En La Genealogía de la moral, Nietzsche muestra su nuevo edificio moral a partir de la crítica despiadada del concepto de "culpa" relacionado con el concepto de la "mala conciencia". Para ello se vale de un análisis filológico, en este caso más bien etimológico, de la palabra alemana schuld. Schuld significa culpa, pero asimismo significa deuda, como puede comprobarse en cualquier diccionario al uso. Nietzsche no se contenta con esta apreciación sino que afirma que la palabra schuld procede del "muy material concepto "tener deudas" (Schulden)".
Ello le permite recurrir a una fase antigua y oscura de la humanidad para definir una relación "original" entre culpa y deuda, entre perjuicio y equivalencia en dolor como expresión del más viejo código moral-mercantil. Lo expresa claramente en el siguiente texto:
"Durante el más largo tiempo de la historia humana se impusieron penas no porque al malhechor se le hiciese responsable de su acción, es decir, no bajo el presupuesto de que sólo al culpable se le deban imponer penas: - sino, más bien, a la manera como todavía ahora los padres castigan a sus hijos, por cólera de un perjuicio sufrido, la cual se desfoga sobre el causante, - pero esa cólera es mantenida dentro de unos límites y modificada por la idea de que todo perjuicio tiene en alguna parte su equivalente y puede ser realmente compensado, aunque sea con un dolor del causante del perjuicio".
De este modo, Nietzsche afronta la demolición de la moral occidental de raigambre cristiana rechazando la pena como consecuencia de la libertad moral del malhechor, para admitir la pena sólo como expresión de una relación de equivalencia entre perjuicio (causado por alguien que se convierte en deudor) y dolor (reclamado por alguien que se considera acreedor), con base en una supuesta crueldad humana originaria.
Pero el filósofo usó más trampas que hacen inarmónica su tesis.
La culpa y la deuda, sólo en alemán
Para desentrañar la primera, supongamos que la etimología de la palabra schuld que propone Nietzsche es la correcta. Como máximo, podríamos aceptar que tal vez sus conclusiones podrían ser admisibles si se limitaran a ser expuestas ante un público alemán. De otro modo, para ser expuestas como conclusiones aceptables para un público más amplio, Nietzsche debería haber tenido mayor consideración con otras lenguas, al menos con las lenguas que componen, además del alemán, la cultura occidental; la Europa a la que él mismo se refiere sin mayor precisión.
Si lo que se busca es el "código genético" cultural de una civilización o de un origen humano general, entonces lo estrictamente alemán es insuficiente y conduce a conclusiones caprichosas emanadas de una intrincada voluntad de interpretación psicológica.
Una cosa es que se desprecie la erudición, incansable y estéril para la formación de conceptos, y otra bien distinta es que se tomen atajos o se eludan tareas que tienen que ver esencialmente con el propósito de rigor que se reconoce.
Ciertamente, también en español es posible encontrar una relación, aunque no tan directa, entre culpa y deuda porque no existe en nuestro idioma actualmente una palabra que ampare simultáneamente ambos significados. Sin embargo, deber, en castellano, se utiliza indistintamente para expresar "deber moral" y deber material" (tener deudas).
Igualmente, entre culpa y perdón hay una curiosa relación que destaca el Diccionario Etimológico de Corominas. Berceo, hacia el año 1100, utilizó la expresión "pedir culpa" como equivalente de "pedir perdón", lo que establece una extraña y antigua relación entre culpa y perdón, entre culpar y perdonar. No tendría mayor interés si, a su vez, perdonar no fuera una palabra más que estrechamente relacionada con "condonar", remitir una deuda o una pena de muerte. Y la propia palabra "perdonar", derivada del latín per y donar, parece haber significado originariamente "dar más", dar con más fuerza, que eso es lo que efectivamente hace el que perdona una deuda: dar contablemente dos veces, dar lo que dio y dar de nuevo para saldar la deuda que se originó.
En cualquier caso, si hubiese una sola lengua, bien en Europa, bien en el resto del mundo, en la que la relación deuda-culpa no estuviese presente, el argumento nietzscheano, argumento que fundamenta toda la teoría de la moral expuesta en la segunda parte de la Genealogía, carecería de otra justificación que la propia decisión (alemana) de Nietzsche que, ahora, puede aparecer nuevamente como decisión caprichosa. Si antes el capricho radicaba en la elección del propio método, ahora radica en la aplicación del método.
Apelación a un "tiempo primordial" indemostrable
Nietzsche vuelve una y otra vez sobre la idea de una etapa primordial indemostrada. Dejaré a un lado por el momento su conceptuación de esta etapa original de la historia humana. Sea como fuere, antes de la historia propiamente dicha, hubo un largo período de vida donde tuvo lugar la preparación para la historia y en el cual parecen haber surgido, según el pensador alemán, las cualidades y caracteres básicos de los hombres.
"Pero este orgullo es el que hace que ahora casi nos resulte imposible experimentar los mismos sentimientos que tuvieron aquellos gigantescos períodos de tiempo de la `eticidad de la costumbre´, anteriores a la `historia universal´ y que son la auténtica y decisiva historia primordial que ha fijado el carácter de la humanidad".
Insiste en la misma idea cuando afirma:
"El ingente trabajo que yo he llamado eticidad de la costumbre – el auténtico trabajo del hombre sobre sí mismo en el más largo período del género humano, todo su trabajo prehistórico, tiene aquí su sentido".
Esa "prehistoria" está presente asimismo en su exposición de la relación deudor-acreedor: "Midiendo siempre las cosas con el metro de la prehistoria (prehistoria que, por lo demás, existe o puede existir de nuevo en todo tiempo): también la comunidad mantiene con sus miembros esa importante relación fundamental, la relación del acreedor con su deudor".
En otro momento, lo expresa más ambiguamente recurriendo al uso del concepto de "historia":
"Sin crueldad no hay fiesta: así lo enseña la más antigua, la más larga historia del hombre - ¡y también en la pena hay muchos elementos festivos!".
Hay, pues, un período primordial en la idea que de la historia se hace Nietzsche. Pero, ¿cuál es su importancia para el desarrollo de su tesis en La Genealogía? Tal importancia puede deducirse de los acontecimientos que se sitúan en ella.
Nietzsche, que a lo largo de su obra, otorga un poder generativo y fundacional de la especie humana a la crueldad, considera que la crueldad es un elemento natural de la vida social.
"En aquella época en que la humanidad no se avergonzaba aún de su crueldad, la vida en la tierra era más jovial que ahora que existen pesimistas".
Por otra parte, Nietzsche hace residir en esta etapa primordial nada menos que la consideración del sufrimiento y la negación de la razón como virtudes y el bienestar, el deseo de saber, la paz, la compasión como peligros, y ser compadecido como un ultraje cargado de corrupción.
Además, Nietzsche supone que en el caos de la genealogía de los viejos dioses se refleja
"La historia entera de las luchas, victorias, conciliaciones, fusiones étnicas, todo lo que antecede a la definitiva jerarquización de todos los elementos populares en cada gran síntesis racial".
Es decir, en la supuesta etapa primordial de la historia humana, similares a las primeras edades de Hesíodo, tan escasamente caracterizadas y tan ligeramente tratadas, se hace descansar, con suficiente claridad, la tesis esencial de deudor-acreedor o la tesis fundamental de todo su libro, a saber: que la moral occidental y que la cultura occidental,decaen porque se han preterido los impulsos originarios del comportamiento de la especie y de la vieja Europa clásica, y se han sustituido por la enfermedad moral de volver la crueldad presente en el origen contra el propio hombre, perversión final de un ascetismo que tiene "una voluntad de la nada" pero que, incluso así "prefiere querer la nada a no querer".
No parece suficientemente justificada por Nietzsche la presencia de esta etapa primordial que, precisamente por ser originaria y pre-histórica, resultaría para todos, incluso para él, profundamente desconocida. Claro que para quien supone en ese período la existencia de un "mundo elemental de deseos y aspiraciones" al que se remite su ejercicio genealógico (Consideraciones Intempestivas, Uno) y afirma rotundamente
"sólo es definible aquello que no tiene historia", tal cuestión no puede constituir un serio problema".
La gran metáfora de Nietzsche esconde trampas
Como sabían los viejos griegos, las visiones son inseguras. Ni siquiera los que tienen la fortuna de ver con la mayor pureza oftalmológica, coinciden en describir lo que ven en una significativa mayoría de casos. Claro que del conjunto de los seres humanos, sólo unos pocos, muy pocos, pretenden hacer creer a los demás que su visión es "real" y, muchos menos aún, están dispuestos a sacrificar su salud en el empeño de imponer tal realidad.
Nietzsche, ese Van Gogh del pensamiento, torturado como el impresionista por su densidad de mirada, ofrece a los hombres, sobre todo a los europeos, una redefinición de sí mismos y les invita a hacerlo derruyendo sus creencias morales más arraigadas con el valor de un augur que pronostica lo que nadie quiere oír.
Admiremos de la figura de Nietzsche, su sagacidad para poner de manifiesto que muchos de los edificios intelectuales de la Europa decadente no tienen cimientos sólidos. Es más, ningún cimiento es sólido porque no tiene otro remedio que descansar sobre la oscuridad de un ser-siendo inaccesible. Esta tarea de un héroe sólo podía ser llevada a cabo por alguien que, como apunta
Vattimo, no se adaptó a vivir en un mundo que, finalmente, se vengó de él
recluyéndole en la locura.
Pero tampoco pudo escapar de la disarmonía, del capricho, de la disonancia. Es posible que, dada la concepción general del mundo que sostiene, en el fondo, no pueda haber otra cosa que el capricho impulsado por una voluntad de poder cuando cualquier individuo se decide a ser verdaderamente y con pasión. No hay asideros, no hay refugios, no hay certezas. Se trata de elegir una perspectiva y de elegirla sin saber con claridad por qué.
Nietzsche, en mi opinión, es como el Van Gogh de la alucinación o, si se prefiere en español, el Goya nocturno y solitario que da rienda suelta a una caprichosa visión que ni justifica ni desea justificar porque sabe que ninguna justificación justifica nada. Por ello, no debe extrañarnos que proclamara que no conocía
"ningún otro modo de tratar con tareas grandes que el juego: éste es, como indicio de la grandeza, un presupuesto esencial".
Pero el juego es juego y no puede aspirar a representar verdades y realidades.
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