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Pedro Fernández Barbadillo

El socialista Carvajal, oídos sordos a Tarradellas

Respecto a la conspiración nacionalista contra la Nación, Carvajal, como tantos socialistas, estuvo avisado, aunque apenas se opuso a ella.

EFE

El 13 de junio falleció José Federico de Carvajal (nacido en Málaga en 1930), dirigente socialista que presidió el Senado, una cámara prácticamente superflua en el Estado español, entre 1982 y 1989.

En 1979 presidió la comisión gestora que se creó en el PSOE cuando Felipe González dimitió de la Secretaría General porque los delegados del 28º Congreso se negaron a suprimir de los estatutos el carácter marxista del partido, y que duró hasta el congreso extraordinario, celebrado unos meses más tarde.

Carvajal alcanzó más celebridad por polémicas como su segundo matrimonio en 1989 con una mujer de 28 años de edad y la construcción de una piscina en el Senado.

Desde su juventud hasta su fallecimiento, una de las características de Carvajal fue su elegancia en el vestir, lo que si en los años 70 y 80 le distanciaba de sus camaradas socialistas, tocados con la pana hasta que llegaron al Gobierno, hoy sin duda le impediría el acceso a la política. Tituló sus memorias El conspirador galante, y en ellas contó que en sus visitas a la cárcel de Carabanchel para defender a los presos políticos del franquismo comprobó la importancia de un buen traje.

Los abogados que íbamos bien vestidos éramos tratados con deferencia (por los funcionarios), mientras que los llamados "progres", que lucían barba de dos días y sandalias, no eran mirados precisamente con respeto.

Ahora, por el contrario, se vuelven a imponer las greñas, las sandalias y el desaliño como símbolos de rebelión y pureza.

Las memorias, sinceramente, no son muy interesantes, pero contienen algunas anécdotas y descripciones destacables. Como que Tierno Galván asustaba a los delegados socialistas espetándoles que el mantenimiento del marxismo podía conducir a un golpe militar. O que el rey Juan Carlos, que le conocía (le designó senador en las Cortes Constituyentes), le dijo que se había sentido muy aliviado al saber que él presidiría la gestora.

Viajar con el pasaporte de otro

Antes de la creación del Tribunal de Orden Público, los acusados de actividades políticas clandestinas contra la dictadura eran juzgados por tribunales militares, de los que estaban excluidos los letrados civiles. Para asegurar la defensa de los encausados, Carvajal y otros abogados de la oposición buscaban oficiales con formación jurídica y les pagaban a escote.

Para asistir al Contubernio de Múnich, el Congreso del Movimiento Europeo celebrado en la ciudad alemana en junio de 1962 y que reunió a antifranquistas que habían combatido en los dos bandos de la guerra, Carvajal lo hizo con el pasaporte de un compañero socialista, José Antonio Aguiriano. El régimen le había retirado el pasaporte unos meses antes, por lo que recibió el de su compañero; el único parecido físico entre ambos es que usaban gafas.

Y aquí empezó mi pequeña epopeya, que demuestra hasta qué punto los opositores españoles ni estábamos organizados ni parecíamos serios.

Pese a todo, Carvajal atravesó varias fronteras con trucos como pasarlas de noche o encajado entre otros amigos en un coche.

El viaje no sólo tenía por objeto asistir al congreso, también acudir a Ginebra para informar al secretario general del sindicato del metal internacional de la Ciosl sobre la represión de los trabajadores españoles por el franquismo. Carvajal no recibió ningún documento; sólo la recomendación de contar de viva voz "que los obreros están muy mal". Al final, el abogado recurrió a su experiencia en los tribunales para elaborar un informe verbal.

La anécdota ilustra lo bien organizada que estaba la oposición democrática, y tal vez por esa razón, entre otras, gobernó Franco hasta su muerte.

Además, en este viaje Carvajal sufrió el boicoteo de los socialistas mandados por Rodolfo Llopis.

Ante los nacionalistas

Respecto a la conspiración nacionalista contra la Nación, Carvajal, como tantos socialistas, estuvo avisado, aunque apenas se opuso a ella. En una fecha que no detalla recibió la visita de Josep Tarradellas, que reaccionó de la siguiente manera cuando Carvajal elogió la Generalitat presidida por Jordi Pujol.

Tarradellas se sobresaltó y empezó a decir que las cosas no andaban bien Cataluña y que eso era culpa de Pujol. Fue una diatriba tremenda que duró unos veinte minutos. Decía que el gobierno central era el culpable por ser demasiado condescendiente con el líder nacionalista. "Ustedes –me dijo– son responsables porque le dan demasiado". La verdad es que yo no tenía ganas de hablar mal de Pujol y mucho menos de la gestión de los socialistas.

A continuación, en sus memorias se ocupa del asesinato en 1985 del senador Enrique Casas, cometido en San Sebastián. Después de viajar a la ciudad vasca para participar en las honras fúnebres, fueron a comer a un restaurante conocido en la Parte Vieja.

El ambiente era terriblemente tenso, pues la zona estaba prácticamente cerrada y la mayor parte de la gente que se encontraba en el popular restaurante donostiarra eran abertzales que nos miraban torvamente. Cuando nos encontramos en el tren, ya de regreso a Madrid, no pudimos por menos que expresar nuestro alivio y satisfacción por haber cumplido nuestro deber sin que se produjera incidente alguno, a pesar de la tensa situación por la que habíamos atravesado.

Como tanto vecino de la Villa y Corte, sobre todo político o periodista, a Carvajal le sorprendía y atemorizaba el ambiente creado por el nacionalismo vasco, armado o no, pero se le olvidaba en cuanto se subía al tren. Allá quedaban los españoles no nacionalistas abandonados a su suerte por el Estado.

Acto de fe en la inocencia de su partido en el 23-F

Carvajal, al igual que tantos socialistas, consideraba que su partido estaba por encima de todo y que, como las personas, tenía derecho al honor. En el juicio militar a los implicados en el 23-F, el teniente general Luis Álvarez Rodríguez, presidente del tribunal militar,

hizo unas consideraciones en las que insinuaba que los socialistas estaban incriminados de algún modo por la situación de desorden que existía en el país. Yo no podía aceptar unas alusiones de esa naturaleza y decidí abandonar las sesiones. Así que, nada más oírlo, me levanté e indiqué a mis compañeros que me retiraba y mis compañeros me siguieron inmediatamente, así como el resto de los observadores. (…) Esa misma noche me llamó el ministro de Defensa, Alberto Oliart, para pedirnos que volviéramos, previa entrevista con el presidente de la sala, que nos presentaría excusas.

Sobre la reunión entre los socialistas Enrique Múgica, Joan Raventós y el alcalde de Lérida, Antoni Siurana, con el general Alfonso Armada, Carvajal se adhiere sin vacilar a la tesis oficial:

Personalmente creo que se trató de una reunión muy circunstancial y superficial, una reunión de poca monta a pesar de las personalidades reunidas. Tengo la impresión de que fue una reunión coloquial.

Pero en este partido-bloque hay fisuras. Siendo presidente del Senado, el diario ABC publicaba acuerdos de la mesa de la Cámara que incluso podían perjudicarle, y Carvajal le aseguraba al periodista autor de las exclusivas, José Antonio Sánchez, que las filtraciones debían de provenir del Grupo Popular y se las achacaba al vicepresidente segundo, Juan Carlos Zunzunegui.

Años después, Sánchez le reveló la verdad: el chivato era Arturo Lizón, vicepresidente primero del Senado y miembro del PSOE.

Como se suele decir, en la vida política uno se encuentra amigos, adversarios, enemigos… y compañeros de partido.

El tal Lizón fue defensor del pueblo de la Comunidad Valenciana entre 1993 y 1998.

Carvajal aceptó pasar de presidente del Senado a diputado raso en las elecciones de 1989 y al concluir en 1993 la legislatura se retiró de la política.

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