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Juan Manuel González

'Todas somos Jane', la película sobre al aborto que no escandaliza a nadie

Todas somos Jane se estrena en cines españoles el 4 de agosto.

Todas somos Jane | Diamond Films

La llegada del streaming ha multiplicado -o hecho más notorias, por volumen- el número de películas inanes, ni particularmente cómicas ni demasiado dramáticas que se presentan ante los espectadores. Y casi a la vez, la ola de corrección política actual ha hecho lo propio con películas adscritas de un modo u otro a los movimientos culturales y sociales de última hornada que han tomado el discurso de Hollywood.

En este panorama se inserta como un guante Todas somos Jane, película que no logra destacar ni como drama de época ni como película de denuncia, que trata de vestir de reivindicativa la plantilla del dramedy al uso estadounidense y que malgasta sus armas, entre ellas un puñado de buenas actrices, en una película que solo llega a bienintencionada.

Ambientada en las revueltas sociales de 1968 y tratando sin disimulo de trazar paralelismos con el "cambio de corriente" -así dice Joy, la protagonista- de la cultura woke actual, Todas somos Jane hace lo posible por desacralizar un tema tabú a través de la historia de Joy, un ama de casa que trata de abortar por el grave riesgo para su salud que supone el feto, y que acaba trabajando en una clinica clandestina liderada por una misteriosa mujer.

La película cuenta su historia de manera funcional, eso sí, sin escandalizar a nadie ni molestarse un ápice en sumergirse en cuestión moral que resulte molesta a la plantilla de biopic "basado en hechos reales" más o menos normalizado. Como destinada a repasar una injusticia histórica y proponer un revisionismo del modelo de heroísmo anónimo estadounidense, Todas somos Jane solo hace bien la segunda de ellas, y si acaso lo hace de manera involuntaria, simplemente por méritos que le son ajenos.

No es cuestión de valorar la cuestión social del aborto sino la estética y narrativa: Todas somos Jane es una película ideal ara aquellos revolucionarios de salón que ahora lo son en redes sociales, una película absolutamente cómoda que entretiene de manera intrascendente, que adoptando la forma y el tono de una Magnolias de Acero, solo destaca por la fugaz presencia de una Sigourney Weaver capaz, sin duda, de aportar la gravedad y prestigio necesario a un filme que llama a tomar acción, pero que se saca a sí mismo la castañas del fuego a base de eslóganes de caducidad perentoria.

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