Tras muchos años atrapada en el "development hell" hollywoodiense llega a los cines Uncharted, adaptación de un legendario videojuego de Sony. Al servicio del actor del momento, el pizpireta Tom Holland, y con un culto a la saga creada para Playstation por Naughty Dog que perdura y aumenta mirando atentamente, la película que finalmente ha dirigido Ruben Fleischer (Bienvenidos a Zombieland, Venom) tiene que enfrentarse a un prejuicio ganado a pulso por decenas de adaptaciones previas: las películas basadas en videojuegos apestan.
Uncharted, película en la que efectivamente se percibe el mimo de sus responsables por respetar el producto original (los homenajes y guiños aparecen por doquier) no apesta pero tampoco brilla. La película posee virtudes aplastadas por un planteamiento un tanto genérico que la dirección de Fleischer no logra elevar. Hay secuencias animáticas en cualquiera de los videojuegos de Naughty Dog más cinematográficas que el planteamiento visual de Fleischer en sus escenas expositivas, y al principio son demasiadas. Si la saga Uncharted, el videojuego, era una narración interactiva que se acercaba sorprendentemente al cine, Uncharted, la película, palidece tímida frente a los hitos de su fuente original.
Afortunadamente, y una vez que la aventura se traslada a los subterráneos de Barcelona, en una secuencia que recuerda a la de Venecia de Indiana Jones y la última cruzada, esos inmensos problemas de dirección del filme no desaparecen pero quedan adecuadamente disimulados. La acción toma el protagonismo y la película encuentra su propio pie alternando escenas de acción, infiltración y exploración que remiten adecuadamente al trayecto vital del Nathan Drake digital, y Tom Holland y Mark Wahlberg (por si cabía alguna duda, lo mejor del film: ver el episodio final con el gato) el soporte necesario para desarrollar su particular química.
Hasta que eso ocurre, bien avanzados los cuarenta minutos del film, Fleischer es incapaz de puntuar, ensalzar o llevar más allá un guión que es solo una estructura, un planteamiento más o menos adecuado a medio camino entre La Búsqueda y Misión Imposible, más allá de impulsarlo a empujones a través del montaje. Aquí hay más conversaciones pasivas y estáticas de las que un filme como Uncharted puede permitirse.
Afortunadamente, Fleischer cuenta con dos actores conscientes de su propia imagen, o más bien tres: Antonio Banderas aprovecha, saborea cada plano que Fleischer le otorga, sabedor de que su papel está hasta cierto punto malgastado. Si solo Fleischer hubiera aprovechado las oportunidades de pasarlo bien como director en vez de mostrarse meramente funcional, Uncharted hubiera volado más alto.
Resulta un tanto triste que Uncharted necesite sacar toda la artillería digital para molar (el abordaje pirata en el aire riza el rizo y convence), pero el resultado sirve para dejar tranquilos a los seguidores del (excelente) videojuego.