Quién iba a decir que una película del alemán Roland Emmerich, especialista en odiseas de ciencia ficción y catástrofes, iba a resultar hasta refrescante. En tiempo de megafranquicias, universos compartidos y propiedades intelectuales, Moonfall es una aventura juguetona, entretenida, cuyo gigantismo (¡la luna cae sobre la tierra!) se amortigua con su espíritu de serie B, lindando con la Z, su evidente caradura y -sobre todo- su asumida obsolescencia, su brutal desconexión con toda agenda social cultivada en Hollywood y otras lindes. Es, en definitiva, una película absolutamente comercial pero que se distancia de todo el cine comercial que se hace ahora.
Moonfall, coproducida por un conglomerado chino, sigue a pies juntillas el esquema trazado por Emmerich en Independence Day y luego seguido por Godzilla, El día de mañana y 2012. En el prólogo, un inquietante y desconocido objeto cae en la luna y provoca la caída en desgracia de nuestro protagonista, el astronauta Brian Harper (Patrick Wilson, un actor casi tan fiable como el Lexus que Emmerich introduce con descaro a modo de "product placement"). Unos años después los fenómenos extraños comienzan a producirse, causando todo tipo de catástrofes planetarias: el satélite empieza a precipitarse e incluso alterar la gravedad terrestre, causando destrucción por doquier. En efecto, el Gobierno nos ha ocultado algo.
Moonfall demuestra que a Emmerich, de 66 años, el cuerpo todavía le pide fiesta. Al alemán, no obstante, cada vez le interesa menos -digámoslo así- el materialismo del género de catástrofes, todavía anclado a cierta realidad y cierto melodrama. El alemán factura aquí película más chiflada (y ha habido algunas), la que sublima ese sentimiento pulp, trash y sin prejuicios de sus anteriores filmes mientras su mirada de director bascula hacia los parámetros de la ciencia ficción más enloquecida. Ya desde el principio Moonfall sitúa a un teórico de la conspiración (John Bradley, de Juego de Tronos) como uno de los héroes improbables de la función, sin que el personaje parezca trasunto de nada más que aquellos entrañables tres "pistoleros solitarios" de Expediente X. Pero es su segunda mitad, aquella que sitúa a los tres protagonistas en el espacio, donde la película encuentra su propio ser, su propio tono.
Pese a una dignísimos veinte primeros minutos, Moonfall es un verdadero desastre narrativo durante su primera hora. No hay suspense, no hay grandes set-pieces de acción, pero tampoco hay geopolítica o cualquier asomo de aleccionar con el clásico prospecto de responsabilidad social al uso. Los intentos de crear un mínimo drama familiar que sustente a los protagonistas son eso, desdibujados intentos de algo. Pero cuando toca lanzar el primer tsunami y lanzar a los protagonistas al espacio, todo cobra la forma de un sano ejercicio de irresponsabilidad, con Emmerich demostrando que lo anterior era solo un mínimo sustento para montar una cuenta atrás y sumergirse en locas teorías conspiranoicas, facturando algunos planos de belleza impresionista gracias a su habitual planificación clásica, casi mesurada. Su película toma Abyss de James Cameron y Armageddon de Michael Bay por montera y las rebaja al nivel de Moontrap, aquella película de videoclub de Robert Dyke que protagonizaron Walter Koenig y Bruce Campbell. Obviamente, el director de Godzilla no es precisamente un mago del suspense, pero tampoco lo pretende. Y todo lector de Julio Verne debería vislumbrar (sino apreciar) su apuesta amorosa por el puro género.
Moonfall es a su modo una película de director, con Emmerich tratando de seguir haciendo lo suyo contra viento y marea. Con el propio Hollywood dando la espalda a los grandes espectáculos que todavía abrazaba en los noventa y que a él mismo le encumbraron, que exista un realizador que sigue haciendo como puede de las suyas, alternando "su" género con películas de acción bélicas y patrióticas con modestia pero suficientes resultados, resulta casi un ejercicio de rebeldía infantil. Y Moonfall, si se ve con ojos adecuados, es un espectáculo refrescante. Lo dicho: más Moonfall y menos No mires arriba.