La mujer que fue condenada por bordar una bandera con las palabras igualdad, libertad y ley, Mariana Pineda, tuvo una vida azarosa, repleta de conspiraciones y amoríos, que terminó en un sucio cadalso por obra de un agonizante régimen autocrático. El expediente penal se perdió, o fue robado, y lo poco que nos ha llegado de ella se debe a los testimonios de la gente que la conoció. Su primer biógrafo fue uno de sus amantes, José de la Peña y Aguayo, que publicó su obra en 1836, tras la muerte de Fernando VII. Y los últimos, salvo Juan Francisco Fuentes, han repetido lo que entonces se escribió.
Mariana nació en Granada, en 1804, hija de un marino militar, Mariano de Pineda y Ramírez, caballero de la Orden de Calatrava. Los padres no estaban bien avenidos. Litigaron por la niña, llegando incluso la madre a decir que la enfermedad del militar le impedía haber cumplido como hombre, y que, por tanto, Mariana era solo hija suya. Lo cierto es que el padre murió en enero de 1806, y la madre, sin recursos, tuvo que entregar a su hija a la custodia de su tío, José de Pineda, que, al casarse, tuvo que dejar a Mariana con un matrimonio amigo. Casó muy pronto, en 1819, con Manuel de Peralta y Valte, once años mayor que ella, y debió hacerlo embarazada porque dio a luz a los cinco meses a José María; en mayo del año siguiente le llegó el turno a Úrsula María. Su marido era liberal, y en su casa acogían reuniones clandestinas en las que se hablaba de derrocar al tirano y restablecer la Constitución de 1812. Pero Peralta murió en 1821.
A partir de 1823, Mariana empezó su tarea como correo de los liberales emigrados, y refugiaba a algunos en su casa. En aquellos días comenzó su relación con Casimiro Brodett, militar, que solicitó una dispensa real para casarse con ella. Consiguió la licencia, pero a condición de "purificar su situación"; es decir, demostrar que no era liberal. En consecuencia, se lo negaron. Brodett marchó a Cuba, y ahí terminó el romance.
En 1828 Mariana ayudó a su primo, Fernando Álvarez de Sotomayor, a huir de la cárcel de Granada, que estaba condenado a muerte por haber participado en diversas conspiraciones en relación con los emigrados de Gibraltar. Mariana iba a visitarlo con frecuencia, y se acabó enamorando. Consiguió introducir en el penal un traje de religioso, con el que su primo se disfrazó para salir de allí. Fernando se escondió en casa de Mariana hasta que escapó a Gibraltar.
Fue entonces cuando conoció a José de la Peña y Aguado, doctorado en leyes por la Universidad de Granada. El romance entre ambos fue tan intenso que decidieron casarse en secreto, en un matrimonio de los llamados de conciencia, celebrado en la iglesia de Santa Ana. Tuvieron una hija en 1829, Luisa. Sin embargo, las desavenencias entre los amantes provocaron que José no reconociera a la niña. No fue hasta 1836 cuando la adoptó, al encontrarse ella en mala situación, y diez años después la reconoció y la nombró heredera.
Parecer ser que Mariana era una mujer agraciada, de piel blanca, cabello rubio y ojos azules. Sola y atractiva, Mariana era objeto de la tentativa de muchos. A ella solo la impulsaba el amor, y rechazó a más de uno. Entre ellos, a José de Salamanca, futuro marqués, que la cortejó durante un tiempo sin conseguir nada. También le negó sus favores al padre de un cura liberal de Granada, quien, despechado, denunció a la Pineda por haber ordenado la confección de una bandera.
No está muy claro que Mariana Pineda bordara aquella bandera, ni que la tuviera en su casa, lo que sí es cierto es que estaba metida en las conspiraciones. Las autoridades lo que querían era que confesara los nombres de los involucrados en el pronunciamiento. Por ese motivo, Pedrosa, jefe de la policía de Granada, estuvo habilitado para indultarla hasta el último momento. Pero Pineda se negó a confesar. Parece ser que uno de los conspiradores era su primo Fernando, del que seguía enamorada. Esta Mariana fue la que tomó García Lorca, una mujer lanzada al liberalismo y a la rebeldía por amor a "Pedro":
Yo bordé la bandera por él. Yo he conspirado
Para vivir y amar su pensamiento propio.
La Mariana de Lorca vivía a través de lo que sentía por el rebelde liberal. Si "Pedro" moría, ella también. Sus vidas estaban ligadas, entre la libertad y el amor, que acababan siendo una misma cosa:
Él ama la libertad
Y yo la quiero más que él.
Pero solo ella, heroína trágica, estaba para Lorca a la altura de ese maridaje entre el amor y la libertad.
¿Amas la libertad más que a tu Marianita?
¡Pues yo seré la misma libertad que tú adoras!
(…)
Pedro, quiero morir por lo que tú no mueres.
¡¡Libertad!! Porque nunca se apague tu alta lumbre
(…)
¡Pedro, mira tu amor a lo que me ha llevado!
Me querrás, muerta, tanto, que no podrás vivir.
Confinada en su casa, y experta ya en el arte de la seducción, Mariana quiso convencer a su guardián de que la dejara escapar ofreciéndole que se fuese con ella y que le haría "feliz" –según anotó el fiscal–. La sentencia de muerte llegó. La tragedia pareció alargarse cuando se frustró el plan para liberarla durante el trayecto del convento de las Arrecogidas, hasta el Campo del Triunfo, donde estaba montado el garrote. Corrió el rumor de que Pedrosa, el policía, le había solicitado relación, pero que Mariana le rechazó, y él se vengó llevándola al cadalso. Amor, seducción y libertad hasta el final.