En el siglo XIX, el inmenso patrimonio artístico español fue arrasado. La invasión francesa, las guerras carlistas, las desamortizaciones, el nihilismo anticlerical y masónico en la I República, y, como último clavo, la ausencia de una ley que protegiese el arte e impidiese su venta como sacos de patatas (ésta se promulgó en 1911). La mayor destrucción fue la causada por las tropas de Napoleón Bonaparte, que entraron en España como aliadas.
Según la leyenda rosa adoptada y predicada por numerosos izquierdistas españoles, los franceses trataron de traer la ilustración a una España inculta, pero el pueblo embrutecido y dominado por los frailes se alzó contra ellos. A la vista de las matanzas de seres humanos y los saqueos perpetrados por los ejércitos de Bonaparte en toda Europa, a la vez que el despotismo de los sátrapas nombrados por el emperador, cuesta aceptar esa teoría.
Hitler copió a Napelón el expolio a los europeos
Sobre el despojo planeado de obras artes cometido por los dirigentes del III Reich primero sobre los judíos alemanes y luego en la Europa ocupada se ha escrito mucho y se han filmado películas. Pero antes que Adolf Hitler, Napoleón Bonaparte elaboró un plan para expoliar a los pueblos europeos de su patrimonio histórico y artístico a fin de acumularlo en París.
El hoy conocido como Museo del Louvre llevó el nombre de Museo de Napoleón entre 1803 y 1815. Pero los primero promotores de semejante monumento al expolio fueron los revolucionarios: en 1793 entraron las primeras obras de arte robado a la Iglesia católica, a las órdenes religiosas, a la Corona francesa y a la aristocracia, y que no había acabado en poder de los dirigentes o había sido destruido. En 1794, Napoleón empezó a enviar cuadros, manuscritos, estatuas, armaduras, muebles y otras obras apropiadas en Bélgica, Holanda y Alemania, y en 1797 el saqueo se extendió al Vaticano y a las familias romanas.
Aparte del arte, los franceses extendieron su rapacidad a los documentos. Napoleón confió esa misión a Pierre Daunou, director de los archivos imperiales. A partir de 1809 comenzó el traslado de miles de cajas a la ciudad que el tirano quería convertir en capital de Europa. En noviembre de 1810, el general François Etienne, gobernador de Valladolid, realizó el primer envío del Archivo de Simancas, fundado por Calos I para custodiar los documentos dinásticos y luego ampliado por Felipe II a los documentos de la Administración. Estas 60 cajas, con un peso superior a los 5.000 kilos, las recibió Daunou en enero de 1811 en París. Se produjeron otros tres envíos en 1811. En total, los franceses llenaron con su robo 209 cajas con un peso de 22.134 kilos.
El asesor del emperador para pintura, Viviant Denon, instó a los generales franceses ya en 1808 a que le mandaran pintura española para cubrir ese vacío en el Museo de Napoleón. Según el Prado, ya en 1813 habían llegado a París 250 pinturas sacadas de España por medio de secuestros y robos.
Los tratados de paz firmados en 1814 y 1815 incluyeron la devolución de este patrimonio a sus países, pero los civilizados franceses cumplieron a medias sus compromisos. Por ejemplo, en febrero de 1815 regresaron a Simancas 19.138 kilos de documentos; sin embargo, los archiveros franceses se negaron a devolver 298 legajos porque atañían a la historia de su país: instrucciones de los reyes de España a sus embajadores en París entre 1516 y 1620, negociaciones de matrimonios reales en los siglos XVI y XVII, cartas de los gobernadores de la Cerdaña a los Austrias mayores, el pergamino original en francés del tratado de paz de 1659 sellado en la isla de los Faisanes, etcétera.
En esta reparación quedaron al margen las piezas de arte robadas (o compradas en circunstancias especiales) por el generalato bonapartista, como La Inmaculada Concepción pintada en 1678 por Esteban Murillo de la que se apoderó el mariscal Nicolas Soult en Sevilla en 1813.
Pero a diferencia del patrimonio robado por los nacionalsocialistas alemanes que sigue siendo perseguido y reclamado, una parte considerable del que se apropiaron los caudillos franceses de la revolución y del imperio sigue en los museos y las colecciones particulares del Hexágono.
La derrota francesa al principio de la Segunda Guerra Mundial permitió que España recuperase algo de lo robado.
Francia corteja a España
Estos días se ha cumplido el septuagésimo quinto aniversario del retorno a España de varias obras de arte llevadas a Francia, por las buenas o por las malas: la Dama de Elche, la Inmaculada de Murillo y el tesoro de Guarrazar. La devolución se consiguió mediante un acuerdo entre el general Francisco Franco y el mariscal Philippe Pétain.
Previamente, en enero de 1939, el Gobierno francés, presidido por el radical-socialista Edouard Daladier, había tratado de congraciarse con el Gobierno de Burgos ante el avance militar en Cataluña. El 2 de febrero, París envió un negociador, el senador León Bérard, que se reunió con el ministro de Asuntos Exteriores franquista, Francisco Gómez-Jordana. Juntos elaboraron el Acuerdo Bérard-Jordana, comunicado el 27 de febrero, por París, un día después de que el Gobierno francés trasladase su reconocimiento diplomático al de Burgos. Como parte del acuerdo, muy favorables a la España nacional, París se comprometía a impedir la salida de Francia de los bienes españoles, de titularidad pública y privada, que se encontrasen en su territorio y a devolverlos a España: desde ganado y camiones a oro, joyas y obras de arte.
Con el Acuerdo Bérard-Jordana, los gobernantes franceses querían asegurarse la neutralidad española ante una guerra con el Eje. Y España fue neutral en la guerra que estalló seis meses después, pero eso no impidió la derrota de Francia. Al año siguiente, Petáin, investido jefe del Estado francés por las Cámaras del Parlamento, quiso evitar que España participara en el Nuevo Orden.
En octubre de 1940, se celebraron las reuniones de Hitler con Franco (día 23) y Petáin (día 24) para tratar de formar una alianza europea contra Inglaterra y que fracasaron. El 12 de octubre, según recogen Cédric Gruat y Lucía Martínez (El retorno de la Dama de Elche), el director de los Museos Nacionales y de la Escuela del Louvre, Jacques Jaucard, recibió en París a tres delegados españoles: Luis Pérez Bueno, director del Museo de Artes Decorativas de Madrid; Marcelino Macarrón, delegado en Francia para la recuperación de objetos de arte robados durante la guerra civil; y el pintor José María Sert. Éstos plantearon la entrega a España de varias obras que formaban parte de las colecciones nacionales francesas.
El cuadro de La Inmaculada Concepción lo había adquirido el Louvre en subasta pública realizada en París en 1852 después de la muerte del ladrón Soult y pagó 615.300 francos, la cantidad más elevada desembolsada hasta entonces por una pintura. También pujaron la reina Isabel II de España y el zar Nicolás I de Rusia.
La Dama de Elche había sido comprada por 4.000 francos en agosto de 1897, a los pocos días de haberse hallado. Mientras los funcionarios franceses en seguida quisieron hacerse con ella, el Museo Arqueológico Nacional, al parecer, ni se interesó en comprarla.
El tercer grupo lo formaba el tesoro de las coronas y cruces visigodas descubierto en 1858 en la Huerta de Guarrazar, cerca de Toledo. En 1856, un oficial francés retirado había comprado el terreno y comenzado las excavaciones. El tesoro salió de España sin problemas y apareció en el Museo Cluny, dedicado a la Edad Media, en 1859.
A lo anterior se unieron un lote de esculturas iberas y los archivos de Simancas.
No una reparación, sino un intercambio
El Gobierno español comprendió que una entrega de las obras, que habían sido adquiridas legalmente, podría discutirse después de la guerra, por lo que ideó un intercambio. Ofreció al Gobierno de Vichy otras obras, que en realidad eran de segunda fila, porque o eran aparatosas o eran copias de taller: la mitad de la tienda de Francisco I capturada en la batalla de Pavía, un retrato de la reina Mariana de Austria hecho por Velázquez, un retrato de Covarrubias por el Greco y otras piezas menores.
La entrega fue lenta. El cuadro de Murillo volvió a su patria el 6 de diciembre de 1940, días antes de la fiesta de la Inmaculada. La Dama de Elche y las coronas visigodas llegaron el 8 de febrero de 1941. Y los legajos robados, cuyo retraso se debió al interés de los alemanes por fotocopiarlos y al de los archiveros franceses por aplazar la salida, regresaron a Simancas el 6 de noviembre de 1942.
En 1945, antes de que acabase la guerra, con Francia liberada, empezaron las protestas del establishment cultural francés, pero el Estado francés no planteó las reclamaciones de los conservadores ni tomó medidas contra España. Las obras devueltas permanecen entre nosotros.