Guardiola tiene razón
Efectivamente, al estallar la guerra civil miles de catalanes salieron por Francia o por mar para refugiarse en las filas del bando sublevado.
Con motivo de la marea de refugiados de Oriente Medio que ocupa las portadas de la prensa mundial en estos días, Pep Guardiola ha dicho una gran verdad al recordar que también los catalanes fueron refugiados en tiempos pasados.
Efectivamente, al estallar la guerra civil miles de catalanes salieron por Francia o por mar para refugiarse en las filas del bando sublevado. Fueron tantos los que se refugiaron en la capital donostiarra, la primera ciudad en territorio franquista tras cruzar Francia, que corrió la broma de rebautizarla como San Sebastià de Guíxols.
Otros muchos se refugiaron en Burgos, donde fundaron la influyente revista de propaganda Destino, nombre proveniente de la frase joseantoniana "España es una unidad de destino en lo universal". Junto a Xavier de Salas i Bosch, Josep Maria Fontana Tarrats, Josep Vergés i Matas, Ignasi Agustí y Juan Ramón Masoliver, merecen ser señalados tres de los principales dibujantes y guionistas de Flechas y Pelayos, Valentí Castanys i Borràs, Josep Serra i Massana y José María Canellas i Casals.
También hubo catalanes que se refugiaron en Francia, como los encargados por Francesc Cambó de organizar la Oficina de Propaganda y Prensa de París, u Oficina Catalana de París, dedicada a defender el bando franquista ante la opinión pública europea y organizar su servicio de espionaje: Joan Llonc, Joan Ventosa y Joan Estelrich, entre otros muchos refugiados catalanes como Josep Pla.
Otros lo tuvieron más cómodo y pudieron refugiarse desde el primer momento en territorio franquista, como los dos principales apoyos eclesiásticos de Franco, los cardenales catalanes Enrique Pla e Isidro Gomá, así como el obispo que escribió que "es nuestro deber manifestar al Señor nuestro agradecimiento y pedirle por el triunfo definitivo del glorioso Ejército Nacional": el catalán Josep Cartañà i Inglés.
Además de estos eclesiásticos, cientos de personalidades catalanas ya refugiadas (Cambó, Durán y Ventosa, Mompou, d'Abadal, Gaziel, Eugenio D'Ors, Salvador Dalí, Llorenç Riber, Octavi Saltor, Joan Baptista Solervicens, Manuel Brunet, Josep M. Massip, Ferran Valls i Taberner, Antonio Griera, Llorenç Villalonga, Josep M. Tallada, Martí de Riquer, Carles Sentís, Ricard Gay de Montellà, Pere Pruna, Higini Anglès, Josep M. Tous, etc.), dirigieron a Franco la siguiente declaración de apoyo:
Como catalanes, afirmamos que nuestra tierra quiere seguir unida a los otros pueblos de España por el amor fraternal y por el sentimiento de la comunidad de destino (...) Como catalanes, saludamos a nuestros hermanos que, a millares, venciendo los obstáculos que opone la situación de Cataluña, luchan en las filas del ejército libertador y exhortamos a todos los catalanes a que, tan pronto como materialmente les sea posible, se unan a ellos.
Cuando en enero de 1939 entraron en Barcelona las tropas vencedoras, el general Juan Bautista Sánchez, de la V División de Navarra, declaró sobre el recibimiento de los barceloneses:
En ningún sitio, os digo, en ningún sitio nos han recibido con el entusiasmo y la cordialidad que en Barcelona.
Comenzó así un régimen durante el que Cataluña se enriqueció notablemente, sin duda muy por encima de otras regiones españolas. Dado su mucho menor desarrollo económico y sus mucho menos generosas inversiones gubernamentales, dichas regiones enviaron miles de emigrantes hacia las regiones más ricas, sobre todo a una Cataluña mimada por los sucesivos gobiernos de Franco, donde abundaron los ministros catalanes como Joaquín Bau y Nolla, Francisco Serrat y Bonastre, Eduardo Aunós, Demetrio Carceller, Joaquín Planell y Riera, Pedro Gual Villalbí, Laureano López Rodó o Enrique García-Ramal. Y, por supuesto, no hay que olvidar a los miles de alcaldes, gobernadores, procuradores y diplomáticos catalanes del régimen.
El evangelio nacionalista ha establecido –sin duda con aplastante éxito, como han demostrado, una vez más, las declaraciones de Guardiola– que bajo el régimen del gallego Franco, flanqueado por innumerables vascos y catalanes, a los castellanos les correspondió el papel de opresores y a los catalanes y vascos, el de oprimidos. Incluso el de refugiados. Y el de refugiados por su condición de catalanes, lo que es el colmo de la desvergüenza.
Hubo un eminente intelectual que, con motivo de una carta que el lendakari Aguirre dirigió a Eisenhower con ocasión de su visita a España en 1959, carta en la que reiteraba los tópicos de siempre, le respondió así, sin nunca recibir respuesta:
Con frecuencia se presenta al régimen como un opresor de las libertades de Euskadi y de Cataluña, y se atribuye esta opresión a España; o a Madrid. Este modo de hablar y de escribir y de pensar es una tremenda injusticia a los españoles no-vascos y no-catalanes, y sobre todo a Madrid (...) Y aún diré más. Si se va a intentar un mapa de España coloreando aproximadamente la densidad de eso que nos oprime a todos, no serían ni Cataluña ni Euskadi las regiones más blancas. Y aún diré más: este régimen vino con la ayuda fervorosa y aun heroica de los navarros; lo manda un gallego; lo apoyan los banqueros vascos y catalanes; y en su alto personal político y diplomático predominan vascos y catalanes.
Y en 1960, ante la acusación de castellanismo del régimen lanzada por Joan Cuatrecasas, delegado general de la Generalidad en Argentina, esta misma persona le reprochó
la tendencia a presentar el régimen de Franco como opresor de Cataluña y de Euzkadi, como si Andalucía y Castilla, Extremadura y Aragón, no sufrieran tanta opresión como Euzkadi y Cataluña (...) la tendencia a olvidar que el régimen está apoyado y servido por gallegos, vascos y catalanes en cantidad más que proporcional, tanto que el querer representarlo como una opresión de la periferia por Castilla podría fácilmente invertirse, representándolo como una opresión de Castilla por la periferia.
Este gran desvelador de falacias fue el gallego Salvador de Madariaga, egregio republicano que de refugios supo un rato. Pues refugiado estuvo en el extranjero desde 1939 sin poder regresar a su patria hasta 1976, sólo dos años antes morir.
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