Carlos III, un rey que nos vino ya enseñado
Antes de ser rey de España lo fue de Nápoles y Sicilia. Cuando se le llamó a España tenía 43 años y era soberano en ejercicio antes de cumplir los 20.
Carlos III hizo lo mismo a lo que se dedican millones de españoles durante unos años de su juventud: preparar oposiciones. Antes de ser rey de España lo fue de Nápoles y Sicilia. De modo que cuando se le llamó a España tenía ya cuarenta y tres años de edad y era soberano en ejercicio desde antes de cumplir los veinte.
No se esperaba que accediese al trono español, porque tenía dos hermanos mayores. Éstos, efectivamente, reinaron como Luis I y Fernando VI, pero murieron sin descendencia.
Su madre, Isabel de Farnesio, segunda esposa de Felipe V desde 1714, implicó a España en varias guerras para conseguir coronas para sus hijos. Y así Carlos recibió primero el ducado de Parma y luego los reinos de Nápoles y de Sicilia, con los que se formó el reino de las Dos Sicilias.
Cuando vino a España, en octubre de 1759, desembarcó en Barcelona, ciudad que el ejército de su padre había tomado al asalto en 1714. Los catalanes, que habían apoyado al archiduque Carlos, le agasajaron con este grito:
¡Viva Carlos Tercero, el verdadero!
Antes de cumplirse el primer año de su estancia en España, su esposa, María Amalia de Sajonia, falleció de tuberculosis. Carlos, que se había casado con ella después de que se la eligiesen sus padres, la amaba tanto que no volvió a tomar mujer.
En la corte hubo dos partidos. El aragonés, formado por los partidarios de las reformas y la nobleza de capa y espada, y estaba dirigido por Aranda. Y el de los golillas, los letrados y funcionarios más adictos a Carlos, encabezado por Floridablanda y Campomanes.
El acontecimiento axial de su reinado fue el motín llamado de Esquilache, en 1766. Estalló en Madrid el 23 de marzo y se extendió por toda España, de Bilbao a Cádiz y de La Coruña a Cartagena. Carlos tuvo que ceder ante el populacho y destituir a sus ministros italianos. Su humillación fue tal que abandonó la capital durante ocho meses. A partir de entonces se dedicó a restablecer el principio de autoridad.
La excusa para expulsar a la élite
Sus funcionarios culparon a los jesuitas de provocar los motines. Fue una mentira y una excusa para expulsar a una élite que se oponía al poder del soberano. Las causas verdaderas fueron las malas cosechas y la incompetencia de la Administración.
Por ello, en los siguientes años se hicieron más reformas para aumentar la producción de bienes y alimentos, así como el comercio. Se dedicaron montes y dehesas a la labranza, se disminuyeron los privilegios de la Mesta, se mejoró el Ejército, se abrieron nuevos caminos y canales, se trató de asentar a los gitanos, se suprimió el monopolio de comercio con las Indias… Y para cambiar las costumbres de los españoles, en 1783 una cédula derogó una pragmática de 1447 que había declarado varios oficios manuales (zapatero, sastre, carnicero, curtidor, o carpintero) como "viles"; a partir de entonces, sus titulares podían acceder a empleos municipales.
Carlos III cambió la política de neutralidad de Fernando VI. Así, se alió con sus parientes de Francia e Italia para combatir a los ingleses, que amenazaban el imperio español. Recuperó para la patria Menorca en 1782, pero fue vencido ante Gibraltar.
Contribuyó a la independencia de Estados Unidos para debilitar a Londres. El conde de Aranda, embajador en París, le advirtió de que el nacimiento la nueva república tendría consecuencias para la América española. El político propuso la constitución de tres reinos independientes en las Indias bajo gobierno de otros tantos miembros de la Casa de Borbón y aliados a España.
Una leyenda rosa
A diferencia de Felipe II desfigurado por la leyenda negra, sobre Carlos III ha caído una leyenda rosa que le presenta como un monarca afín a la masonería y con numerosos ministros masones. Sin embargo, Carlos persiguió a la masonería tanto en Nápoles como en España. Así la calificó él mismo:
...ese gravísimo negocio o perniciosa secta perniciosa para el bien de Nuestra Santa Religión y del Estado.
Carlos III, que murió en 1788, fue de un comportamiento ejemplar como persona y católico: austero, piadoso, devoto de la Inmaculada Concepción... Comenzó las excavaciones de Pompeya y concluyó el Palacio Real de Madrid. Su gran afición fue la caza, que empezó a practicar a los seis años. De él dijo un admirador, el financiero Cabarrús, que no había tenido "más norte que el de la felicidad de sus vasallos".
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