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Confesiones de un cinépata

'Enredados': Disney, en la encrucijada

Enredados, la nueva aventura de los estudios Disney, es un filme nacido en una triple encrucijada. Por un lado, la del evidente reemplazo de la casa del ratón en los gustos del público por los estudios Pixar, primero, y Dreamworks Animation, después, y que ha traído el relevo de la técnica de animación tradicional por las modernas técnicas digitales y en 3D. Pero también y sobre todo, por la pérdida de la iconografía de los clásicos cuentos musicales de Disney (como La Bella Durmiente o La Bella y la Bestia) en favor de productos tan brillantes como la saga Toy Story de Pixar, y otros más coyunturales como los Shrek y compañía.

Todo ello ha obligado al estudio a evolucionar e incluso a ceder en no pocos aspectos. Pero lo mejor que se puede decir de Enredados (basada en el cuento de los hermanos Grimm) es que, en esa complicada tesitura, ha salido relativamente bien airada en la mayoría de ellos, consiguiendo heredar lo mejor de sus fuentes y no sus vicios. Por un lado, la película (producida -no en vano- por John Lasseter, el arquitecto de Pixar), acentúa la comedia y la aventura por encima del elemento romántico y musical de las anteriores películas de la factoría. Pero lo ha hecho con la vivacidad y entusiasmo de las mejores trabajos de la misma y sin perder de vista la dinámica más romántica de la historia, ésa que brilla con luz propia en la que es, sin lugar a dudas, la mejor escena de la película: aquella en la que Rapunzel y Flynn contemplan la ceremonia de los faroles desde el lago (y donde brilla especialmente el notable trabajo en tres dimensiones).

Donde más se aprecia en Enredados la transición que atraviesa su estudio es en el poco énfasis en la crueldad inherente en la historia de la joven protagonista, típica del cuento; y en el aspecto musical de la película. El guión no acopla bien los escasos números de la cinta en el devenir de la historia, y éstos se reducen a un par de canciones que más tarde no encuentran continuidad en el relato. No es un defecto capital y probablemente a muchos espectadores, seducidos con la brillantísima factura visual del producto –excelente el diseño y la arrebatadora expresividad de Rapunzel y la bruja Gothel-; el absorbente ritmo de la historia y el acertado sentido del humor de la misma, les pasará casi inadvertido.

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