Crítica: 'Mortal Kombat', la nueva adaptación al cine del violento videojuego
Mortal Kombat rehace para el cine la mitología del famoso videojuego que sigue dando guerra después de tantos años.
Seguro que algunos se acuerdan de cómo la tragaperras Mortal Kombat, nacida a rebufo del legendario Street Fighter solo que sustituyendo sus paródicos cartoons sociopolíticos por siniestras criaturas fantásticas, causó un soberano escándalo entre las asociaciones de padres los noventa. Un videojuego de lucha plagado de descuartizamientos, litros de sangre y personajes precariamente digitalizados en pos de un realismo mitigado por su sórdida e inagotable imaginación fantástica que forma parte de la educación sentimental de muchos jugones. Dudo que la adaptación al cine que precede a esta, la de Paul W.S. Anderson (que, por cierto, tiene en cartel la entretenida Monster Hunter), que tuvo alguna secuela aún más videoclubera que la anterior, sea la película favorita de alguien, por lo que sospechar que esta nueva versión cinematográfica producida por James Wan y promocionada como más violenta, cara y similar al videojuego pueda suponer una herejía para nadie queda descartado.
La película de Simon McBurney adolece de un argumento sólido y como las anteriores, se sumerge en el "camp" digital con hechuras, eso sí, de franquicia de superhéroes contemporánea. Da la impresión de que la película se tropieza consigo misma en diversas ocasiones, con demasiados personajes y mitología encapsulada, pero cabe reconocerle otras virtudes, entre ellas su constante sentido del humor, su hábil mejunje de ideas de la saga Terminator (en su primera mitad, la mejor) y Escuadrón Suicida (la preparación de un grupo de campeones imposibles) y la saludable mezcla de sangre, terror más bien festivo y fantasía de videojuego en forma de "exploit" del cine de contemporáneo de superhéroes con la serie Z de karatekas.
En efecto, Mortal Kombat no se toma en serio a sí misma y eso juega a su favor la mayoría del marrullero metraje, aunque uno desearía algo más de preparación en esas escenas de transición (rodadas con turbador desinterés) y más confianza en ese aire aventurero clásico que parece que va a reforzar el hilo narrativo en su segundo acto para luego desaparecer en la sala de montaje. El lío mitológico en la película de McBurney es notable, pero francamente, a quién le importa en este pequeño espectáculo macarra que no quiere molestar a nadie y solo pide a nostálgicos y jugones de la Play que regresen por una tarde al cine.
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