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Crítica: 'Cuestión de Justicia', con Michael B. Jordan y Jamie Foxx

Hay series que son como películas, y películas como Cuestión de Justicia que se conforman en ser como series.

Hay series que son como películas, y películas como Cuestión de Justicia que se conforman en ser como series.
Michael B. Jordan y Jamie Foxx en Cuestión de Justicia | Warner Bros

Durante la proyección de Cuestión de Justicia un servidor no podía dejar de pensar en las producciones basadas en novelas de John Grisham que tantos dólares y ríos de tinta hicieron circular en los noventa. Películas todas ellas efectistas pero efectivas como Tiempo de Matar, El informe pelícano o La Tapadera, cada una de ellas con sus particularidades, pero en los mejores casos dirigidas por profesionales consagrados como Joel Schumacher, Alan J. Pakula o Sidney Pollack. Y películas también rematadamente entretenidas, capaces de articular y vestir de espectáculo conceptos legales y/o sociales esquivos para el gran público, dándoles la relevancia que merecían.

Cuestión de Justicia, basada en la historia real del abogado Bryan Stevenson (Michael B. Jordan) y el condenado a muerte Walter McMillian (Jamie Foxx), es un voluntarioso ejemplo de cine judicial y de denuncia del racismo y la pena de muerte. Y carece absolutamente de esas características debido a la débil dirección de Destin Cretton, cuyo trabajo se aproxima visual y narrativamente al de una miniserie con ambición de pedigrí y etiqueta negra que a una película de gran presupuesto. Cuestión de Justicia quiere parecerse más a películas como Pena de Muerte de Tim Robbins que a Cadena Perpetua de Frank Darabont, (o incluso Arde Misssissippi de Alan Parker). Sí, Creton quiere hacer Spotlight, de Thomas McCarthy, pero no le sale. Y ese es su único pero enorme error…. un error de - perdonen el chiste - pena capital.

Estrenada en medio de una ola de conciencia culpable en la industria de Hollywood, la película se deja ver porque la historia es interesante. Hay alguna secuencia poderosa, como aquella que sigue los pasos hasta la silla eléctrica de uno de los condenados (por supuesto, el más mermado física y psicológicamente). Los actores bien, en especial Jamie Foxx, pero la labor de Creton carece de poesía y sentimiento, de valentía para definir personajes y narrar dudas razonables, de modo que la secundaria Brie Larson e incluso el protagonista Michael B. Jordan se pierden en el abismo. No hay apenas contacto entre ambos protagonistas y todo el interés de Creton recae en retratar el entorno hostil, en lo legal y lo social, de la iniciativa de Stevenson para sacar a McMillan de la cárcel. Todo es convencional como carente de foco humano y misterio en una película abrumada por el compromiso de narrar hechos reales, que cede ante el peso de la Justicia. En su huida dela vulgaridad cae en territorio televisivo (algo que, efectivamente, no debería ser desmérito en sí mismo).

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