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Confesiones de un cinépata

'Amador': retrato anónimo de una mujer al sol

Fernando León ha tratado de afrontar en Amador un cambio de registro importante. Pese a que el director de Familia y Los lunes al sol sigue tratando la supervivencia cotidiana de las clases más desfavorecidas y ubicando su punto de vista en la denuncia social pura y dura, la película apuesta por un tono y un estilo un tanto alejados de lo que son habituales en él.

Amador es un filme mucho más universal que las anteriores, más pausado y centrado en la plasmación de un cierto estado de ánimo, aunque es cierto que las habituales digresiones del realizador siguen apareciendo en el fondo de la cuestión. Hay que agradecer al cineasta madrileño ese cambio de formas y ese intento de evolucionar siendo fiel a sí mismo, aunque lamentablemente por el camino León ha perdido el habitual carisma de sus personajes y ese arrojo suyo a la hora de plasmar su punto de vista y los diálogos. Su habitual maniqueísmo social, disfrazado de comprensión al inmigrante, queda así amplificado en un filme construido casi exclusivamente en torno al ensimismamiento de su protagonista. Amador es una película que se quiere una metáfora sobre la dura supervivencia del expatriado, pero que en la que al final acaban pesando como una losa las limitaciones que León se auto impone durante el relato.

Y es que pese a conservar su habitual tino en la dirección de actores, la apuesta de León por potenciar los silencios, las rutinas y miradas de una excelente Magaly Solier, acaba resultando aburrida, eterna. León no consigue que acabemos de empatizar con el desamparo del personaje y se olvida de algunas de las posibilidades que ofrecía el relato, como esa relación entre el anciano y la joven protagonista que apenas se desarrolla durante el primer acto de la cinta. Pese a la buena labor de Celso Bugallo y Solier, León apenas presta atención a la dialéctica que ambos ofrecían, y dirige sus miras hacia una contemplativa y afectada reflexión salpicada aquí y allá por retazos de humor negro que no hacen sino potenciar la irregularidad y la imprecisión de un argumento alargado hasta la extenuación.

Amador quiere arriesgar, cosa que se agradece, pero León no consigue que participemos en el viaje y todo acaba siendo otra experiencia estética camuflada detrás de una excusa social, sólo que más aburrida que las anteriores.

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