¡Cómo han destrozado a James Bond!
'Sin tiempo para morir' es insufrible de puro políticamente correcta.
Como añejo aficionado a las películas de James Bond, acudí con muchas ganas a ver Sin tiempo para morir, de tan reciente estreno. Y con muchas ganas a pesar de que Daniel Craig me parece el peor de los actores que han hecho el papel de 007. Inexpresivo y burdo en el actuar, Craig de pinta más parece un obrero eslavo ordinario o un redneck de Alabama que esa distinguida, despiadada, sofisticada y cínica mezcla de espía, aventurero y playboy inglés que es Bond. Le comparas con Sean Connery, Roger Moore o Pierce Brosnan y lloras. Hasta los desangelados y fugaces George Lazenby y Timothy Dalton están a años luz de Craig, que es lo menos convincente del mundo como hombre elegante. Tampoco ninguna de las películas de Craig habían resultado gran cosa en cuanto a trama y entretenimiento. Pero, como la esperanza es lo último que se pierde, de curioso masoquista fui al cine.
¡Salí indignado! ¡Sin tiempo para morir es pésima! ¡Más mala que soplarse un discurso de Pedro Sánchez en verano y sin aire acondicionado! La película es insufrible por lo políticamente correcta. Han castrado y desnaturalizado al personaje. Bond ya no es ese frío mujeriego cínico de siempre sino un sujetillo tierno y sentimentaloide. La coprotagonista no es la típica Bond girl despampanante sino una muchacha del montón y poco sexy, que te la podrías encontrar en una estación del metro y no la mirarías dos veces. La otra fémina que aparece es la mucho más guapa Ana de Armas, con la cual Bond no tiene ni un beso y que además apenas sale un ratito. Tampoco ves la cantidad de chicas lindas de antes. El villano es un desastre, un tipo feúcho que siempre mira de costado como los caballos, tiene unos parlamentos carentes de ingenio, no es nada elegante, maneja unas venganzas infantiles y nos viene con un plan diabólico de destrucción masiva que es de risa. Le comparas con el Dr. No, Goldfinger, los Blofelds de antes (Donald Pleasance, Telly Zavala, Charles Gray), Emilio Largo, Drax, Zorin o Kananga y lloras. ¡Hasta Pablo Iglesias sería un mejor Bond villain! Su cómplice, el científico loco de turno, se pasa de imbécil cuando habla, mientras que su tuerto matón con peinado de futbolista nos hace suspirar por el silente, eficiente y letal asiático de sombrero hongo de Golfinger. M se ha vuelto un burócrata inútil y predecible, mientras que Q es un millennial nerd sin la menor gracia y sin gadgets ingeniosos. Se abusa de las balaceras en desmedro de la trama: jamás había visto que Bond matase a más de cien tipos en una película. Y la mayor parte de esas bajas son tan intrascendentes y hormiguiles como los storm troopers de La guerra de las galaxias. Lo más curioso viene con la invasión políticamente correcta de afros que rodean a Bond en esos personajes de siempre que son claves, como la secretaria Moneypenny, su eterno amigo de la CIA Félix Leiter y su sucesora como nueva 007. ¡Se nota que han querido estar a la moda del Black Lives Matter, pero se les pasó la mano!
Lo peor de este Bond emasculado y tan descafeinado es ese final tan anti-Bond. 007 escoge morir cuando podía huir y queda clarísimo que quien será 007 en la próxima película será su compañera mujer y negra, escogida con esas características para satisfacer plenamente lo políticamente correcto.
Seguramente, con los tiempos confusos que corren, esta película será premiada y elogiada. Para mí, salvo el Aston Martin que aparece en ella, no vale ni un Martini agitado y no mezclado, como le gustaba al Bond de antes que tanto echo de menos.
Aldo Mariátegui, periodista hispano-peruano.
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