Free Guy, que presenta a Ryan Reynolds como un hombre común que descubre que es un secundario en un videojuego, presume de ser un título original en un momento de franquicias, cosa que es cierta. Pero también es una de esas obras que mezclan mil y una ideas de títulos anteriores (¿acaso hay alguna que no?): apunten las más obvias, la inalcanzable Matrix y las recientes y referenciales La Legopelícula y Ready Player One, pero sumen otras quizá no tan esperadas (e igual de interesantes) como Atrapado en el tiempo (Reynolds, o perdón, Guy, está condenado a repetir una y otra vez el mismo día), la también cómica Pleasantville (el videojuego es una versión 2.0 de esos barrios residenciales falsamente ideales) o, atención, la mismísima Estoy vivo de John Carpenter (la toma de conciencia de Guy tiene lugar… ¡poniéndose unas gafas!). Esta última quizá no tan deliberada.
Este aluvión no tiene la intención de criticar Free Guy, película dirigida por Shawn Levy, uno de los creadores de Stranger Things y director de las tres Noche en el museo, o al menos no la hiere fatalmente. En realidad sirve para subrayar que, pese a todo ello, a su en ocasiones molesta necesidad de explicarse demasiado a sí misma (no sea que alguien no lo entienda) y su casi inevitable deriva a un territorio políticamente correcto, verde y a la vez blanco (cuando la película tenía todo encarrilado para resultar verdaderamente rebelde), la obra de Levy funciona y hasta destaca en un panorama de películas veraniegas verdaderamente triste, el de este 2021.
El filme, concebido como vehículo para que Reynolds demuestre sus aptitudes como héroe apto para todos los públicos, funciona gracias a la evidente capacidad del actor para ganarse las simpatías de todo el mundo. Pero Levy, o mejor dicho, su guión, tienen la suma inteligencia de articular dos tramas complementarias y estimulantes con suma eficacia. Por un lado tenemos a Guy (o, más bien, "tío", nótese el juego de palabras del título original: liberad al tío) tomando conciencia de sí mismo y su verdad, cual Hal 9000; y por otro una inesperada narrativa de espionaje industrial que añade color, variedad y de paso sostiene la verdadera reflexión sobre el medio que contiene la película más allá de sus evidentes referencia a Fortnite, videojuegos y películas conocidas que componen la falsa realidad de Guy.
Al final, la película es como una gran obra teatral griega sobre los grandes temas de siempre: el nuevo teatro de máscaras (o avatares), la utopía (digital) y la realidad y sí, el propio arte, representado ahora en esa megalópolis digital de ceros y una derivada a su vez de un fracaso, de una copia de copia. Levy milagrosamente lo plasma todo con trazo grueso, pero con trazo al fin y al cabo, aunque encarrile la película a un territorio familiar, conciliador, quizá porque tampoco había necesidad de hacer lo contrario.
Molestan los arrebatos "mindfulness" de esta película de acción y comedia por lo demás brillante, verborreica y repleta hasta la bandera no solo de los cameos y referencias que la campaña publicitaria no se cansa en prometer, sino de metáforas de interés sobre la relación entre la ficción y la realidad y cómo el delicado velo entre ambos cae, y la verdad surge, a partir de precisamente contemplarnos en esos espejos y reflejos donde se mira Guy. Incluso su cansino elemento romántico en realidad versa, finalmente, sobre los peligros (y maravillas) de enamorarse de nuestras creaciones y productos ficcionales… y ojo, en ver cómo el verdadero amor surge al final. Apuntemos, porque es importante, la estupenda presencia de Joe Keery, la verdadera revelación actoral de Stranger Things, lo insoportable que vuelve a ser Taika Waititi y, en definitiva, aplaudir a Free Guy como, quizá, una de las mejores películas americanas del año. Pese a que cede ocasionalmente a ciertos intentos de psicología social "flower power", en el que una masa dominada se enfrenta a una minoría dominante (esa vergonzante escena de Guy "dirigiendo" a los demás avatares contra los privilegiados) incluso en eso la película de Levy al menos resulta representativa de algo. Un inesperado y merecidísimo notable alto.