El último desafío es, como se habrán cansado de escuchar o leer, el primer largometraje como protagonista de Arnold Schwarzenegger tras una larga etapa política como gobernador de California. Dejando de lado sus cameos en Los Mercenarios 1 y 2, o la pregunta de si este regreso a la actuación era realmente deseado por el público (la cinta, al fin y al cabo, no ha entrado de manera precisamente brillante en el box-office de EEUU), lo cierto es que entre los fans del cine de acción existía curiosidad, cuando no ansia, en torno al retorno del actor de origen austríaco.
Y es que, hablando claro, el tío Arnold desde sus inicios se ha caracterizado por su gusto para reírse de su propia imagen... casi tanto como cultivarla en sus propios largometrajes. Y quizá por eso el sheriff Owens que interpreta, un veterano policía de 65 tacos, semiretirado en un pueblo de frontera alejado de problemas, no deja de ser un reflejo de su propio yo, una especie de reverberación de su trayectoria personal ahora que se encuentra diseñando su regreso al largometraje.
Schwarzenegger, sin embargo, no es la única llamada de atención de la película. También es el primer papel principal de villano del español Eduardo Noriega en el cine USA, algo que dada su fachada de galán oscuro ha tardado quizá demasiado en producirse. Y la entrada en el cine norteamericano de Kim Je-woon (Encontré al diablo), cineasta surcoreano de aplaudida inventiva visual y narrativa que, quizá por su procedencia, o a lo mejor a raíz de anteriores experimentos con el género del western (El bueno, el feo y el raro), ha debido verse atraído por el argumento de la película, una cinta de acción desértica en el que la frontera juega un papel fundamental.
El único problema de El último desafío no es su falta de pretensiones, lo sujeto que ha debido estar Je-woon por sus productores, ni tampoco lo desdibujado de sus personajes... Tonterías. El problema es un guión que se pone palos en las ruedas a sí mismo, dividiendo su atención en tres frentes: los puestos de mando del FBI, encabezados por un sudoroso Forest Withaker; la persecución a Cortez, que se dirige hacia la frontera a la velocidad de un misil, y -por fin- la acción loca que ocurre en el pueblecito de Sommerton, donde al fin y al cabo está la madre del cordero. Hay que esperar una hora para que El último desafío coja gas definitivamente... pero una vez que lo hace, cuando vence las innumerables lagunas de guión, el resultado es una delicia, al menos para todo aquel que quiera o sepa apreciarlo. Hilarante, violenta en un sentido cartoon, razonablemente espectacular y muy, muy bien filmada (pese a algún croma poco aparente y la poca originalidad desplegada por su director), la cinta del surcoreano es un cómic encarnado en imágenes de serie B que nunca mea, con perdón, fuera del tiesto, y que está poblada por personajes de lo más simpático.
Porque eso inspira, precisamente, la presencia cinematográfica Arnold Schwarzenegger, que despliega un arsenal de cañones pero también una suerte de cordialidad entrañable ideal para lo que, al fin y al cabo, es un híbrido macarra de western de serie B y violencia de cómic que, pese a su desarrollo ortopédico, no escatima guiños a obras mayores como Río Bravo o Solo ante el peligro (ambas están narradas en tiempo real) y tiene la gran inteligencia y dignidad de apoyar el despliegue un buen plantel de secundarios. En El último desafío el caballo negro es un Corvette de última generación, los bandidos son narcos mexicanos del otro lado de la frontera, y las caras secundarias parecen surgir del mismo desierto, como son Luis Guzman o un fugaz Harry Dean Stanton. Y sí: al final, Arnold le da una soberana paliza a Eduardo Noriega, un narcotraficante colombiano "que da mal nombre a los inmigrantes". El último desafío no es un filme que vayamos a recordar, pero es un pequeño y necesario gustazo.