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Emilio Campmany

Primera Guerra Mundial: Caporetto

Italia y los italianos son como son, pero en esta ocasión además tuvieron mala suerte.

Caporetto fue de alguna manera la duodécima batalla del Isonzo. En las once anteriores Italia había conseguido ir conquistando estrechas franjas de terreno a partir del río, que era la frontera natural entre Italia y Austria y que fue a la que se retiraron los austriacos al iniciarse el conflicto porque sería más fácil defender que la línea de la frontera política. Aunque es verdad que a mediados de 1916 los italianos habían conquistado Gorizia, una de sus más importantes ambiciones territoriales, y que la última batalla del Isonzo les había permitido ocupar una relativamente notable franja de territorio, la Bainsizza, la verdad es que el ejército estaba sometido a unas tensiones parecidas a las que sufrió el francés tras el fracaso de la ofensiva Nivelle. Allí, las tropas se amotinaron hartas de que los generales emprendieran ofensivas inútiles, capaces sólo de conquistar insignificantes porciones de terreno a costa de cientos de miles de bajas. El que la undécima batalla del Isonzo no hubiera sido capaz de doblar de una vez la rodilla de los austriacos como se les había de alguna manera prometido a los soldados italianos hizo que, a pesar del éxito de la ofensiva, cundiera el desánimo. Además, en la Italia del norte, especialmente en la industriosa Turín, habían sufrido terribles huelgas durante la primavera de ese mismo año 1917. Aparentemente, los desórdenes obreros fueron similares a los que padeció Francia durante la misma época. Sin embargo, en Italia estaban más justificados porque en el país transalpino no fue tan obvia L’Union Sacrée, por la que los socialistas renunciaron a sus reivindicaciones sociales con el fin de facilitar la victoria. El Gobierno pudo acabar con las huelgas, pero lo logró sólo después de que el ejército interviniera y quedaran tendidos en las calles decenas de cadáveres. Para empeorar las cosas, la iniciativa de paz del papa Bendicto XV en agosto de 1917 puso a los católicos abiertamente del lado de los pacifistas, a quienes los partidarios de continuar luchando llamaban "derrotistas". El caso es que tanto los soldados como el hombre de la calle estaban hartos de la guerra. Tan sólo insistían en librarla la derecha nacionalista, los generales y a duras penas el Gobierno.

Y, sin embargo, aunque los italianos no eran conscientes de ello, los austriacos estaban al borde del colapso. Sus análisis les decían que sus tropas no resistirían una duodécima ofensiva, que el frente se vendría abajo y que los italianos podrían entonces llegar sin dificultad hasta Trieste, quizá a Liubliana e incluso a Viena. La única forma de evitarlo, se pensó, era contraatacar. Para poder hacerlo era necesario retirar tropas del frente ruso, cosa que podía hacerse gracias a la tranquilidad que allí se respiraba a consecuencia de la revolución. No obstante, se pidió a los alemanes que reforzaran los lugares de donde se retirarían los austriacos. El Alto Mando alemán se dio cuenta de lo desesperada que era en realidad la situación de los austriacos y decidieron que no se podían permitir que su único aliado importante cayera, mucho menos a manos de los italianos. Y pensaron que permitirles emprender la ofensiva solos conllevaba el riesgo de que los austriacos cayeran definitivamente si fracasaban. En consecuencia, decidieron ayudar dado que, de todas maneras, no podían emplearse a fondo en el frente occidental hasta que hubieran firmado la paz con Rusia. Además, la futura ofensiva en el frente italiano ofrecía a los alemanes la ocasión de probar nuevas tácticas ofensivas diseñadas para soslayar la superioridad demostrada por las defensivas durante toda la guerra. Estas tácticas, consistentes en emplear unidades pequeñas capaces de traspasar las líneas enemigas y atacarlas luego desde atrás, se revelaron en Caporetto de una eficacia letal.

No obstante, el frente italiano tenía características propias y las enseñanzas que pudieran extraerse de él serían difícilmente aplicables a otros frentes. Allí, el terreno predominantemente rocoso hacía que las trincheras fueran muy pobres. Las mismas rocas hacían que al estallar los obuses, en vez de levantarse la tierra, relativamente inofensiva cuando caía sobre los soldados, saltaran esquirlas de piedra, que de forma similar a la metralla herían y mataban a los soldados a los que alcanzaban, haciendo que allí los bombardeos fueran mucho más mortíferos. Quizá por eso el número de bajas de las batallas del Isonzo fue tan estremecedor.

El caso es que al poco de iniciada la ofensiva, el 24 de octubre de 1917, el ejército italiano se vino abajo como un castillo de naipes. El 2º Ejército quedó encerrado entre el mar, el frente austriaco y la pinza del ataque desde Caporetto. Los italianos fueron puestos en fuga o se rindieron en masa, como ocurrió con una brigada que se entregó a una pequeña unidad alemana mandada por un joven oficial llamado Erwin Rommel. Las bajas fueron relativamente pocas para lo que acostumbraba a ocurrir en el frente italiano. Tan sólo hubo 10.000 muertos y 30.000 heridos, una cifra muy pequeña que contrasta con los 300.000 prisioneros que cayeron en manos de austriacos y alemanes. La ofensiva tuvo tal éxito que no hubo necesidad de detenerla en el río Tagliamento, al otro lado de la frontera de 1914, y que era el objetivo inicial. Alemanes y austriacos empujaron a los italianos hasta el río Piave, a 140 kilómetros de Caporetto. Es discutible si la recomposición del frente fue mérito de la capacidad de recuperación italiana o a causa de la tensión a la que, después de tantos kilómetros de avance, estaban sometidas las líneas de suministro austriacas.

El caso es que Caporetto fue un terrible desastre para los italianos. En unos pocos días perdieron todo lo adquirido a un enorme precio en vidas humanas y tuvieron que retroceder y dejar parte del Véneto y a dos millones de compatriotas en manos del enemigo. Encima las enormes cifras de prisioneros frente a la escasez relativa de bajas dio la impresión de que los soldados italianos se negaron a luchar y se rindieron sin disparar un tiro. No sólo, sino que los generales llegaron públicamente a esa conclusión. Los militares culparon también a los políticos de haber sido excesivamente indulgentes con la propaganda socialista y derrotista, que privó al soldado italiano de la voluntad de prevalecer. La vergüenza se apoderó de todos los estratos de la sociedad italiana. Fuera un problema de incompetencia de los generales o de ausencia de valor de los soldados, el ejército italiano, supuesto brazo armado de una de las seis grandes potencias europeas, fue humillado y ridiculizado hasta un punto del que aún hoy no se ha recuperado. El lector del siglo XXI puede pensar que la mala reputación de ese ejército viene de lejos, pero lo cierto es que durante el Risorgimento el ejército piemontés, sobre cuya base se construyó luego el italiano, se comportó con una notable eficacia. Encima, la vergüenza de Caporetto fue lo que terminó de convencer a muchos jóvenes oficiales y nacionalistas italianos de que lo que necesitaba Italia era la mano dura que sólo sería capaz de darle el fascismo.

La verdad es que el ejército italiano, tanto en lo que se refiere a los generales como a los soldados, no fue mucho más incompetente que el resto. Se vieron sorprendidos por las nuevas tácticas alemanas, que se demostraron especialmente eficaces en el frente italiano, en un momento en que los soldados estaban a punto del motín a consecuencia de la desesperación provocada por el trato cruel de sus mandos y la evidencia de la inutilidad de tanta pérdida humana. Si los alemanes hubieran montado en el frente occidental una ofensiva poco después del fracaso de la de Nivelle, habrían encontrado a los soldados franceses en ese mismo estado y habrían quizá logrado un éxito similar al que alcanzaron luego en Caporetto. Sin embargo, para cuando los alemanes volvieron a atacar en el frente occidental Petáin ya había resuelto el problema suavizando la disciplina y mejorando el bienestar de los soldados, que es cosa que en Italia no se hizo hasta después de Caporetto, cuando fue destituido Cadorna, el inflexible jefe del Estado Mayor italiano. Italia y los italianos son como son, pero en esta ocasión además tuvieron mala suerte.


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