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Juan Manuel González

Crítica: 'La Familia Bloom', con Naomi Watts y Andrew Lincoln

La Familia Bloom es un drama sin pretensiones que agrada pero no deja huella.

La Familia Bloom es un drama sin pretensiones que agrada pero no deja huella.
Naomi Watts en La familia Bloom | A Contracorriente

Después de El estornino de Melissa McCarthy y Netflix, la presencia de un pájaro como sustento metafórico de una trama dramática se repite este año en La Familia Bloom, un drama australiano basado en el best-seller del mismo nombre (obra de Cameron Bloom, uno de los personajes de la trama, y Bradley Trevor Greive) en el que se narra cómo una madre de familia, Sam (Naomi Watts) se adapta a su nueva condición de invalidez tras un trágico accidente.

La película presenta a Sam, condenada a no sentir nada de pecho para abajo, en ese momento en el que pueden pasar varias cosas: quizá vayamos a presenciar una variedad de Mar Adentro o bien una versión familiar de Intocable en un bungalow australiano. Y de la desoladora Amor, de Haneke, mejor ni hablamos. Claro que en ninguna de esas referencias había una urraca con Penguin, que parece reclamar un extraño e inesperado lugar en el grupo de los Bloom.

Aproximarse a La Familia Bloom requiere liberarse de cierta malicia y complejos intelectuales, lo que no equivale a defender el film a capa y espada. La película sí es mejor que El Estornino, en tanto no añade jarabe sobre capa de jarabe, y se muestra más medida con el melodrama. Y sí, también es mejor que un telefilm de sobremesa al uso, de esos que usted pueda presenciar en alguna cadena en abierto después de comer. La luz dorada con la que el director Glendyn Ivin impregna todo el largometraje hace agradable el trayecto, y el uso pero no abuso de imágenes preciosistas complementa a la perfección la digna interpretación de Naomi Watts.

Ahora, quien espere una honda reflexión sobre el sufrimiento y la superación humanas, o de la búsqueda de sentido y señales del universo, mejor que busque en otra parte. La Familia Bloom se conforma demasiado pronto con ser un amable drama familiar sustentado en una metáfora obvia, con notas de un realismo mágico no especialmente novedoso que, no obstante y desembarazados ya de racionalismos, resulta razonablemente eficaz. Ivin, probablemente ciñéndose a los dictados del libro y de la propia productora Naomi Watts, se limita a facturar un simpático relato de superación a través de tres o cuatro notas clave. Y eso es lo que la urraca entrega tanto a los protagonistas de la historia como a los espectadores.

La familia Bloom se estrena en cines el 10 de diciembre.

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