Hasta que no lo vimos, no lo creíamos. Y mira que nos lo habían avisado, que desde La Moncloa y desde Génova 13 nos habían repetido una y otra vez que el presidente del Gobierno y del PP se iba a ratificar públicamente en sus propósitos de retirada ante los compromisos del XIV Congreso del Partido Popular. Pero ni siquiera la propia gente de su entorno sabía en qué términos iba decir Aznar lo que tenía que decir. Nadie sabía si cerraría una puerta (la del Gobierno), las dos (del Gobierno y del partido) o si dejaría entreabierta alguna de ellas. O ambas.
Silencio tenso
Cuando habló Aznar se produjo uno de esos silencios que, por su densidad y muda elocuencia, suelen adjudicarse a la Maestranza. Y con razón, porque estábamos ante la última faena de un matador que antes de la corrida ya había anunciado que, tras ser arrastrado el último toro de su lote, iba a cortarse la coleta.
Pero contraviniendo las normas y costumbres de la tauromaquia, esta vez el diestro no salió al tercio, no requirió la ayuda de su mozo de estoques o de su banderillero más antiguo para desprenderse del aditamento capilar, hoy una leve almohadilla que recuerda aquellas holgadas trenzas con que los toreros de antaño se protegían la nuca de una caída desafortunada que los dejara a merced del toro poder o los mandase descalabrados al otro barrio. Esta vez, el hombre que decía adiós se fue solo a los medios y allí, en el platillo, con los pies juntos, brindó su despedida al respetable, al presente y al ausente, al que asistía con un nudo en la garganta a su despedida de los ruedos y al que desde su casa aguardaba la noticia de ese último brindis al sol y a la sombra, a la barrera, a los tendidos, a la grada y a la andanada.
Y lo que dejó sobrecogido a todo el mundo es que Aznar dijo adiós de forma tan clara, nítida, contundente, completa e irreversible como nadie pudo haber pensado antes. Ni una sola reserva, ni una sola precaución, ni una sola rendija que permitiera saber o suponer que, en cualquier momento podría volver a los ruedos. O que no los dejaría nunca.
Cuando dijo "es la última; no habrá más", un silencio se anudó a la garganta del que hablaba y de los que escuchaban. Porque había quedado claro que no competiría en nombre de su partido por La Moncloa, donde lleva seis años, le quedan dos más y podría aspirar razonablemente a otros cuatro años de prórroga, por lo menos. Pero, sobre todo, había dejado claro que también dejaba el partido, la verdadera máquina de poder, la que hace y deshace candidatos, la que forja y derriba presidentes. Aznar también se iba de la presidencia del PP. O sea, que se iba del todo, sin trampas. Sin reservas.
Sorpresa y emoción
Y cuando se constató que se iba del todo, que no había letra pequeña en su contrato de desalojo, cuando se supo de forma fehaciente que Aznar ya se había colocado a sí mismo en unos renglones fijos de la historia, renunciando a la novela-río y a la historia interminable de las ambiciones que nunca se dan por satisfechas, un movimiento de sorpresa, luego de emoción, sobrecogió al recinto. Primero al pequeño, al del Congreso. Luego el grande, al de España. Todavía estamos con la boca abierta y el sombrero en la mano. ¡Chapeau!
Época, 1ª semana de febrero de 2002
Con Aznar y contra Aznar (La Esfera, 2002). Capítulo: "Una muy larga despedida. (Artículos, 2001-2002)".