Pedro Fernández Barbadillo ha escrito este último fin de semana en Libertad Digital acerca del asesinato a manos de ETA, en 1968, del guardia civil José Antonio Pardines Arcay. Su artículo recoge una versión de los acontecimientos que es incompleta y que, por ello, creo que merece la pena precisar. Fernández Barbadillo arranca su trabajo aceptando que, después de lo señalado por Ernest Lluch sobre la niña Begoña Urroz, Pardines no es ya la primera víctima de ETA. Sin embargo, como destaqué hace sólo unos meses en estas mismas páginas, siguiendo los resultados de la investigación que realizó Alfredo Hedroso, bajo mi dirección, para obtener su título de máster en estudios sobre terrorismo por la UNIR, Begoña Urroz fue asesinada por militantes del Directorio Revolucionario Ibérico de Liberación, una organización terrorista que nada tenía que ver con ETA. Ello no quita ni añade mérito a estas dos víctimas del terrorismo, pero restaura la verdad de los acontecimientos, por mucho que oficialmente éstos no quieran ser reconocidos.
Pero, más allá de que Pardines haya sido la primera víctima mortal de ETA, lo que debe precisarse con claridad es que su asesino no fue sólo Txabi Echebarrieta –como señala Fernández Barbadillo, siguiendo la estela del relato de Rogelio Alonso, Florencio Domínguez y Marcos García Rey en Vidas rotas–, sino que también disparó sobre él Iñaki Sarasqueta –al que, supongo que por error, Fernández Barbadillo cambia su nombre por el de Antón–. Sarasqueta, aunque negó la autoría del asesinato en la conocida entrevista que concedió a Lourdes Garzón tres décadas después de los acontecimientos, fue ejecutor directo de Pardines, lo mismo que Echebarrieta.
En su investigación, Alfredo Hedroso trae a colación cuatro pruebas indiscutibles de lo que acabo de señalar, pruebas todas ellas que fueron apreciadas por el Consejo de Guerra que condenó a muerte a Sarasqueta. La primera es que se encontraron en el lugar de los hechos "cinco vainas percutidas, tres del calibre 9 mm y dos del calibre 7,65 mm, además de dos proyectiles del primer calibre y dos del segundo hallados bajo el cuerpo del muerto que a su vez presentaba cinco heridas de disparo de arma de fuego, de las cuales cuatro tenían orificio de entrada y salida". Esto último se corrobora en la segunda prueba: el informe de la autopsia practicada al guardia asesinado, en la que se precisa que éste presentaba "cinco disparos de arma de fuego; uno en la región subclavilar derecha; dos en la región precordial y otros dos en el hipocondrio izquierdo". Se colige de ello que fueron dos las armas utilizadas en el crimen. Y para precisar que fueron también dos sus ejecutores hay una tercera prueba: a Txabi Echebarrieta, antes de ser trasladado al hospital en que murió, le fue ocupada una pistola Astra del calibre 9 mm Parabellum con el número 56669; y a Iñaki Sarasqueta, al ser detenido un día más tarde, una pistola Astra Falcon del calibre 7,65 mm con el número 946089.
Pero queda una cuarta prueba de la participación de Echebarrieta y Sarasqueta en el asesinato de Pardines. No es otra que el testimonio de Fermín Garcés Hualde, el camionero que se paró detrás de los etarras y vio su ataque al guardia civil. En 2013, Alfredo Hedroso se entrevistó con Garcés, quien le dijo lo siguiente:
A la entrada de Villabona, a la altura de una yesería, otro guardia civil había parado un Seat Coupé blanco. De repente oigo un disparo, pero en un principio yo creía que era el ruido de la rotura de un buje de alguna ballesta del camión y miré hacia atrás, comprobando que la carga estaba bien. Al volver la vista hacia adelante veo al guardia civil caído en el suelo y que dos individuos están disparando contra él. Me bajo del camión y les grito: "¡Quietos, asesinos, quietos!". Y agarro a uno por el hombro, al Sarasqueta, pero el otro, el Echebarrieta, me apunta con su pistola y tengo que soltarlo. A continuación el Echevarrieta tira al suelo la moto del guardia y los dos huyen en el coche en dirección a Villabona.
En esa misma entrevista con Alfredo Hedroso, Fermín Garcés da más detalles del asunto y relata cómo identificó a Sarasqueta en la Comandancia de San Sebastián. Pero lo más impactante de su testimonio es el final, cuando cuenta: "Fue entonces cuando decidí ingresar en la Guardia Civil (…) y así se lo hice saber a los jefes de la Comandancia, (…) y así, el primero de septiembre de ese mismo año ingresé en el Cuerpo". Todo un ejemplo cuando se compara con la cobardía con la que, en general, se ha reaccionado en el País Vasco frente al terrorismo.
Una última precisión. Fernández Barbadillo señala en su artículo que Echebarrieta y Sarasqueta estaban preparando un atentado contra Melitón Manzanas, aunque no indica que el viaje en el que toparon con el guardia civil Pardines tuviera algo que ver con ese atentado. A este respecto, Alfredo Hedroso, recogiendo textualmente el contenido de un documento que se incautó en 1993 a José María Dorronsoro, dirigente del aparato político de ETA, señala:
El 7 de junio Iñaki Sarasketa y Txabi Etxebarrieta iban desde Donostia en un coche robado, un Seat 850 de matrícula falsa Z-73.956, a una cita que habían concertado en Beasain, en el monumento a San Martín de Loinaz, con Jokin Gorostidi, quien a su vez se desplazaba desde Éibar. El objeto del contacto era que Gorostidi debía entregar a Txabi cierta cantidad de explosivo para ser utilizado en algunas acciones en Guipúzcoa.
La hipótesis de la preparación del atentado contra Melitón Manzanas por Echebarrieta y Sarasqueta me parece poco plausible. Eduardo (Teo) Uriarte escribe en Mirando atrás, su libro de memorias:
La muerte de Txabi constituyó un mazazo. Era el más intelectual de todos, el menos dado al activismo, quizás el más consciente de dónde estaba metido. Y prácticamente se dejó matar. A los demás, conscientes y asustados a la vez, nos roían las ganas de venganza (…) Hubo proyectos de atentados, muchos y de todo tipo (…) De las muchas propuestas de acciones sólo se llevó una a cabo: el asesinato del jefe de la Brigada Político Social de San Sebastián, Melitón Manzanas, el 2 de agosto de 1968. El resto fracasó.
Eduardo Uriarte añade unas páginas más adelante, tras relatar su detención y de otros importantes militantes de ETA, incluyendo las torturas a las que fueron sometidos: "Nadie declaró abiertamente quién había sido el que mató a Manzanas"; comenta a continuación que este es "el secreto mejor guardado de ETA"; un secreto que Uriarte explica así:
Sospecho que no hubo nadie que declarara quién fue el que mató a Manzanas porque nos daba vergüenza matar, porque no lo teníamos asumido (…) En nuestra mente perduraba el "No matarás", (…) el asesinato no era, como ahora, una práctica que garantizara la pureza y pervivencia de la causa vasca. Hoy sus autores alardean de ser asesinos, porque la muerte está en el centro de su ideario.