En una escena muy avanzada de la amoral, friqui y delirante Dolor y Dinero, su director Michael Bay inserta el rótulo "esto sigue siendo una historia real" para acompañar la última ocurrencia de uno de sus cachas delincuentes (y cuya descripción, por cierto, mejor me ahorro en estas líneas). El denostado responsable de la trilogía Transformers, de la que ahora mismo está rodando su cuarta parte, acomete con este thriller criminal y cómico su proyecto más personal y ansiado, al menos, todo lo personal y ansiado que puede ser una película de Michael Bay. Pero sólo esto es ya más de lo que muchos creen. Con apenas 30 millones de dólares de presupuesto, que lucen como si fuera el doble o el triple, y carta blanca del estudio a la hora de retratar las andanzas de sus protagonistas (gracias a la lluvia de millones de su saga robótica), el realizador californiano reproduce el universo hortera de un grupo de macarras de extrarradio que se lanzan a una desastrosa carrera criminal.
Como todas las películas de Bay, Dolor y dinero está poblada por mujeres explosivas, tiroteos exuberantes y estereotipos raciales y sexuales... pero también por un sarcasmo, incorrección política y mala leche imposible de encontrar en el Hollywood reciente. Bay ha rodado a su manera, con ese estilo visual excesivo, nervioso e histérico que le caracteriza, un poema ciclado y extraño al sueño americano. Presentado, eso sí, a modo de puñetazo en su jeta y en toda su apoteosis escatológica.
Basada en un artículo del Miami New Times, Bay centra toda su atención en deshuesar minuciosamente la breve carrera criminal de estos tres descerebrados liderados, es un decir, por el ambicioso monitor de gimnasio Daniel Lugo (Mark Wahlberg), y ubicando la acción en el colorista pero despiadado Miami de mediados de los ochenta. Una localización que parece indisoluble de la fauna que puebla la película y que Bay parece comprender especialmente bien. Tras una presentación quizá demasiado extensa -la película es lo más parecido a una crónica periodística que ha filmado Bay en toda su carrera- lo que sigue es un retorcido y enfermo cuento (a)moral saturado de implantes de silicona, batidos de proteínas y balazos. En Dolor y dinero lo violento es motivo de chiste, lo hortera deviene tétrico, y el esteticismo de sus imágenes, que extirpa todo sentimentalismo y humanidad de sus personajes, confunde tanto como seduce.
Uno puede preguntarse si Michael Bay está personalmente en sus cabales, o si admira o condena las acciones de sus antihéroes. Probablemente la respuesta es un sí en ambos casos, lo que unido a la primera persona utilizada para narrar el filme, proporcionará a algunos la excusa perfecta para confundir su retorcida ambigüedad moral con incompetencia artística. Pero según transcurre Dolor y Dinero, cinta que como todas las de Bay dura demasiado (130 minutos), queda claro el dominio y entusiasmo del realizador sobre el material que maneja. A medida que el delito se extiende, y al igual que en Breaking Bad lo hace como una mancha -lo que, aquí sí, resulta representativo de sus verdaderos ideales y cualidades humanas-, Bay hace gala de un dominio narrativo inapelable, exponiendo las acciones de sus tres cachas con hasta media docena de narradores en off sin trastablillarse ni agotarse. Y además obtiene un par de interpretaciones excelentes: las de Dwayne Johnson, que ya es todo un actor, y el gran Ed Harris, el único referente moral de la historia. Todo ello desatando su brillante estilo visual incluso en la más anecdótica de las escenas, sin necesitar de tiroteos, explosiones o robots gigantes.
Dolor y Dinero es el verdadero testimonio de lo que es capaz de hacer Bay, el porqué sus admiradores vemos en él algo más que explosiones. Y sí, es una pasada.