Mucho se ha hablado, dicho y escrito sobre la relación de Pablo Escobar y su entorno narcotraficante con el fútbol colombiano. Hay mucha parte de leyenda, mucha parte de mentira, pero también mucha parte de realidad. Aquí, dentro de la complejidad que encierra hablar de uno de los narcotraficantes más importantes de la historia, vamos a tratar de desgranar cuál fue su relación, directa o indirecta, con el fútbol. Y sus consecuencias…
Lo primero que hay que tener en cuenta es que Pablo Escobar siempre fue un enamorado del fútbol. Como para muchos de sus compatriotas, el fútbol era algo más que un simple entretenimiento. Era pasión, era fervor. Nunca escondió su seguimiento al Deportivo Independiente de Medellín.
No sólo eso. También usó el fútbol como modo de ayuda y diversión para niños marginados, para los que creó campos de fútbol por todo Medellín bajo el programa Medellín sin Tugurios, y varios son los que afirman que llegaron a profesionales gracias a su apoyo. Leonel Álvarez (quien llegara a jugar en el Valladolid), el más conocido de ellos.
Aquella manera de ayudar a los más desfavorecidos, dándoles un campo de fútbol, una iluminación, unos vestuarios… una manera, al fin y al cabo, de crecer en un entorno diferente a las calles, hizo que Pablo Escobar se granjeara el cariño del pueblo, que todos le admiraran. Sin tener en cuenta cómo lo hacía, de dónde provenía el dinero con el que afrontaba todas esas gestas y obras.
Y ahí radicaba el problema. Porque si de algo le sirvió el fútbol a Pablo Escobar fue para mover dinero, blanquear, crear y destruir influencias. Todos lo sabían, aunque nadie quería aceptarlo. Pero el dinero relacionado con el narcotráfico, siempre, más tarde o más temprano, y pese a haber sido una luz en algún momento, termina siendo una tragedia. Siempre.
Un gran mercado para blanquear
Sin hacer distinciones, Pablo Escobar inyectó cantidades importantes de dinero a los dos equipos de Medellín: Independiente y Atlético Nacional. Nunca fue presidente ni directivo de ninguno de los dos, pero siempre tuvo gente de su más entera confianza en ellos; gente que veía en los traspasos de futbolistas, en las apuestas, en la compra venta de entradas… magníficos mercados con los que lavar el dinero que procedía del narcotráfico.
Por ejemplo, en el Deportivo Independiente de Medellín estuvieron Pablo Correa y Héctor Mesa, encontrados muertos años después a raíz de un supuesto ajuste de cuentas entre mafiosos. Y en el Atlético Nacional se integró la familia Botero Moreno, estrechamente ligada al auge de Pablo Escobar.
Evidentemente, ambos conjuntos se beneficiaron de la circunstancia y conformaron grandes plantillas.
Escobar y sus peones no fueron los únicos narcos que entraron en el mundo del fútbol. En Millonarios, por ejemplo, estaba Gonzalo Rodríguez Gacha. Y en Santa Fe, Fernando Carrillo Vallejo. Y eso sólo por hablar de los casos más famosos.
El movimiento que se producía de dinero, de grandes cantidades de dinero, hizo que todos los equipos vieran incrementadas sus arcas, pudiendo permitirse el lujo de atraer futbolistas extranjeros que pasaban a cobrar una importante ficha. El propósito, como explica el periodista colombiano Nicolás Samper, era obvio: tener al pueblo de su lado:
¿Quién les iba a reprochar moralidad, si les daban alegría con sus inversiones en futbolistas imposibles?
Todo aquello, como refiere Pacho Maturana, seleccionador colombiano en más de 100 encuentros a finales de los 80 y principios de los 90, provocó que el nivel del fútbol colombiano creciera. Fue la época dorada del fútbol colombiano, que en Italia 90 se clasificó por primera vez en 28 años para un Mundial, llegando a alcanzar los octavos de final. Repetiría clasificación para Estados Unidos 94 y Francia 98. Colombia no volvió a un Mundial hasta 2014.
Pero todo era falso. Era una burbuja de dinero irreal, de dinero negro, de dinero procedente del narcotráfico… y que hizo que el fútbol colombiano, en realidad, estuviera ya manchado. Como lo demuestra la muerte del linier Álvaro Ortega.
Muertes ligadas
Ortega formaba parte del equipo arbitral de un duelo entre Independiente y América de Cali en el campo del primero, el Atanasio Girardot, y que terminó con empate a cero. El América de Cali también disfrutaba de dinero procedente del narcotráfico, en este caso de Gilberto Rodríguez Orejuela, líder del cartel de Cali.
Por eso era mucho más que un simple partido. Y por eso a Escobar no le gustó nada la actuación del linier, que privó de la victoria a la DIM. Según relata en el documental Los dos Escobar Jhon Jairo Velásquez, conocido como Popeye, sicario de confianza de Pablo Escobar, éste ordenó el asesinato de Ortega. "Ese día yo estaba al lado del patrón y América de Cali le ganó al Medellín con la mano del árbitro. Pablo quedó muy ofendido y le ordenó a Choco que buscara al árbitro para matarlo", afirma. Ortega moriría esa misma noche tras ser disparado.
Aquello se tornó en una gran situación de pánico para los colegiados colombianos, con un goteo continuo de renuncias de muchos de ellos. Así que la Federación Colombiana de Fútbol tuvo que tomar medidas drásticas, impulsada también por la FIFA, y unas semanas después se cancelaba la competición.
No sería la única muerte del mundo del fútbol relacionada con el narcotráfico. Ni mucho menos. La más importante se produciría en 1994 –con Pablo Escobar fallecido poco antes, pero con la mano negra del narcoterrorismo aún presente–, cuando el futbolista Andrés Escobar fue asesinado pocos días después de haber marcado en propia puerta en un partido de Colombia ante Estados Unidos en el Mundial.
Por el crimen fue condenado como autor material Humberto Muñoz Castro, guardaespaldas de los hermanos Pedro David y Juan Santiago Gallón Henao, miembros destacados de Los Pepes, Perseguidos por Pablo Escobar, el gang criminal surgido para acabar con la vida del célebre narco.
Partidos clandestinos…hasta en la cárcel: La Catedral del fútbol
Pero la relación de Escobar con el fútbol colombiano iba mucho más allá del blanqueo de dinero en los equipos de Medellín. Para colmar su fervor por este deporte, y como modo también de pretender demostrar su superioridad, fueron habituales los partidos clandestinos bajo su supervisión en sus diferentes fincas.
Escobar se reunía con Gonzalo Rodríguez Gacha, otro narco destacado, y montaban sus propios equipos con futbolistas procedentes de Atlético Nacional, de Independiente o de Millonarios de Bogotá. Los hacían acudir a las fincas, los mezclaban independientemente de su equipo y les hacían jugar partidos en los que los dos narcos apostaban importantes cantidades de dinero. Al concluir, cada jugador recibía también su recompensa económica.
Quizá el caso más llamativo de esa relación entre Pablo Escobar y los futbolistas fue el de René Higuita. El portero titular de la selección colombiana y de Atlético Nacional visitó al narcotraficamente en la cárcel La Catedral, como muestra de su apoyo. Aquello provocó un gran cisma en la sociedad colombiana, conllevando incluso que el guardameta fuera apartado de la selección.
No fue el único, aunque fuera a él a quien captaran las cámaras. Según reconoce Faustino Asprilla –una de las estrellas de aquella Colombia–, todos los jugadores de la selección fueron a visitar a Escobar a la cárcel, e incluso llegaron a disputar un partido en los terrenos de la prisión. Muestra sin duda del enorme poder que tenía sobre todas las autoridades.
Todo explota
Pero con la muerte de Pablo Escobar, en diciembre de 1993, todo terminó de explotar. Las reacciones que se generaron fueron distintas: a su entierro acudieron miles de personas, en su mayoría de los barrios pobres de Medellín, agradecidas por todo lo que les había dado. Pero el Gobierno colombiano lo clasificó como un triunfo en la lucha contra el narcotráfico y el inicio del final del mismo, algo que aún hoy no ha sucedido.
Lo que sí quedó latente es el descontrol que se generó en Medellín. La seguridad de la ciudad bajó a mínimos. Todos hacían lo que querían, todos ansiaban ocupar su lugar.
También el fútbol se resintió, evidentemente. En un proceso de saneamiento que se inició tras el asesinato de Ortega en el 89, y que se aceleró tras la muerte de Escobar, los clubes comenzaron a tener menos dinero, los grandes jugadores abandonaron el país y el fútbol colombiano perdió protagonismo.
Muchos fueron los equipos que quedaron en problemas financieros, e incluso que vieron canceladas sus cuentas bancarias. Su liga bajo a niveles como no se recordaban, y el combinado nacional pasó por una larga travesía de malos resultados hasta que, en Brasil 2014, regresaba a un Mundial 16 años después de hacerlo por última vez.
Mientras, la figura de Pablo Escobar es vista de muy diferente manera cuando se habla de fútbol. Por un lado, muchos evocan a la gran cantidad de escuelas y campos de fútbol que construyó en los barrios más marginados, contribuyendo a la salud y formación de muchos futbolistas. Pero por el otro, es imborrable el estado de pánico y nerviosismo que llevó al fútbol profesional, derivando incluso en más de una ocasión en la muerte. Su dinero contribuyó al auge del fútbol colombiano, pero también a su muerte.