En las ceremonias funerarias, el humor y, no en todas partes pero en bastantes, la comida, están presentes. Seguramente es una defensa de la continuidad de la vida ante la certeza de la muerte. Lo del humor es proverbial, muy especialmente en la parte de Andalucía que habito. Yo mismo he asistido a velatorios memorables por la calidad de sus chistes. Permitan que, en las proximidades de nuestro Día de Difuntos, haga uso de la vertiente socarrona y burlesca con el que muchos se enfrentan a la parca y sus pesares desde hace siglos.
Una vez me dijo una amiga que fingía ser sabia: "Tú eres la prueba evidente de que el limbo existe porque si no, ¿dónde ibas a ir?" Con el tiempo, he comprendido que aquella sibila de la editorial ZYX me conocía bien. La presunta sospecha de ser carne de limbo me ha corroído durante décadas. No es tan grave porque "el tonto de Rafael" (Alberti), se autorretrataba poéticamente como "tondo llovido del cielo /del limbo y sin un ochavo". Luego se refirió a un ángel, también tonto, que parecía enfermo de limbo. Ahora que nos ronda el Día de Difuntos, la pregunta es: ¿Qué nos espera a los que no tenemos otro remedio que sobrevivir en un limbo, si es que lo hay?
No hemos sido malos del todo. No hemos sido buenos del todo. Hemos confiado en casi todo y nos hemos decepcionado de casi todo. Fuimos creyentes, pero ya no lo somos. Hemos respetado las creencias de los demás cuando ha habido ejercicio de reciprocidad e incluso cuando no. No somos niños, pero fuimos bautizados sin nuestro consentimiento y nos hemos desbautizado voluntariamente hace mucho. Por si fuera poco, hemos nacido en la época "después de Cristo". Parece que nuestro limbo, de ser posible, va a ser raro. Pero, ¿habrá alguno para nosotros?
A pesar de la zozobra, no me siento solo. Bueno será comunicar a los compañeros carnes de limbo, por si no lo saben, que, para la Iglesia, el limbo siempre fue un infierno. Pero, en realidad, no había un solo infierno. Mejor dicho, los limbos, que fueron dos, eran dos infiernos. Bueno, esperen, porque había más. Dante, que lo sabía, situó a su limbo en el primer círculo del infierno.
Repasemos. Según la doctrina tradicional católica, la contenida, por ejemplo, en el Catecismo del padre jesuita Jerónimo Ripalda del primer cuarto del siglo XVII, aunque estudiado aún por los que nacimos en la década de los 40 y 50, no hay un infierno, sino varios.
En éste, el más famoso de los Catecismos, que simplificábamos como El Ripalda (Borges fantaseó confeccionar un Ripalda para mahometanos), en su fórmula del Credo, dice textualmente que Jesucristo fue crucificado, muerto, sepultado y que "descendió (o bajó) a los infiernos". Cuando éramos pequeños imaginábamos que el infierno era uno, grande y tremendo, pero uno. No se nos ocurrió preguntar por esa anomalía inquietante del plural. O no pudimos. O lo atribuimos a su inmensidad. Pues no, no, es que eran varios.
La turbación va más allá. A la pregunta 74 del Catecismo, "¿Qué entiendes cuando dices que bajó a los Infiernos?", se responde: "El lugar de los Justos, donde esperaban el advenimiento de Cristo Resucitado. También: el Infierno de los Condenados; el Limbo de los niños muertos sin Bautismo y el Purgatorio". Lo dicho, cuatro infiernos.
En otro catecismo anterior, el del padre Gaspar Astete de finales del siglo XVI, que alguno metamorfoseó en romance, se menciona con mayor claridad la existencia de los cuatro infiernos. Así de rotundo lo dice: "Pregunta: ¿Pues hay más de un Infierno? Respuesta: Hay cuatro en el centro de la tierra, y se llaman: Infierno de los condenados, Purgatorio, limbo de los niños y limbo de los Justos o Seno de Abraham". (También se conoce a este último como Valle de Josafat)
Arromanzado por Don Teodoro Domínguez de Valdeón, Párroco de Roales de Campos, diócesis de León "para que lo puedan cantar los niños de la catequesis, al principio, medio y fin de la misma, hasta que lo aprendan de memoria", sonaba así:
¿Cuántos, pues, son los infiernos?
—Cuatro distintos, que son:
Infierno de condenados.
purgatorio (o de expiación)
limbo de niños y seno
que de Abraham se llamó,
o también limbo de justos
porque fue de esta mansión.
Cuatro infiernos, de los cuales dos eran Limbos
Dicho lo cual establezcamos ya sin duda alguna que, para la Iglesia Católica, al menos en España, había cuatro infiernos de los cuales dos eran Limbos. Pero, ¿qué eran estos limbos?
Según el catecismo de Astete:
...el limbo de los niños es el lugar adonde van las Almas de los que antes del uso de la razón mueren sin el Bautismo; y el de los Justos o seno de Abraham, el lugar adonde, hasta que se efectuó nuestra Redención, iban las Almas de los que morían en gracia de Dios, después de estar enteramente purgadas, y el mismo a que bajó Jesucristo real y verdaderamente.
Esto aclara que Jesucristo no bajó a los infiernos sino al limbo de los Justos, descenso que ha sido muchas veces figurado en la historia de la pintura, al contrario que el limbo de los niños que lo ha sido mucho menos si bien mucho más tétricamente.
Hay otro catecismo más reciente, el Mayor de San Pío X, ya en el siglo XIX, que no menciona más que un limbo, el de los Santo Padres y los hombres de buena voluntad que murieron antes de la redención de Jesucristo, aunque siguen deduciéndose los demás.
Lamentablemente, la Iglesia ha dejado de hablar del limbo, como si nunca hubiera existido. Del primero, el limbo de los justos, ya no se habla porque nadie puede ir a él desde la resurrección de Jesucristo en el siglo I. Las almas de los hombres, mujeres y niños que allí se encontraban ya fueron redimidos cuando, precisamente, el Cristo muerto descendió a los infiernos, expresión que, según los catecismos, se refería a ese limbo. Desde Adán al siglo I, tuvieron que ser muchos los millones de almas perdidas las que se agolpaban en ese valle de Josafat o seno de Abraham.
Limbo de los niños
Respecto al limbo de los niños, la verdad es que nunca fue dogma pontificio con sello de infalibilidad. Como explicó la Comisión Teológica Internacional dependiente del Vaticano, "la teoría del limbo, a la que ha recurrido la Iglesia durante muchos siglos para hablar de la suerte de los niños que mueren sin Bautismo, no encuentra ningún fundamento explícito en la revelación". Y eso que ha sido la doctrina tradicional de la Iglesia desde San Agustín, que lo apoyaba como verdadero infierno de sufrimiento moral. Menos mal que la historia, especialmente Santo Tomás de Aquino, buey, pero no mudo, suavizó el tormento porque, ¿qué culpa podría tener un niño muerto sin bautizar?
Ahora, a pesar del pecado original, los niños muertos sin bautismo pueden optar a cierta visión beatífica. Bueno, en realidad, el padre de los Machado nos informó de que, aunque esos niños no tenían pena ni gloria, veían la luz el día de la Candelaria porque llegaban a ellos los resplandores de los cirios que acompañaban a la procesión de la Virgen y hablaban el día de la Virgen de la O, que, claro, es una letra.
En fin, que había dos limbos reconocidos, que eran dos infiernos, aunque menores y que ya no habla de ellos ni la Iglesia. Aunque siguieran existiendo ahora, no nos valdrían para un descanso temporal y/o eterno adecuado a nuestra peculiar índole. Encontraríamos cerradas las puertas del limbo de los niños porque ya no somos niños y muchos fuimos bautizados. Tampoco podríamos traspasar las puertas del limbo de los justos porque nacimos después de Jesucristo. ¿Entonces?
Pues para hacer buena la sentencia del oráculo que nos define como carne de limbo necesitamos un tercer limbo. Ya no importa que sea reconocido por la Iglesia o no. Seguramente es un limbo confuso, como el de Rosalía de Castro a las orillas de su Sar.
Podríamos caracterizarlo como el lugar simbólico donde habitan y habitarán todas las personas que reconocemos con naturalidad que no lo sabemos todo, que no podemos crearlo ni creerlo todo, que no lo comprendemos todo, que no lo queremos todo, que no confiamos en todo, que no lo amamos todo, que no lo aceptamos todo y que no lo esperamos todo. Tampoco lo maldecimos, ni lo bendecimos, todo.
Somos el conjunto de seres conscientes de que es posible ser tranquilamente libres estando atentos a la razón científica y filosófica y a la autoridad moral por encima del fanatismo y la hipocresía. No somos santos ni demonios ni siquiera tan pecadores que nos merezcamos un Purgatorio. No, no. Necesitamos este limbo, ahora, en la hora de nuestra muerte y después. Deseamos un limbo en el que, si no podemos ser felices del todo, al menos podamos estar armados con la libertad tranquila. Y, a ser posible real, no un videojuego ni un limbo-rock.
Aclaremos que el nuestro no puede ser el limbo donde residen los despistados, los cortos de cabeza y corazón, los crédulos o los bobalicones. Ciertamente esa es la acepción de limbo que ha triunfado en la literatura, si bien no siempre, y desde luego en el habla popular. Estar en el limbo significa casi siempre estar fuera de la realidad, sin enterarse de nada importante, en las nubes de Sócrates o en la Babia española.
Un limbo aceptable para el siglo XXI
Se trata de comenzar a poner encima de la mesa los materiales de los que puede surgir una nueva idea del limbo que sirva en esta vida y, si fuese menester por posible, en la otra. Fourier, el socialista utópico, distinguía entre limbos ascendentes, la infancia, vamos, y limbos descendentes, situados en el cuarto estadio de la vida del género humano, esto es, su caducidad. Optamos, naturalmente, por este último. En el limbo fetén hay que tener experiencia.
No compartimos, pues, la idea de Giner de los Ríos, que atribuía un limbo de animales, niños y hombres primitivos del que hay que emanciparse. Antes bien, apostamos por un limbo que nos eleva a la plenitud de nuestro ser. Uno de los autores que recordamos menciona el limbo con cierta frecuencia es, curiosamente, Gabriel García Márquez. Aunque habla de un limbo de desamor, luego se esmera. Cuando describe la vida del asistente del general en su laberinto, habla de limbo civil, y esa idea es nutritiva para nuestro nuevo limbo. Eso sí, en un relato titulado Eva está dentro de su gato, García Márquez hace que su protagonista crea estar en un limbo con tinieblas. Pero de pronto se pregunta: "¿Por qué tendría que estar en el limbo? ¿Acaso había muerto? No. Simplemente fue un cambio de estado, un tránsito normal del mundo físico a un mundo más fácil, descomplicado, en el que habían sido eliminadas todas las dimensiones". Eso nos conviene.
Ah, y Borges, en el sueño de un sueño, imaginó una calle del Limbo, un pabellón de condenados, un mundo fuera del mundo donde si le falta alguno de los sentidos, lo reemplaza con otro. Incluso con jerarquía del crimen. Borges sabía que había cuatro infiernos y dos limbos porque había leído el Astete y el Ripalda. Cita los Diálogos en el limbo, del filósofo hispano-norteamericano Santayana y creía que los niños lloraban en su limbo. Pero no, Borges no se dio cuenta de la potencia que encierra un nuevo limbo.
Aun aceptando este caos de fuentes iniciales, hay que dar prioridad al siglo XX y a la literatura española, que alguna pista aportará. Por autoridad moral hay que empezar escuchando a la generación del 98. Manuel Machado habla de un limbo intelectual español consistente en una "mezcla de indiferencia y de incultura irredimibles. Irredimibles, porque, ignorándolo todo, lo despreciábamos todo también". Vale. Su hermano Antonio no dijo nada del limbo.
Teníamos esperanza en Pío Baroja, ahora en pleno aniversario, pero nada de limbo, como de música, como subraya Andrés Amorós antes de llevarse la contraria. Sólo menciona a algunas proveedoras de niños para el limbo, ya comprenden. Azorín no se libera del significado tópico. Ganivet, nada de nada. ¿Y Valle-Inclán? Nada, ni fumando kif. Maeztu, tampoco. Hombre, sí, Blasco Ibáñez, nos habló de un limbo de "quietud contemplativa". Interesante.
Limbo como germen de nuestra persona
Unamuno sí que habla mucho del limbo como germen de nuestra persona, como subconsciente, como memoria, pero nos interesa más su limbo del corazón: "Y allá, más dentro, en el cerrado limbo/del corazón un encendido brote/de flor de infinitud, rojo corimbo". Y mucho más esa otra idea del limbo como lugar donde duermen las almas de nuestros antepasados. Sobre todo, otra más, en Cuentos de mí mismo, cuando uno de sus personajes dice: "Yo creo en un limbo para los buenos y en un Infierno para los malos." Nosotros también. Por eso.
Más adelante, tal vez el año que viene, examinaremos a los poetas del 27. Ya hemos mencionado a Alberti, que a lo mejor supieron algo del nuevo limbo. Gerardo Diego incluso escribió un libro de versos con ese nombre: "Hace tanto frío que se abren las hojas de los libros nuevos". Una pista sobre Lorca: "Así pájaro clown desapareces/para nacer en otro sitio. /Así pájaro esfinge das tu alma/de ave fénix al limbo". Y poco más.
Una excepción del pasado. No hemos leído entero el libro titulado Cinco horas en el limbo y nuestras tataranietas, que es del siglo XIX. Pero, hojeándolo, tomamos nota de su interés ya que en el limbo que visita encuentra "políticos cándidos, poetas que hacen acrósticos, filósofos krausistas, descifradores de charadas, negociantes tiernos de corazón, aficionados al espiritismo, hombres que se apuran por cuidados ajenos y negocios del porvenir, y otras personas como esas, igualmente buenas e incapaces de pervertir a la infantil población de estos lugares". Esto puede servirnos. Pero no podemos abarcarlo todo.
Dejamos aquí la tarea de estos prolegómenos que tenemos que ir a por flores para embellecer a los habitantes de este nuevo limbo que nos precedieron. Por cierto, Ortega, que lo hemos repasado, ni lo menciona. En fin, está difícil definir un nuevo limbo, pero seguiremos el año que viene, ya más ordenados y leídos.