Nación Cautiva es una actualización de la metáfora política que anidaba en las películas de ciencia ficción de los 50 para los esquivos, líquidos tiempos actuales, tanto o más paranoicos en lo sociopolítico como en aquella mítica Edad de Oro del cine de género . Rodada por su director, Rupert Wyatt (El origen del planeta de los simios) como si de Paul Greengrass se tratase, esta historia de invasiones extraterrestres se presenta como la meticulosa crónica de un último y definitivo intento de la resistencia humana contra el dominio de una especie extraterrestre dispuesta a explotar los recursos del planeta.
Centrada absolutamente en la historia más que en los personajes, que Wyatt y el guión manejan con frialdad extrema como meras fichas de dominó hacia un desenlace lógico, Nación Cautiva es un plato un tanto arisco, de difícil digestión para el espectador en busca de fiesta. No hay épica alguna en el relato de los últimos estertores de la resistencia humana narrada en clave de relato de espionaje de la Guerra Fría, como tampoco episodios o subtramas sentimentales que ayuden a deglutir un relato sobre las nuevas y modernas formas de esclavismo y tiranía. En la película de Wyatt, los habitantes del planeta siguen (de momento) gozando de todo aquello que necesitan, solo que con todas sus libertades reales recortadas y en un contexto de vigilancia extrema.
Hay que reconocer la habilidad y, sobre todo, la decisión de Wyatt a la hora de manejar los resortes de una historia familiar pero un tanto confusa, porque confusas son las cloacas de un enfrentamiento en el que las autoridades políticas colaboran con las extraterrestres para someter a una nación derrotada. Hay escenas tremendamente inquietantes, como todos los prolegómenos al atentado en el estadio (ese eco de la nave espacial, que nace como un rumor que se mezcla con el himno americano) o esa operación a cuello abierto para remover un dispositivo de seguimiento, de una crudeza y claridad meridianas. Pero el grueso del relato se maneja como un ejercicio de suspense sombrío y meritorio, aunque en ocasiones demasiado sobrio.
La apuesta, no obstante, está clara pese a su desigual resultado. Wyatt está cogiendo las escenas típicas de la ciencia ficción de serie B y dándoles un baño de realismo documental notable que enfatiza la metáfora sociopolítica, pero que no da la lata al espectador con moralismos o concesiones sentimentales. Se beneficia de la actuación de un noble John Goodman alejado también de su habitual arquetipo bonachón, aunque se le olvida incluir alguna que otra recompensa final al espectador, alguna suerte de colofón liberador que ciertamente hubiera mejorado un resultado interesante.