dos meses antes. En un último intento para intentar que descarrilara la Reforma Política promovida por Suárez y respaldada por el Rey, un grupo de ultraderechistas había asesinado a cinco abogados laboralistas del PCE en su despacho de la calle de Atocha. Era una copia de la "estrategia de la tensión" de la extrema derecha italiana que llevó a masacres como la de Piazza Navona y al golpe fallido del neofascista Giorgio Almirante, que ante una posible victoria electoral - "il sorpasso" del PCI- creía contar con apoyo militar y de los servicios secretos, italianos y la CIA.
A la hora de la verdad, los golpistas italianos no tuvieron a nadie detrás. Y ello porque, tras el golpe de Chile y el susto de Portugal, el PCI de Berlinguer vio claro que ni los USA ni Europa admitirían jamás un país prosoviético en Europa. Así que, llevando mucho más allá de Toglatti en 1956 la doctrina del "policentrismo" comunista, aseguró que su Gobierno seguiría dentro de la OTAN, frente al Pacto de Varsovia, verdugo de Praga, y que sus reformas "socializantes" se harían dentro del Mercado Común Europeo. Esa evolución del PCI hacia Occidente y la economía de mercado es la que en las áreas ilustradas del PCE y el PSUC se veía como la más favorable para que los comunistas se insertaran en una democratización completa de España. La primera vez que yo oí defender a la OTAN como la garantía última de un socialismo democrático fue a gente del PSUC.
En el verano de 1976, al volver de China, estuve con los pintores de TRAMA en la Bienal de Venecia, junto a Tápies y otras patums del PSUC y el discurso dominante podía resumirse en "No a Moscú". Al mes siguiente, en Roma, tuvo lugar el Congreso del PCE, con La Pasionaria de estantigua, Carrillo mandando y Tamames brillando. Era lógico pensar que la deseada legalización del Partido supondría un cambio generacional en la dirección.
Carrillo se legaliza a sí mismo
Pero ahí es donde dos pícaros de la política, uno por lo civil y otro por lo criminal, se encontraron. Lo ha contado Luis Herrero, con Suárez como fuente. El Presidente está dispuesto a legalizar el PCE no a Carrillo. Y éste se niega. Los términos son no sólo verdaderos sino verosímiles.
- Si yo no me presento, las elecciones carecerán de legitimidad y su reforma hacia la democracia no será creíble.
- Y si yo no le legalizo, no tendrá presencia en las instituciones y no podrá influir en el proceso constituyente.
- Si no nos legaliza desacreditaremos las elecciones, aunque sea colocando urnas de cartón con nuestras candidaturas en los colegios electorales. Movilizaremos a todos nuestros apoyos para hacer fracasar el cambio.
- ¿Y aceptaría usted presentarse como independiente? Esa fórmula nos ahorraría muchos problemas a corto plazo.
- ¿Presentarme como independiente? Ni así, ni vestido de lagarterana. Aquí hemos venido a hablar de política con pe mayúscula.
- ¿Aceptarán la bandera nacional, la monarquía y la unidad de España?
- Nosotros somos republicanos, pero aceptaremos la monarquía siempre y cuando ésta apueste por la democracia. Lo importante ahora no es el debate entre monarquía o república, sino la elección entre dictadura o democracia, y nosotros estamos claramente con la segunda. Si el rey asume la monarquía parlamentaria y constitucional, nosotros le apoyaremos. Me consta que él ya lo sabe.
No sabemos lo que Juan Carlos, a través de Nicolás Franco-Pascual de Pobill o Manuel Prado (que se vieron con él en Rumanía) había hablado con Carrillo. Pero él no dice "si el Partido no se presenta" sino "si yo no me presento", ni como independiente "ni de lagarterana". Es que entonces el candidato se habría llamado Tamames. Y Carrillo, Santi Paracuellos. Pero Suárez tenía prisa y eso a Carillo le vino al pelo. Para el PCE fue letal.
Para mí, lo importante de la legalización del PCE era que podía ya declararme anticomunista, cosa que moralmente me vetaba la existencia de cientos de militantes en la cárcel a algunos de los cuales había conocido y apreciado. Por eso –no fui el único- acepté el carné del PSUC meses antes y lo devolví al día siguiente de su legalización. También por la convicción de que los comunistas y anticomunistas del Partido estaban más preparados que cualesquiera otros para ayudar a implantar la democracia en España.
El País, con la legalización y contra el comunismo
Al día siguiente de la legalización. El País publicó un editorial que resumía muy bien mi pensamiento de entonces, no en balde estaba escrito por el ex-comunista Javier Pradera. Era un apoyo crítico a la legalización y también una profesión de fe nítidamente anticomunista. Empezaba así:
El Partido Comunista Español es legal desde ayer tarde. Esta es una buena noticia, sobre todo para los no comunistas…
Aparentemente, el diario creado por Fraga, que luego respaldó a Areilza y entonces oscilaba entre Suárez y el PSOE, siempre dentro de una línea liberal y nacional, exageraba en exceso. Los 338 militantes del PCE que salieron de la cárcel tras la legalización eran más que los militantes de todos los partidos antifranquistas juntos en la clandestinidad. Y el alarde de organización tras la matanza de Atocha había convencido a la propia Policía de que el PCE era un partido capaz de autocontrol y disciplina. Sin embargo, Pradera decía en su editorial algo rigurosamente cierto:
La situación de ilegalidad del PCE, además de una injusticia, era una torpeza bien aprovechada por el propio partido, que supo sacar de ella una rentabilidad adicional. Desde ahora va a terminar la tregua tácita que grupos de la derecha democrática y del socialismo le habían concedido, en virtud de su especial situación.
Y a continuación abordaba el problema de fondo: ¿era creíble la aceptación de la democracia por el PCE y el eurocomunismo en general?:
¿Es la postura democrática de los comunistas meramente táctica, o realmente sentida? ¿0 es simplemente una imperiosa y forzada necesidad, asumida ante la imposibilidad práctica de convencer en las pugnas electorales a los europeos a que renuncien a una tradición liberal de casi dos siglos, jalonados de luchas y esfuerzos que dejaron huella indeleble?" (…) la libertad es un bien colectivo demasiado importante como para permitir su destrucción o su cercenamiento en un futuro democrático que parece estar a la vuelta de la esquina. La experiencia histórica resulta desfavorable para los comunistas. Allí donde detentan el poder, la libertad, entendida al modo occidental, no existe. (…) Por el contrario, han establecido sistemas totalitarios de Gobierno, que, más o menos suavizados, representan la única práctica comunista conocida experimentalmente. Europa occidental es, ciertamente, un ámbito muy diferente del Oriente Extremo. Y ello, en el análisis marxista, es o debe ser determinante a la hora de adoptar una estrategia política. De ahí, quizá, cabe deducir que en los países europeos los partidos comunistas habrán de comportarse democráticamente (…).
Sin embargo, una cosa era reconocer la necesidad de que el PCE fuera legalmente a las elecciones, que compartían casi todos los partidos –PRISA no ponía entonces en duda la voluntad democrática de la AP de Fraga y los 7 Magníficos ni del PP pre-democrático de Pío Cabanillas, que desembocó en UCD- y otra muy distinta legalizar el PCE de Carrillo y La Pasionaria:
También deben tener presente que son una de las muy pocas formaciones políticas que acuden a las urnas con líderes y cuadros protagonistas en la guerra civil, y que ello supone un rechazo adicional en algunos sectores de la población.
Y lo que empezaba como aprobación terminaba en censura:
Pero si esta deducción (la aceptación de la democracia en el PCE) es lícita, también lo es la duda de aquellos sectores de la población que no tienen que acudir al recuerdo de la guerra civil, pues les basta la experiencia del comportamiento reciente de los comunistas portugueses -por ejemplo- para alimentarla. Corresponde precisamente a los propios comunistas tratar de despejar esta duda sin dejar sombras de sospecha.
Cuarenta años después, este editorial parece absurdo de puro contradictorio. Pero así es muchas veces la realidad: tan contradictoria y enrevesada que parece absurda. Entre dos ilegitimidades podía alumbrarse una nueva legalidad que no rompiera pero cambiara la anterior. Y se hizo. El PCE prometió asumir públicamente la bandera nacional. Y lo cumplió. Había anticomunistas, sobre todo los ex-comunistas, que queríamos su legalización por una lealtad biográfica pero también porque lo creíamos más fiable democráticamente que los socialistas y nacionalistas. Si el PCE se arrepentía del eurocomunismo, sería más fácil combatirlo legalmente. Y hasta que el PSOE de Zapatero dinamitó la Transición en 2004, así fue.
En resumen, que aquel día que a todos nos cogió con el pie cambiado, ni fue todo lo santo que hubiera querido la Derecha, ni todo lo rojo que hubiera querido la Izquierda, pero fue Sábado. Y la historia de España, algo sobresaltada, continuó.