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Los primeros fusilados de Fidel Castro

En su serie '1959' el pintor y escritor cubano Juan Abreu homenajea a las primeras víctimas del régimen criminal castrista.

Juan Abreu

Hay una escena en Antes que anochezca, el biopic de Julian Schnabel sobre Reinaldo Arenas basado en sus memorias homónimas, en que el protagonista se refiere a los hermanos Abreu, Juan, José y Nicolás, escritores como él, como "las hermanas Brontë". No aparecen más que en ese instante, aunque en verdad habitaron una parcela más ancha, pero sobre todo más honda, de la vida de Rey. En 1974, cuando el régimen declaró a Arenas en 'busca y captura', éste trató de zafarse de la policía ocultándose en el Parque Lenin, un delirante mausoleo ajardinado en el extrarradio de La Habana. Allí, camuflado entre yagrumas, caña brava y framboyanes, el prófugo no dispuso de otras vituallas que las que le procuró, jugándose el tipo, Juan Abreu. Suyas también fueron las cuartillas en las que, mientras había luz natural, Arenas fue escribiendo el embrión de su obra póstuma. De ahí, en parte, que ésta llevara por título Antes que anochezca. Hoy, después de haber conversado con Juan sobre aquellos días, las palabras de Arenas presentan una textura algo más rugosa:

Cuando la vigilancia se hizo más intensa, Juan iba hasta el lugar donde habíamos acordado encontrarnos y, en lugar de esperarme, me dejaba algo de comer. [...] A los tres días de estar escondido vi a Juan caminando por entre los árboles. Se había atrevido a llegar hasta allí. Me dijo que mi situación era realmente terrible; para despistar, se había pasado el día tomando guaguas diferentes para llegar al parque.

Suyas también fueron las cuartillas en las que, mientras había luz natural, Arenas fue escribiendo el embrión de su obra póstuma.

Precisamente estos días se reedita A la sombra del mar. Jornadas cubanas con Reinaldo Arenas, el libro en que Juan relata la persecución a que aquella Cuba sometió a su amigo, y cómo ambos abandonaron la isla en el Éxodo del Mariel junto a otros represaliados, disidentes y detractores. El castrismo los tachó, con el patético desdén que suelen gastar las dictaduras, de "indeseables", y que fueran 125.000 no supuso problema alguno.

Juan vive hoy en Valldoreix, a la espalda de Barcelona, y no ha perdido la conciencia de ser un indeseable. De hecho, ha dedicado gran parte de su obra, tanto literaria como pictórica, a divulgar el modo en que Cuba los produce. Sus textos iluminan con descarnada lucidez el relativismo de la socialdemocracia europea, rendida a la entrañable fotogenia de la miseria cubana. Su más reciente puntualización respecto a La Pavorosa, como suele llamar a su patria, es de orden semántico: Cuba, además de cárcel, es un paredón flotante. Desde el triunfo de la Revolución, en 1958, Fidel y Raúl Castro han fusilado a cerca de 6.000 cubanos, según los registros más pesimistas, y a Juan se le ocurrió que debía inmortalizar, en una serie de retratos, a los muertos de los que tenía constancia: bastaban una foto y un nombre. La serie se llama, con cardinal luminosidad, 1959.

Sus textos iluminan con descarnada lucidez el relativismo de la socialdemocracia europea, rendida a la entrañable fotogenia de la miseria cubana.

De los fusilamientos también habló Reinaldo en su atardecer:

Después se crearon los llamados 'tribunales revolucionarios' y se fusilaba a la gente rápidamente: bastaba con la delación de alguien ante algún juez improvisado por el nuevo régimen. Los juicios eran representaciones teatrales donde la gente se divertía viendo cómo condenaban al paredón a un pobre diablo, que tal vez sólo le había dado una bofetada a alguien que ahora aprovechaba para vengarse. [...] Han pasado más de 30 años y Fidel Castro sigue celebrando esos juicios teatrales y, desde luego, de vez en cuando, también los televisa. Pero ahora Castro ya no fusila a los esbirros de Batista, fusila a sus propios soldados y a veces hasta a sus propios generales.

En casa de Juan Abreu

Juan me ha citado en su casa, donde el estudio, que ha terminado por devorar el salón, es ahora una suerte de museo doméstico que procura al visitante una experiencia estética, es decir, moral, sin parangón. La cocina, pegada al estudio, no es del todo impermeable a esa experiencia, a la que hoy se añade un cierto aire festivo. Tanita, amiga de la familia, ha preparado tostón frito y arroz con pollo, y Juan ha abierto una botella de vino blanco, un verdejo tan risueño y moderno como él. Al poco se incorporan la mujer de Juan, Marta Sugrañes, y la reportera Anna Pazos, hija de Marta, recién llegada de Kazajstán. Mientras comemos, y como es costumbre con Juan, charlamos de literatura y mujeres, si bien el Gran Asunto se va abriendo paso en la conversación. Para Juan, el metro patrón de la infamia es Cuba, y cada vez que percibe en su entorno un rasgo de aquel crepúsculo, arruga la nariz. Como si Cuba hubiera ido diseminando por el mundo fragmentos de indignidad. Dentro, en el salón, aguardan los muertos.

Lo primero que llama la atención es el colorido. Al contrario de lo que cabría esperar de una serie elegíaca, ésta no irradia tristeza ni pesadumbre, sino luz, viveza e incluso júbilo. "No quería que remitieran a la muerte, al duelo, sino que fueran algo así como una celebración de la vida; en cierto modo, lo que he he intentado es restituir en sus rostros la alegría de vivir. Una redención. Eso es, sí, una redención; la acción redentora del arte". Realizados sobre tablillas cuasi cuadradas de no más de palmo y medio de base, los retratos de Abreu son los de un Matisse desprovisto de adustez; un Matisse, permítaseme, de la movida. Mientras que unos lienzos han pedido una técnica acuosa, como acuarelada, en otros prima la emplastadura ólea; los trazos, en cualquier caso, son igual de descarados: a semejanza de su escritura, la pintura de Abreu también carece de comas superfluas. Y además no hay tiempo, qué demonios, nunca lo hay.

Los retratos de Abreu son los de un Matisse desprovisto de adustez; un Matisse, permítaseme, de la movida.

La mayoría de los fusilados son de primera hora, de cuando la eferverscencia del proceso revolucionario propiciaba la confusión de los opositores con espectrales agentes del batistato. Individuos jovencísimos, culpables de lesa heterodoxia; liberales, conservadores, socialistas... Algunos de ellos visten uniforme de colegial. Abundan, asimismo, los militares; guerrilleros que, habiéndose rebelado contra Batista, se rebelaron después contra Castro. Juan personaliza la crueldad del fratricidio en el caso de Antonio Chao, del que dejó el siguiente retazo en su blog, Emanaciones, escrito a partir de la fotografía que le sirvió de modelo: "Mi hermano me manda una foto de Antonio Chao Flores, para mi serie 1959. Es un muchacho rubio que aún no tiene veinte años y que nos mira con una sonrisa algo triste me parece y los ojos verdes. Chao Flores combatió contra el ejército de Batista a favor de los llamados revolucionarios y hasta alcanzó la portada de las revistas al triunfo de los Castro por su juventud y por su carácter aguerrido. Acusado de traición, por declararse anticomunista y alzarse en armas contra los fidelistas, fue fusilado en la fortaleza de La Cabaña. Pocos meses antes, herido en combate, le habían amputado una pierna. A la hora de llevarlo a matar, los milicianos le quitaron las muletas con las que se mantenía en pie y fue obligado a arrastrarse hasta el lugar de la ejecución, según testigos. Al llegar al muro, Chao Flores, con grandes esfuerzos, se puso en pie y enfrentó a los fusileros. Dicen que sereno. El oficial al mando del pelotón de fusilamiento consideró necesario darle tres tiros de gracia".

En la labor de recabar los nombres y los rostros de los fusilados, Juan ha contado, además de con la ayuda de su hermano, con la de gentes como María Werlay, de la asociación Archivo Cuba; de Luis González Infante, ex preso político, que le envió su libro Rostros/Faces, donde recopila fotografías de víctimas del castrismo. A menudo, han sido los propios familiares de los muertos quienes le han hecho llegar la información. Hasta el momento (este artículo se acabó de redactar a finales de mayo), Juan lleva 301 retratos.

El invierno está llegando a su final y en la piscina de los Abreu Sugrañes late la promesa de un verano eterno. Nada como ese caldo, me digo, para apreciar la vileza del mundo. Del mundo, sí. De vuelta al salón, y entre el ramal de fusilados que asciende por el pasillo, reparo en once retratos algo más desleídos, que forman una especie de cesura en el paisaje. "Son los israelís del septiembre negro, aquellos pobres desgraciados". La setembrina podría ser una hermosa manera de cerrar el círculo, pues en la génesis del proyecto figura la exposición londinense que la artista sufafricana Marlene Dumas dedicó a los muertos del conflicto palestino, y que tanto conmovió a Juan. También, claro está, las fotos de Willy Uribe de los escenarios de los atentados de ETA, publicadas en 2009 en nuestro Factual, coincidiendo con el día y la hora exacta de los crímenes. El círculo, no obstante, sigue abierto. Al cabo, no hay nada tan obsesivo como el afán de justicia. A los fusilados de Fidel seguirán los 43 de Iguala, y a éstos los 21 de Hipercor. La vileza, en fin.

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