
La situación a la que se enfrenta el personaje de Kad Merad (Baron Noir, Bienvenidos al norte) en El triunfo tiene, efectivamente, algo de absurdo. Un actor frustrado devenido director de teatro, fracasado también en lo sentimental, encuentra el éxito representando la obra Esperando a Godot de Beckett con un grupo de presos. La película del también actor Emmanuel Courcol es una cándida fábula basada en hechos reales no exenta de cierta crudeza, aunque sea por su apariencia descarnada y naturalista puesta en escena.
El relato, articulado en el clásico esquema de películas inspiradoras con profesores de por medio (piensen en Mentes peligrosas, Sister Act u otros mil melodramas deportivos ‘useños’) se presenta como un reverso menos sentimental de aquellas. Sin llegar a la ingenuidad de equivalentes americanos, la película encaja perfectamente en ese molde comercial aportando un prisma de responsabilidad más netamente francés que hollywoodiense. En todo caso, los hechos reales acaecido a mediados de los 80 en Suecia marcan un camino muy definido para los responsables de Bienvenidos al norte y la película opta siempre por el lado luminoso de la experiencia.
Ganadora del premio a la mejor comedia en los Premios del Cine Europeo, El triunfo se beneficia de un reparto coral sin ansias de protagonismo, especialmente de Kad Merad, intérprete que hace de su aparente falta de refinamiento su mejor arma. La naturalidad del retrato de los presos -nunca llegamos a saber los crímenes que les llevaron a la cárcel, solo que son ineludiblemente culpables- y con la que el film pasa por encima de eventos muy convencionales se agradece el doble si pensamos en las posibles manipulaciones sentimentales que ofrecía, pero al tiempo desaprovecha la oportunidad de hacer un retrato moral a gran escala más allá de una premisa preparada para entretener. El triunfo está bien, podía estar mejor, pero pese a su conformismo el razonable buen rollo se agradece.