La etiqueta de la comedia del año en Francia o "más de un millón de espectadores" en el país vecino es ya un género en sí mismo. Lo fue hace cuatro años Vuelta a casa de mi madre y, si los horrores pandémicos la han dejado, también aspira a ello la presente secuela Vuelta a casa de mi hija, película en la que la situación se invierte para que esta vez sea la madre de armas tomar interpretada por Josiane Balasko la que invada territorio ajeno.
La película de Éric Lavaine abunda en el costumbrismo sin pretensiones y existe solo para dar rienda suelta a Balasko (Felpudo Maldito) en el papel de madre y suegra fatal. La puesta en escena es televisiva a tope y ni intenta alejarse ni un ápice de lo que le ofrecería una sitcom de streaming más o menos elaborada, pero es justo reconocer que el conjunto resulta simpático y hasta eficaz, sin necesidad alguna de rebajar el humor a la altura del betún para cumplir objetivos.
Gags puntuales y gags bien desarrollados (como los de la telenovela y el mando a distancia, real como la vida misma) se compaginan con diálogos banales pero razonablemente bien escritos. Inspirarse en la pura realidad no tiene por qué abundar en lo desagradable y todo en la película transcurre sin que el espectador se sienta rebajado. Sí es cierto que las situaciones y la narrativa del filme se sustente sin disimulo en anécdotas, pero Lavaine parece consciente del material que maneja e incluso se vale de la breve duración del conjunto.
El resultado es una comedia amable y sin pretensiones (no hay ambición, gracias a Dios, de un lienzo social más allá de lo necesario) que, sin embargo, sabe conjugar lo mundano y simpático con una relativa elegancia, aunque el resultado jamás sea memorable.