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Fray Josepho y Monsieur de Sans-Foy

Cinco lamentables bajas en la Revolución de Octubre

Revolución Rusa. Octubre de 1917. Una oleada de amor se empezó a extender por la Tierra.

Revolución Rusa. Octubre de 1917. Una oleada de amor se empezó a extender por la Tierra.
Ayuntamiento de Madrid

Se cumple el centenario de la hermosa Revolución Rusa. Octubre de 1917. Una oleada de amor se empezó a extender por la Tierra. El insigne Carlos Sánchez Mato, concejal de Hacienda del Ayuntamiento de Madrid, desde su magnánimo corazón, quiso hacer un homenaje a ese glorioso acontecimiento. Pero, ojo, Sánchez Mato, ante todo, es un hombre ecuánime, y reconoce las sombras de aquella felicísima empresa. Cinco muertos. Muertitos, quizá.

En fin, por supuesto, nuestros dos poetas están totalmente de acuerdo con Sánchez Mato, pero han querido avanzar un poco más y explicar pormenorizadamente las causas de esos desafortunados fallecimientos. Aunque, como siempre, discrepan.

CINCO. NI UNO MÁS
por Monsieur de Sans-Foy

Está el que se cayó de la farola,
por dar vivas a Lenin de tan alto.
Y está el que dormitaba en el asfalto
(que el otro le cayó sobre la chola).

La que esperaba allá, a portagayola,
con una rebequita azul cobalto.
¿No ves que son cosacos al asalto,
y vienen a hacer pun con la pistola?

Está el que se metió de una tacada
seis cántaros de vodka, el camarada.
¡Un mártir de la causa! Buen provecho.

Y el pánfilo tovarich moscovita
que puso en la sartén la dinamita.
Contad si salen cinco, y está hecho.

CINCO MUERTOS, PERO NO COMO DICE MESIÉ
por Fray Josepho

Revolución de Octubre, Revolución hermosa.
Revolución amable, carísimo Mesié.
Murieron cinco rusos. Usted ha hecho la glosa.
Pero en las causas yerra. A ver, le explicaré.

Las masas bolcheviques, henchidas de ternura,
besaban y abrazaban a todos por doquier.
Y a base de esos ósculos, y de su galanura,
se abrieron, motu proprio, las salas del poder.

Murieron solo cinco. Verdad. Pero el primero
palmó exclusivamente de tórrida emoción,
al verse osculeado por un apuesto obrero.
No pudo resistirlo su tierno corazón.

Murió de puros celos febriles el segundo,
porque el apuesto obrero no lo besaba a él.
Los celos, esa lacra que contamina el mundo.
Los rojos, en su tumba, pusieron un clavel.

También quedó cadáver un ruso aristocrático
que abrió su casa al pueblo, por darle el rendibú.
¿La causa de su muerte? Quizá el cambio climático.
Resultan algo frescas las tardes en Moscú.

Son tres ya los cadáveres. El cuarto, se lo cuento:
un tipo que en la calle, bailando, tropezó,
a causa de los baches del duro pavimento,
que luego fue arreglado por el Politburó.

Y vamos con el último cadáver, que es el quinto.
Llegó a casa a deshora. Y estaba su mujer
con un cura ortodoxo. Del susto, quedó extinto.
No pudo el sacerdote ni su alma socorrer.

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