José Sacristán, Goya de Honor, ya no se levantará más a las 5 de la mañana
Es un hombre que quiere seguir trabajando: "¿Retirarme yo? Antes monja".
Le entregan el Goya de Honor de este año a José Sacristán. Un merecido homenaje que pondrá a sus compañeros en pie – estamos seguros – la noche del sábado en el Palacio de las Artes de Valencia. Con una filmografía que supera el centenar de películas; veinticinco estrenos teatrales y once series de televisión. A sus ochenta y cuatro años confiesa que se retira del cine "porque no quiero levantarme ya a las cinco de la mañana para irme a rodar. Prefiero seguir en las tablas". Se refiere a sus representaciones escénicas: la última, otra obra de quien fue buen amigo suyo, Miguel Delibes: Señora de rojo sobre fondo gris, que dio a conocer en 2018 y continúa en cartel por diversas capitales españolas. Es un hombre que quiere seguir trabajando: "¿Retirarme yo? Antes monja". Tras una sucesión de amores que terminaron mal o regular, ahora lleva cerca de quince años con su segunda esposa. Es curioso: siempre estuvo ligado a compañeras de profesión, salvo esos ligues ocasionales que tienen actores tan conocidos como él.
Natural de Chinchón, pueblo madrileño que ha sabido reconocer a su popular paisano, que se conoce tanto por sus ajos como por las veces que el actor lo ha nombrado, vivió una infancia amargada junto a su madre: el padre, por su pasado comunista, estuvo encarcelado unos años tras la guerra civil. Pepe no tuvo más remedio que arrimar el hombro para ayudar cuanto pudo en su modesto hogar: fue mecánico tornero, a los diecisiete años y ya en Madrid vendía libros de puerta en puerta, de los del entonces Círculo de Lectores. La "mili" en Melilla le sirvió para meditar su futuro. Trabajó en cuadros de aficionados y de ahí le surgió su obsesiva pulsión cinematográfica: soñaba con ser como Tyrone Power, un cotizado galán de las películas americanas de los años 40 y 50, padre de Romina, la que fuera esposa del cantante Al Bano.
José Sacristán fue en sus escarceos teatrales algo así como el Carpanta de los tebeos. Pasaba hambre: "Me comía el atrezzo al terminar cada función: el pollo de Calígula, las uvas de parra de El sombrero de tres picos, o las empanadas de El caballero de las espuelas de oro. Fue Pedro Masó el director y productor que le echó una mano, al contratarlo para su bautismo en la pantalla: un papelito en La familia y uno más, al lado del inmenso Alberto Closas. Y desde entonces, fue un no parar, aunque le pagaran poco. En el Festival de Mérida veraniego cobró sólo treinta duros, año 1964, por siete papeles en Julio César. Con Mariano Ozores rodó un montón de comedias muy taquilleras. Su suerte empezó a cambiar. Hasta conseguir un currículo extraordinario. Un actor genial, un tipo estupendo. No deja de elogiar en cualquier entrevista que le hacen a su admiradísimo Fernando Fernán-Gómez, al que incluso como director de tres películas, lo dirigió en una de ellas. Con quien reforzó una inalterable amistad cuando intervinieron en El viaje a ninguna parte. Ambos estaban sensacionales.
La vida sentimental de José Sacristán ha sido pródiga en sus relaciones con mujeres de su misma profesión. En su primera juventud, Pepe se casó muy enamorado, romántico, necesitado de estar junto a su primera novia de verdad, la actriz Isabel Medel. Tuvieron dos hijos: José Antonio, nacido en 1961, e Isabel, un año más tarde. Se dejaron. La inexperiencia, las ganas de Pepe de buscarse la vida a todas horas, truncaron aquel matrimonio. Y después fue reacio a pasar por la vicaría. Tanto es así que convivió con la francesa Liliane Méric sin papeles de por medio. La conoció rodando Los verde empieza en los Pirineos. Ella en un breve cometido. Una rubia mona, algo antipática por cierto, que lo conquistó. Fueron padres de una niña, Arnelle, en 1978. Ya José Sacristán empezaba a ser muy popular y aquel amor se fue enfriando. Ella se ganó luego la vida en una distribuidora internacional de cine.
Con el paso del tiempo hubo otras féminas que llegaron al corazón de Pepe, una de ellas la estupenda Mónica Randall. Formaron una pareja simpática, hasta que civilizadamente se dijeron adiós. Mila Ximénez fue su pareja un tiempo, pero de corto recorrido, aunque ella se sintió siempre muy bien al lado del de Chinchón. En una coproducción cinematográfica coincidió en el reparto con la opulenta Laura Antonelli (que fuera compañera de cama de Jean-Paul Belmondo, y que terminó su vida de mala manera). Aquel romance de Sacristán con ella no pasó de ser visto y no visto. En una época, desde luego, en la que Laura estaba de "toma pan y moja", como comprobé "in situ" cuando la entrevisté. Nos daba la impresión de que el excelente actor, un tiempo galán cómico y también actor dramático, no podía estar muy solo, así es que se emparejó con la actriz argentina Leonor Benedetto. Se fueron a vivir a las afueras de Madrid, a una casita campestre. Y hasta tuvieron otra en Buenos Aires, aprovechando el éxito que allí tuvo él cuando se estrenaron Asignatura pendiente y Solos en la madrugada. Aquella unión duró bastante, pero sin decidirse a celebrar boda alguna, renuente más él que ella, pero al fin y al cabo de mutuo acuerdo. Como todo tarde o temprano acaba y el fuego del amor termina apagándose, es lo que les sucedió.
Y más adelante, muy centrado desde luego en su profesión, José viviría otros encuentros amorosos sin tanta publicidad como los anteriores, hasta que llegó a su vida una encantadora colega suya, mucho más joven, Amparo Pascual, con la que sí decidió dar el paso y celebrar una boda civil. Fue en 2008. Desde entonces siguen pendientes el uno de la otra. Sin fisuras. Muy contentos. Como el año pasado lo fueron al enterarse de que a él le concedían el Premio Nacional de Cinematografía. Felicidad doble ahora que recibe el Goya de Honor. ¡Nuestra enhorabuena, amigo!
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