Dudo que el tiempo haya convertido en clásico del cine a Spirit. El corcel indomable, película de animación de Dreamworks que, al menos, intentó aportar un estilo distinto al chistoso cine de animación de la compañía con un relato de aventuras clásico, elaborado con dibujos y no por ordenador, en el que destacaba una poderosísima banda sonora de Hans Zimmer con canciones de Bryan Adams. La aquí presente Spirit. Indomable es la tardía ¿secuela? ¿reboot? de ese original de 2002, un filme que, en realidad, sigue más los pasos de la serie animada Cabalgando Libre, esto es: protagonismo humano y no caballuno y técnica de animación por ordenador, en vez de dibujos animados.
Nada de esto debería de por sí significar algo particularmente malo para la película, pero lo cierto es que Spirit. Indomable, que toma los mimbres de un pobre sucedáneo de Liberad a Willy, no hereda nada del carisma de la anterior. El filme hereda la ambientación de western pero desaprovecha las posibilidades de erigirse en otro cuento sobre las raíces de Estados Unidos, extirpando todo simbolismo y el misterio de la figura del invencible Spirit. Todo queda aquí convertido en poco más que el capricho mundano de una niña que se supone desgarrada por el trauma de su madre pero reflejada como la Bratz protagonista de un filme (por supuesto, multirracial) pero exasperantemente blanco.
La bajada de nivel es evidente, pero Spirit. Indomable tampoco es un filme terrible. La factura visual no embriaga pero cumple y, al menos, no se abunda demasiado en reivindicaciones más o menos urgentes, como se daba a entrever. Una película apta para todos y funcional para regresar al cine, sin ninguna poesía o épica, que al menos llama a recuperar el original.