Crítica: 'Black Box', thriller francés sobre la investigación de un accidente aéreo
Black Box es un thriller tan entretenido y funcional como convencional. Claro que cuando te mantienen interesado eso importa poco.
¿Qué definía el cine comercial norteamericano de tiempos ya pretéritos? Muchas cosas, entre ellas un buen corpus de películas de género más o menos reconocible, con mayor o menor identidad o calidad, pero siempre con potencial comercial. Ahora que los tiempos cambian, thrillers psicológicos o conspirativos como es esta Black Box brillan casi por su ausencia, al menos en las salas de cine y no en las plataformas. O casi. En este diagnóstico rápido del estado de las cosas muchas veces olvidamos productos europeos que apuestan 1) por la competencia por encima de la originalidad, y 2) por su confianza en un espectador capaz de disfrutar con una película comercial que no necesita más oropeles que su historia, no los oropeles críticos ni una omnipresente campaña publicitaria.
Black Box, thriller francés de investigación sobre las causas de un accidente aéreo, es una de esas películas. Dirigida con buen pulso por Yann Gozlan (El hombre perfecto, Burn Out), la película cuenta cómo un joven pero brillante experto en cajas negras de la BEA, la agencia de investigación de aviación civil francesa, se enfrenta al dilema de su vida: el accidente de un vuelo comercial Dubái-París podría no haber sido un accidente… ni un atentado terrorista.
El eficaz guión de Black Box tiene episodios de menor interés que coinciden con la debacle personal del protagonista, pero cuando éste se centra en las pesquisas de Mathieu (Pierre Niney) , que es la mayoría del tiempo de sus dos horas de duración, suele ser muy bueno. Lo mejor es la sensibilidad terrorífica con la que Gozlan filma las revelaciones culminantes así como los pálpitos de Mathieu: la apertura de la caja negra parece una autopsia; los sonidos de la caja negra parecen psicofonías, sonidos de ultratumba en un marasmo auditivo indistinguible; y los razonamientos del chico, una mente maravillosa en lo suyo pero más bien ingenuo en sus relaciones sociales, cobran la entidad de una alucinación siniestra en la que el protagonista se sitúa en el momento de los (posibles) hechos, como una proyección astral de James Wan.
Esta sensibilidad sobrenatural en lo que, por otra parte, es una convencional y eficiente intriga conspirativa muy bien filmada que bien podría haber adaptado un gran estudio de cierta novela de Michael Crichton, Punto Crítico. Lejos de conformarse con los restos de los americanos, Black Box mantiene al espectador interesado pese a lo típico de sus conclusiones y puede presumir de un protagonista sólido. El rigor de la puesta en escena, y su desarrollo desprovisto de sensiblerías (en algo se tenía que notar el toque galo) remata un producto muy recomendable.
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