Extractos del ensayo "Viaje al centro de la nada", del libro Con Aznar y contra Aznar (La Esfera, 2002).
Uno de los personajes menos respetables de la política española contemporánea, Enrique Tierno Galván, dijo una vez que los programas electorales están para no cumplirlos. Se le aplaudió mucho la gracia. Y es que en un régimen de corrupción material e intelectual como el instalado en España durante los largos años de gobierno socialista engañar a la gente era sinónimo de hacer política. También hay un cierto tipo de liberales que podríamos llamar liberales a cuenta, que proclama como base de la salud pública la necesidad de que el Gobierno rinda cuentas hasta el último céntimo de gasto público, pero que no se preocupa por las razones esgrimidas por ese Gobierno para llegar al poder y mantenerse en él. Como si fuera más importante la administración técnica de los recursos públicos que la legitimación del acceso al Presupuesto y la razón de su usufructo.
En el fondo, esos liberales comparten con el socialista Tierno el desprecio por la capacidad de la ciudadanía para entender las ideas políticas, trasfondo de ese despotismo mal llamado democrático que limita la argumentación a la propaganda. Pero si una sociedad no quiere envilecerse hasta servir como simple peana plebiscitaria de políticos sin escrúpulos, debe pedir cuentas a sus representantes no sólo de lo que hacen sino de lo que dicen. Una de las diferencias básicas entre un régimen de opinión pública y un régimen autoritario es que las palabras, los programas electorales, tienen el valor de un contrato. Si se toma en serio la democracia, hay que tomar a los políticos por la palabra, hay que pedirles cuentas tanto en lo material como en lo intelectual. Si se piensa que a los políticos no se les puede tomar nunca en serio, es que se confía muy poco en la democracia y nada en los individuos.
Un poco de historia
El Partido Popular que viene desempeñando el gobierno de España desde hace tres años largos años y está, por tanto, muy cerca ya de clausurar la legislatura completa, ha desarrollado su XIII Congreso en un clima de euforia razonable, vistas las encuestas, y en torno a un lema incesantemente repetido, el del centro reformista, sobre cuyo significado último todo interés resulta justificado. Tras el Congreso, el director del Departamento de Análisis y Estudios de la Presidencia del Gobierno, Eugenio Nasarre, ha publicado un artículo que desde su mismo título, "El Centro reformista" (Nueva Revista, núm. 61, febrero de 1999), se propone explicar el significado preciso de esos dos términos, el centro y la reforma, que tantas cosas pueden querer decir pero que a lo peor no dicen absolutamente nada. Lo único indudable es la autoridad intelectual y política del que lo explica.
Otra cosa, pero precisaría de un ensayo monográfico, sería preguntarse por qué la derecha española, siempre después de Franco, cultiva tan obsesivamente ese atavismo, por qué se ha empeñado en presentarse como centro, tanto si procede del franquismo puro como del antifranquismo de derechas, pero muy especialmente cuando se han unido gentes de ambas preferencias para juntos cortejar o conservar el Poder. Diríase que el centro no es más que una fórmula vergonzante de la clase de política de derechas para ocultar, en unos casos, sus orígenes autoritarios; en otros, su mezcolanza de demócratas con antidemócratas; en ambos, su vacío doctrinal y su identificación nominalista del Poder como centro de todas sus apetencias, como esos "centros" de la copla, que metaforizan la entraña de la mismidad: "Me están doliendo los centros, de tanto quererte así." ¡Oh, Poder!
Entre el liberalismo y el socialismo
¿Qué hace el PP, en todo caso, ante el desconcierto ajeno y la confesada falta de una política adecuada a las nuevas circunstancias? En el terreno teórico, de momento, despistarnos: "El PP, a partir de presupuestos liberales y personalistas, ha elaborado un proyecto, el definido como centro reformista para orientar de modo coherente las políticas que hay que desarrollar en los próximos años". Veámoslo.
La clave liberal está clara en la formación de la "Sociedad de las oportunidades" que traslada el centro de gravedad de la creación de riqueza de lo público a lo privado y del Estado a la sociedad. Acertadamente: el Estado no crea oportunidades sino funcionarios. "Devolver el mayor protagonismo a la sociedad es una operación cultural y política de hondo alcance." Lo sería, si existiese, pero no hay tal cosa. Al margen de errores y aciertos, el dirigismo cultural del PP es todo lo grande que permite el presupuesto y no ha supuesto ningún ahorro con respecto al socialista. Por el contrario, la política de transferencias a las comunidades autónomas en materia educativa o cultural ha supuesto aumentar significativamente el control de lo público sobre lo privado. En cuanto a la operación "política", en el propio Nasarre podemos constatar que sus instrumentos teóricos son una copia del socialismo más tradicional. La famosa distinción marxista y colectivista de "libertades formales" y "libertades reales" se convierte en el PP en una sociedad de libertades, pero ojo, donde no cabe impulsar "sólo las libertades clásicas sino las libertades cotidianas: elegir médico, elegir escuela, elegir modo de ahorrar, elegir vivienda o elegir productos y servicios para consumir".
O sea, que la libertad de elegir, en estos ámbitos y en muchos otros, no es una libertad clásica. Y que lo no clásico, o sea, lo moderno, lo adecuado para los nuevos tiempos, son unas libertades cotidianas de orden cuantitativo pero que o bien ofrece la moderna sociedad de servicios, en cuyo caso sobra la interferencia política, o bien trata de controlar el poder político, liquidando de hecho cualquier política de oferta y, por tanto, de oportunidades. En serio: contraponer o diferenciar unas libertades cotidianas de otras clásicas es asumir la distinción socialista entre libertades formales (políticas) y reales (económicas) que está en la raíz de la negación del liberalismo y del rechazo a una sociedad de las libertades y de las oportunidades. (…) El proyecto nuevo del PP nace lastrado por una moderación que sólo indica escasez y por un diálogo que no se lleva a cabo con la izquierda sino que empieza por asumir sus argumentos.
La pérdida del centro ético
Pero sí hay un espacio muy amplio en todas las sociedades que se sitúa al margen de las querellas partidistas, que pertenece a la sociedad como tal y no a la clase política, que está incluso por encima de las convulsiones históricas. Ese lugar de lo público que proviene y vuelve siempre a lo privado es el de los valores, el de la ética, el de las condiciones morales para el desarrollo de la vida colectiva.
El Partido Popular, desde que Aznar tomó las riendas, hizo hincapié, de modo creciente y porque la sociedad española de las boqueadas felipistas lo demandaba en sus estratos más sanos, en la necesidad de una recuperación de la ética civil y de una regeneración de la democracia, en particular de las instituciones que se habían convertido en todo lo contrario de lo que deberían ser siempre: garantía de libertad para los ciudadanos. Desde que llego al Gobierno, todo lo escrito por el presidente del Gobierno del PP en La Segunda Transición y La España en que yo creo ha quedado en simple ocasión satírica para los publicistas del felipismo. ¿Se burlan sólo de la corrupción de la virtud propiciada por el conocimiento y disfrute del poder? No sólo. También contemplan jubilosos cómo el PP dilapida, a cambio de un supuesto "sosiego" en la opinión que favorecería su asiento en el poder, algo difícil de lograr por la derecha: la bandera de la ética, perdida por la izquierda.
Este PP que acaba de descubrir el mediterráneo centrista ha olvidado sus promesas de regeneración democrática de las instituciones, de reforma de la Justicia para hacerla independiente, de reforma de los servicios secretos para que no sean una amenaza a las libertades, de reforma de la Educación en un sentido humanista, integrador y español. Ha mejorado extraordinariamente la gestión económica, pero mantiene sustancialmente la presión fiscal, en su monto, progresividad y la doble exacción del patrimonio. Las comisiones de investigación parlamentaria han quedado apartadas, en contra de las promesas hechas en la oposición. Peor aún: bajo el manto o la manta del centrismo se ocultan todas esas obligaciones morales y políticas contraídas con el pueblo español. Es verdad que el Gobierno de Aznar se comporta mucho mejor en todos los aspectos que los de González, pero ha renunciado a todo discurso político que no sea el de la simple acomodación a los tiempos desde la perspectiva del poder. Inútil sería buscar en este Gobierno ahíto de satisfacción, embriagado por las halagüeñas perspectivas de una larga estadía en el poder, aquella exigencia ética, del mejor liberalismo "puritano", que hizo concebir a muchos españoles la esperanza de un Poder mejor y de un comportamiento mejor desde el Poder. En fin, la situación de la derecha española parece concebida por un lector socialista de Julio Verne: a las órdenes del capitán Nemo, un cómodo Nautilus tripulado por Nadies viaja interminablemente al centro… de la Nada.