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Adolf: la propaganda totalitaria que se lleva hoy

Acaba de publicarse en España una edición crítica de Mi Lucha de Hitler desmitificando las fantasías y planes de un genocida que nadie leyó a tiempo.

¡Si antes de 1930 alguien en Gran Bretaña hubiera hecho caso a Horace Rumbold, embajador en Berlín! ¡Si Horace Rumbold se hubiera molestado en leer el libro del recién nombrado canciller del Reich, Adolf Hitler, cuando se publicó! ¡Si los corresponsales de prensa internacionales no hubieran defendido que "quien está urdiendo un malvado plan, suele mantener su proyecto en el más estricto secreto, y no publicarlo en un libro"! Pero es verdad que nadie cumple el programa electoral. Excepto aquella vez que lo hizo el partido nacionalsocialista alemán.

"Mucho de lo que está ocurriendo aquí y de lo que ocurrirá en el futuro puede conocerse en el extranjero leyendo Mi lucha, biblia y corán del Tercer Reich", escribió en su diario, el 27 de septiembre de 1937, William L. Shirer, corresponsal de la emisora neoyorquina de radio CBS. Y añadió: "Sorprendentemente, sin embargo, no existe ni una sola traducción razonable al inglés o al francés". La primera traducción -abreviada- al inglés es del año 1933. En EEUU apenas se vendió. Costaba tres dólares.

En los años 30, en el Ministerio de Asuntos Exteriores británico la opinión general era que no había que "sobrevalorar aquel éxito de ventas, dado que se trataba de la obra de un presidiario amargado, y no de una serie de opiniones serias que su autor pudiera seguir defendiendo en el futuro".

El primer informe serio de la diplomacia inglesa, el de Horace Rumbold, Mein Kampf Despatch, fue elaborado a mediados de abril de 1933, cuando ya estaba en marcha en Alemania "el boicot contra los negocios hebreos". El mundo se escandalizó con aquella incipiente violencia. El informe llegó hasta "el primer ministro, Ramsay MacDonald, a todo su gobierno, al rey y a los representantes de la Commonwealth". Decía el certero Rumbold que la paz no estaba en los planes de Hitler. Todo era postureo.

"No cabe esperar que el canciller y su entorno recuperen la sensatez"; y "manifiesta una comprensión cínica, y al mismo tiempo, muy lúcida de la psicología del pueblo alemán".

Cuando tienes el placer de leer las 350 páginas de Mi lucha, la historia del libro que marcó el siglo XX de Sven Felix Kellerhoff (Crítica, 2016) ves actualizados aquellos años en los que la nación alemana estaba dispuesta a aceptar "cualquier idea" que se le expusiera "con energía" y también a ese mentiroso necesario, adornado y cursi, amante de las metáforas con animales, que fue Adolf Hitler. Buenos tiempos para la épica.

La editorial Crítica acaba de publicar un libro destinado a ser un clásico de consulta. El historiador, especialista en nacionalismo y redactor jefe del diario alemán Die Welt, lo ha escrito tras consultar fuentes, torrentes de documentos oficiales, correspondencia privada y pública, versiones de Mein Kampf, la biografía de un joven Hitler y biblia nacionalsocialista, estudios históricos y políticos de todo el mundo, "fuentes archivísticas poco o nada exploradas hasta ahora". Este reciente libro desnuda Mi lucha.

El joven Führer, fábulas y leyendas

"El libro de Hitler está rodeado de mitos que hunden sus raíces en la fértil tierra de la ignorancia", dice Kellerhoff. Así ha sido desde 1945 hasta la actualidad. El autor se ha sentado a desenredar varios ovillos históricos: cuándo empezó el odio de Hitler hacia los judíos, si tenía previstos los posteriores gaseamientos masivos o su invasión del este de Europa, la ampliación del "espacio vital" de Alemania.

Una de las partes más esclarecedoras del libro de Sven es el exhaustivo análisis de la autobiografía de Hitler, la primera parte de Mein Kampf. Hitler fantasea y embellece su pasado, oculta hechos y falsea fechas constantemente, "llevado por el deseo de provocar un determinado efecto en el público".

La verdad: Adolf huyó del servicio militar, del que al final se libró por no ser apto. En su juventud tuvo amigos judíos, gente de la bohemia, él se ganaba la vida como pintor de postales.

"Ni un solo testigo de la época de Hitler pasó en Viena pudo describirlo como un enemigo de los judíos. Se echó amigos en el albergue masculino, que le prestaron por ejemplo dinero. Vendía las postales que pintaba a comerciantes judíos. Acudía a veladas musicales que organizaba la familia Jahoda, cuyos miembros se correspondían con el prototipo del judío vienés plenamente integrado"... "Le sorprendía sobre todo la biblioteca… que para Hitler representaba la escala fundamental por la que medir a las personas allí reunidas".

No pasó hambre ni trabajó como obrero de la construcción. De sus padres fallecidos y de una tía fue recibiendo pensiones y ayudas para poder vivir. Nunca contrajo la sífilis, a pesar de odiar la prostitución. Hitler llega a mentir en su libro sobre su participación en la I Guerra Mundial. Estuvo en primera línea sólo quince días. El resto colaboró como correo, cerca de los altos mandos. Y además, "es probable que el alférez judío Hugo Gutmann intercediese de un modo fundamental para la concesión de la Cruz de Hierro de Primera Clase a Hitler el 4 de agosto de 1918". Esa medalla que luego no se quitaba de la solapa.

El libro desmiente también que fuera Rudolf Heß quien mecanografiara la primera parte de Mi lucha en la Prisión de Landsberg, aunque sí corrigió las galeradas.

"Propaganda totalitaria"

Son "doce páginas" de Mi lucha pero su eco es peor que el del fantasma del padre de Hamlet. Por eso este perfil no sería completo sin recordar lo que escribió Hitler en Mi lucha.

"¿A quién ha de dirigirse la propaganda? ¿A la intelectualidad científica o a las masas, menos formadas? ¡Siempre deberá dirigirse exclusivamente a las masas! La propaganda no está pensada para la intelectualidad o para lo que hoy, desgraciadamente, se suele considerar como tal".

La traducción de los textos es del propio Kellerhoff.

"La capacidad receptiva de la gran masa es sumamente limitada y no menos pequeña su facultad de comprensión; en cambio, es enorme su falta de memoria. Por eso, para que una propaganda sea eficaz, deberá concentrarse en unos pocos puntos, que habrá que repetir como consignas.

La magnitud de toda organización poderosa, que encarna una idea, estriba en el religioso fanatismo y en la intolerancia con que esa organización, convencida íntimamente de la verdad de su causa, se impone sobre otras corrientes de opinión".

Recuerda Sven Felix Kellerhoff:

"Lo determinante no es la cantidad de afiliados al partido, se advierte en el libro, sino la intensidad de sus convicciones".

Tras la lectura de Mi Lucha y del estudio del redactor jefe de Die Welt, podemos pedir prudencia para emplear el calificativo de loco. La locura no entiende de moral.

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