Salvo los especialistas y algunos escritores, pocos más conocen con detalle la existencia de unas auténticas cartas apócrifas que Cristo dirigió a el rey Abgar V o Abgaro Ukama, El Negro, toparca de la ciudad de la antigua Edesa, hoy la turca Urfa o Sanliurfa. Me di con ellas en lo que se conoce como el "Espasa", tal vez la enciclopedia en español más importante de todos los tiempos, editada, hay que ver cómo son las cosas, en Barcelona. Como se decía hacia 1930, todo conocimiento comienza con el Espasa.
Hubo otra carta de Jesús, caída del cielo se ha dicho, relacionada con la fiesta del Domingo, una maravillosa aportación a la institución del descanso laboral en todo el mundo, pero menos relevante. La de Abgar, además de antigüedad, fue "acreditada" y gozó de enorme popularidad en diversas culturas a través de los siglos, como destaca el especialista Aurelio de los Santos Otero.
De todo lo que se decía en la Enciclopedia Espasa sobre Abgar el Negro, deslumbraba sobremanera el que se hubiera carteado con Jesucristo, nada menos. Sabíamos los incultos que Jesús anduvo entre los doctores en el Templo de Jerusalén pero no que hubiera escrito nada. Fue Eusebio de Cesarea, el historiador más embustero de la antigüedad según Jacob Buckhardt citado por Juan Eslava y poco apreciado por Gibbon, Voltaire y otros muchos, el responsable de la difusión de la carta. En su Historia Eclesíástica, en el libro I, XIII, la transcribe íntegramente del siríaco, "palabra por palabra" según afirmó. Decía así, en la traducción directa que del texto de Eusebio ha hecho uno de los más grandes sabios en la materia, el español y chipionero, por cierto, Antonio Piñero:
He tenido noticias de actividades tuyas y de las curaciones que realizas sin medicinas ni hierbas. Pues según cuentan devuelves la vista a los ciegos, haces andar a los cojos, limpias a los leprosos, expulsas a los espíritus inmundos y a los demonios, sanas a los atormentados por largas enfermedades y resucitas a los muertos.
Después de escuchar todas estas noticias acerca de ti, se me ha ocurrido que es por una de estas dos cosas: o porque tú eres Dios, y bajaste del cielo y realizas todas estas cosas o eres Hijo de Dios y por eso las haces. Por esta razón, pues, te he escrito rogándote que te tomes la molestia de venir hasta mí para curarme de la enfermedad que me aflige.
Pues también he oído decir que los judíos murmuran contra ti y pretenden hacerte mal. Yo tengo una ciudad muy pequeña, pero digna, que es suficiente para los dos.
Que alguien escribiera a Jesucristo en aquel tiempo, casi generalizadamente ágrafo, es una sorpresa. Pero llena aún más de estupor el contenido de la supuesta carta de respuesta de Jesús al toparca por medio de un correo llamado Ananías. Escribió Jesús (hay quien dice que dictó porque no sabía escribir):
Abgaro, eres dichoso por haber creído en mí sin haberme visto. Pues de mí está escrito que los que me hayan visto no creerán en mí, para que aquellos que no me hayan visto crean y vivan. Y sobre todo lo que me has escrito pidiéndome que vaya hasta ti, es preciso que cumpla aquí todas aquellas cosas por las que fui enviado. Entonces subiré de nuevo al lado del que me envió. Pero cuando sea elevado al cielo, te enviaré a uno de mis discípulos para que cure tu enfermedad y os otorgue la vida a ti y a los tuyos.
No es para desanimarse por nuestra falta de conocimiento de tantas y tantas cosas que tienen repercusión, como veremos, en la vida española del presente. Pero, para ser conscientes de nuestras carencias, digamos que sobre esta carta, hay algunos autores más cercanos que han escrito. Por citar a alguien próximo en el tiempo, y española por más señas, la periodista Julia Navarro comienza precisamente su novela La Hermandad de la Sábana Santa, cuando Abgar dictaba la carta que mandó a Jesús. También comenzó con ella la obra del dieciochesco y poco apreciado Tomás de Añorbe, La tutora de la Iglesia.
Pero hay más. Ana Catalina de Emmerich cuenta en sus Visiones y Revelaciones que Abgar fue curado de la lepra por Tadeo, el discípulo enviado a Edesa. Benito Jerónimo Feijoó añade, en su diagnóstico, la penosa gota. Esas deben ser las dos enfermedades incurables a las que alude Gonzalo del Cerro en su síntesis de la leyenda. Añade alguno la melancolía. Otra española, gallega por más señas, Egeria, que no fue una ninfa sino una casi santa y extraordinaria peregrina cristiana del siglo IV - hoy diríamos turista religiosa -, fue a Edesa y menciona en su Itinerario la carta de Jesús ,"que se guarda con gran reverencia en la ciudad de Edesa..."
De Abgar arrancan tradiciones que siguen en Europa y en España
Puede parecer que el rey Abgar de Edesa, Ukama, El Negro, es alguien que no tiene que ver con el presente. Pero no es así. Digamos para empezar que en la Iglesia oriental es un beato, tal vez un santo, más por la correspondencia y proximidad que se creyó tuvo con Jesús que por sus obras. De hecho, las iglesias cristianas de Siria y Armenia lo conmemoran en junio y septiembre. Pero además su efigie ha llegado a aparecer en un billete de curso legal y cuando ocurre algo así, es que está bien presente. En el billete armenio de 100.000 drams, aparece Abgar y en su bandera el retrato de la cara de Cristo, el mandylion, leyenda a la que aludiremos enseguida.
De Abgar arrancan dos tradiciones que persisten en Europa y, cómo no, en España. De la primera, la de la Sábana Santa, la Síndone, a cuyo discutido fraude dedicó Juan Eslava todo un libro donde menciona varias veces a Abgar, ya se ha escrito mucho. Menos se sabe de otra famosa imagen que algunos defienden que guarda relación con la tradición de la Verónica, una mujer que secó el rostro de Cristo camino del Calvario ocurriendo el prodigio de que la cara del condenado se grabara en el lienzo. Este nombre, Verónica, se dio incluso a un pase del toreo en el que la cara del toro se funde casi con el capote. El escritor andaluz no cree una palabra sobre el famoso "mandylion", pero su leyenda sirve de marco a tradiciones sobre la Santa Faz vigentes actualmente en la Semana Santa de toda España.
La historia, en el resumen del especialista Gonzalo del Cerro, se refiere a Tadeo, el discípulo que se envió por fin a curar a El Negro (es increible que Jesús tardase tanto en curar a alguien, musita el padre Feijoó), como le prometió Jesús en la famosa carta. Lebbeo o Tadeo, protagonista de otro escrito apócrifo del siglo IV o V, habría curado al enfermo y le legó un retrato de Jesús inscrito en un paño. La cofradía de la Verónica de Totana (Murcia) se refiere a Abgar en algunos de sus Cuentos de la Semana Santa y dice en una derivada del relato que
hizo venir al mejor de los pintores que había en su corte y lo envió a Israel para que hiciese el mejor retrato de su vida, el retrato del rabino que traería la curación del rey y la prosperidad para el pueblo.
Otro hilo de la leyenda.
De todos modos, la carta de Cristo a Abgar fue considerada y mencionada incluso por Voltaire en su Diccionario Filosófico. Dijo el francés, que incluyó la carta en su entrada Apócrifos lo siguiente:
Carta de Abgar a Jesucristo, y respuesta de Jesucristo al rey Abgar. Se cree que en la época de Tiberio hubo un toparca o gobernador de una de las provincias de Palestina, que sirviendo a los persas se pasó al servicio de los romanos. Pero esta correspondencia epistolar la consideran falsa todos los buenos críticos.
Voltaire dijo que Eusebio de Cesarea escribía con poco "discernimiento" e incluso de ríe de él por creer que Dios habló en griego a Constantino y, por cierto, en diferentes cielos.
Menéndez Pelayo, en su Historia de los Heterodoxos, la consideró una ficción y el propio Flaubert la aduce como argumento de "fondo verdadero" de su abate Jeufroy contra Pécuchet y otros escépticos. No desaprovechó Deschner la oportunidad, en su Historia criminal del cristianismo, de subrayar que en las Actas de Tadeo se refleja que Abgar pidió a Tiberio unas cuantas crucifixiones de dirigentes judíos en venganza por la muerte de Jesús. En fin.
Lo que es indudablemente cierto es que la carta apócrifa de Jesús a Abgar y las leyendas y creencias a que dio lugar a lo largo de los siglos, es una gran historia. Tal vez alguien fabule nuevas cartas de Abgar para componer una sugerente novela sobre los orígenes del cristianismo. Quién sabe.