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Jesús Laínz

Ni judíos ni gitanos, los peores los murcianos

Los murcianos emigrados a Cataluña en los años 30 fueron los principales destinatarios del odio de los catalanistas de aquella generación.

En estos días han circulado por las cloacas ciberespaciales unas declaraciones, al parecer apócrifas, de la nacionalista valenciana Mónica Oltra sobre el derecho de los pancatalanistas a apropiarse de Murcia. La noticia, aparecida tanto en Twitter como en algún periódico digital, ha sido desmentida por la mencionada Oltra, una muestra más del ruido y la furia que han convertido las llamadas redes sociales en un campo de batalla ajeno al intercambio honrado de ideas.

Pero, verdadera o falsa, válganos para reflexionar sobre una de las paradojas más interesantes del catalanismo desde su nacimiento en torno al Desastre del 98. Pues tras el inicial desprecio hacia los demás españoles, especialmente los meridionales, con el que arrancó un catalanismo que se reivindicaba modernamente germánico frente al semítico atraso español, en tiempos posteriores llegaría el proyecto de nacionalistizar a los recién llegados para así aumentar el peso social y electoral del separatismo.

Una de las obsesiones de los catalanistas de hace un siglo fue la constatación de que la natalidad de los catalanes de pura cepa era insuficiente para garantizar el relevo generacional. Ello se debía, según Hermenegild Puig i Sais, a la excesiva afición de los catalanes a hacerse pajas. Por eso Companys promovió la publicación en 1934 del manifiesto Per la preservació de la raça catalana, avalado por firmas como la del antionanista Puig i Sais y el nacional-lingüista Pompeu Fabra. En él declaraban el interés por no estar desprevenidos ante las posibles consecuencias de la inmigración forastera. Y para "colaborar en esta tarea humanitaria y patriótica" los firmantes proponían la creación de una Societat Catalana d’Eugènica, cuyo secretario general fue el principal redactor de dicho manifiesto, Josep Antoni Vandellós.

Un año más tarde Vandellós publicaría Catalunya, poble decadent, uno de los textos esenciales del catalanismo demográfico. En él sostuvo que el único modo de evitar la extinción de la raza catalana era, lamentablemente, su cruce con los emigrantes llegados de otras zonas de España para trabajar en la industria local, aun a pesar de la posibilidad de la constitución de

un tipo de hombre de cualidades raciales inferiores a causa de la asimilación de los elementos de la inmigración.

Pero hasta para la coyunda hay clases, pues aunque consideraba a los aragoneses un poco brutos,

lo que se pueda perder en agilidad mental se gana en tenacidad. El verdadero problema lo constituyen los sur-levantinos.

Efectivamente, los murcianos emigrados a Cataluña en los años 30 fueron los principales destinatarios del odio de los catalanistas de aquella generación. El joven periodista Carles Sentís, posteriormente llamado a altos destinos en el régimen franquista, publicó en 1932, en el periódico Mirador del diputado esquerrista Amadeu Hurtado, una serie de artículos titulada Múrcia, exportadora d’homes. En ellos relató el viaje en los autobuses transmiserianos, desde las localidades más pobres de aquella provincia hasta la próspera Barcelona, de riadas de murcianos portadores de miseria, enfermedades (en concreto, tracoma), comunismo y terrorismo.

Otros periódicos catalanistas se hicieron eco de los artículos de Sentís, como El Be Negre, que encabezó su número del 17 de enero de 1933 con un recuadro que rezaba: "ESPAÑA, PARA LOS ESPAÑOLES. CATALUÑA, PARA LOS MURCIANOS". Y junto a una viñeta mostrando turbas de murcianos deformes descendiendo de los autobuses transmiserianos, se comentaba que murcianos y andaluces, procedentes de "la zona de África", llegaban a Cataluña para implantar en ella el comunismo libertario y hacerla desaparecer:

La que se nos prepara. Por confidencias que nos cuidaremos mucho de traicionar, han llegado a nuestras manos todos los detalles de la próxima revolución que se prepara, la buena, la de verdad. Se trata, pura y simplemente, de quitar el nombre de Cataluña del mapa y enganchar a nuestro país, mediante una especie de corredor moral, con la próspera región murciana, cuyo nombre llevará de aquí en adelante. Los primeros actos de la revolución triunfante serán proclamar el comunismo libertario y exigir el tracoma obligatorio a todos los ciudadanos del país liberado.

Pero, según iban pasando los años y las décadas, las circunstancias políticas españolas e internacionales obligaron a los catalanistas a ir adecuando su discurso a la marcha de los tiempos. Así pues, se tragaron la repugnancia que les provocaban los sur-levantinos y se apercibieron de la oportunidad política que les abría lo que hasta entonces habían tenido por amenaza. Pues ya Vandellós había advertido:

Si Cataluña hubiera sido mayor, si en vez de ser poco más que la décima parte de España representase la tercera parte o la mitad de la misma, le hubiera sido mucho más fácil lograr la libertad.

Siguiendo este enfoque, Josep Maria Batista i Roca, presidente del Consell Nacional Català en el exilio, celebraría en 1973 que

en las Tierras Catalanas aumentamos de población ganando no-catalanes. En las Tierras Castellanas disminuyen de población perdiendo castellanos. Lo esencial es el balance demográfico final entre unos y otros, y su repercusión en la infraestructura demográfica del sistema de fuerzas centrífugas y centrípetas periféricas y centrales.

Ésta es la clave de la Cataluña de hoy, pues, efectivamente, los separatistas han conseguido con creces el objetivo no sólo de catalanizar a los llegados de fuera, sino de nacionalistizarlos, que no es lo mismo. Pues la nacionalistización implica, no aprender una lengua, sino apuntarse al programa de odio a y separación de España. Y para ello han contado con la inestimable ayuda de una izquierda que, convencida de que la rebelión contra España forma parte de la revolución social, persuadió a su vez a la mayoría de sus seguidores charnegos de que mientras que ellos eran víctimas socioeconómicas del franquismo, los catalanes eran víctimas culturales y lingüísticas. Por ello había que hacer causa común contra el franquismo, es decir, contra España, a los que se proclamó sinónimos con inconmensurable imbecilidad. Y así se consiguió la fusión del internacionalismo marxista con el separatismo burguesito, absurdo político que sigue siendo hoy el principal problema político de nuestra pueblerina España.

Y lo más divertido de todo es que algunos de los dirigentes de los partidos que desean la secesión de la oprimida e invadida Cataluña son esos andaluces, extremeños, murcianos y demás gentes de mal vivir que tanto asco han dado siempre a los señoritos catalanistas.

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