Con La SagaCrepúsculo: Amanecer. Parte 1 se vislumbra ya el final del túnel, pero esta vez el de la saga proveniente de las novelas escritas por Stephenie Meyer y bendecida por una abultada base de fans que la han aupado a los primeros puestos de la taquilla. Al igual que en anteriores ocasiones, el estudio Summit Entertainment ha recurrido a profesionales de primera fila para su traslado a la pantalla: el director Bill Condon (Dioses y monstruos, Dreamgirls), el músico Carter Burwell (que regresa a la saga tras la primera entrega), e incluso secundarios más o menos insignes colaboran a dar cierto lustre a una ficción que continúa siendo inoperante, vacía.
Amanecer comienza con una boda, continúa con una luna de miel, y acaba con una segunda mitad -la mejor- en la que la acción deja en un lugar secundario a la protagonista Bella (una nefasta Kristen Stewart) para añadir algunas gotas de acción y thriller, por aquello de complacer a cuanto más público mejor. Pero todo ello está narrado con la habitual seriedad y sentido de la trascendencia de la saga. El problema, como siempre ha sido, es que se trata de un drama que no conmueve, de unos personajes cansinos y petulantes, y de una fantasía, la de una metáfora sexual adolescente, que aniquila todo encanto por su contradictorio afán discursivo y tremendamente reprobatorio. En Amanecer los tórtolos juegan al ajedrez en su luna de miel, montan escenas por no llevar ropa interior y verbalizan en diálogos eternos todas sus inanes inquietudes.
Amanecer carece de sangre, de sexo, de verdadera épica, y en definitiva, de atractivo y vida propia ya desde su génesis. La división de una única novela en dos partes, por aquello de exprimir la función una película más, dilata la cadencia de los hechos hasta lo insoportable, y pone en primer término unos diálogos que provocan la involuntaria carcajada. En Amanecer. Parte 1 la impresión de que no pasa absolutamente nada se prolonga hasta más allá de la mitad de metraje. Una vez más, la fantasía, el romance, la aventura, brillan por su ausencia en la operación comercial de la década. Y es que cuando la mejor secuencia de la película la protagonizan unos lobos digitales, mal vamos.