No creo que tenga demasiado sentido criticar Memorias de un zombie adolescente por ser lo que es. Es más, la película de Jonathan Levine parece asumir su identidad con mucho más sentido del humor que el espectador ocasional. Empaquetada por el mismo estudio que arrojó a las pantallas la saga Crepúsculo, la película narra también un romance adolescente con un factor monstruoso de por medio, basándose igualmente en otra novela de éxito para ese sector de espectadores. Y añade a la ecuación comercial la mitología del zombie que la serie The Walking Dead ha sacado del ámbito subversivo de los títulos de terror de Romero, por no mencionar las fantasías postapocalípticas tan en boga en tiempos de crisis. En fin, que dadas las circunstancias, puede decirse que las perspectivas a la hora de afrontar semejante híbrido tampoco eran las mejores. No obstante, la cinta protagonizada por Nicholas Hoult y Teresa Palmer se guarda un par de ases en la manga.
Para empezar, la película de Levine utiliza todo el catálogo de recursos y tópicos del cine adolescente (monólogo interior, sobreabundancia de canciones, personajes incomprendidos) y los baña en terror postapocalíptico (ciudades diezmadas, tragedias personales) pero lo hace con la justa mezcla de sátira y a la vez asunción sincera de sus planteamientos. Tras la ocurrencia de convertir a uno de los amantes en un muerto viviente, es decir, tras la pura payasada, Levine consigue que nos creamos las circunstancias de los tórtolos gracias a dos intérpretes superiores a la media, Nicholas Hoult (Jack el cazagigantes) y Teresa Palmer (Soy el número cuatro), que retratan muy bien su evolución y su encanto. Y como si de una mezcla de Stephenie Meyer y Edgar Wright se tratase, el realizador consigue insertar con dignidad su amistad romántica en el terreno puramente fantástico.
Pese a su intrascendencia, Memorias de un zombie adolescente (muchísimo mejor su título original, Warm Bodies, o "cuerpos calientes") sabe cómo dejar el recado entre la amenaza de almíbar: Levine retrata el amor sincero de sus protagonistas, sus ansias de empezar un mundo mejor incluso en el peor de los escenarios, y utiliza la materia prima de tantos géneros (estamos ante una comedia romántica de terror) para ofrecer un par de notas de verdadero ingenio y sentimiento. Todo en la película sugiere ver el mundo de otra manera, y también verse a sí mismo a través de los ojos de otro, como en ese "sueño" que tiene nuestro protagonista zombie, R, viéndose a sí mismo devorando a uno de los personajes de la cinta. Una trasposición del concepto de "otredad" que ha recorrido la espina dorsal del zombi desde sus orígenes y que en la película aparece de manera evidente. Al final, con eso y un poco de talento cinematográfico, Memorias de un zombie adolescente se acaba ganando no sólo nuestra simpatía, sino nuestro respeto.