Parásitos, del director surcoreano Bong Joon-ho, acaba de ganar el Óscar a la mejor película. Nunca antes una cinta de habla no inglesa había conseguido el premio principal de la Academia de las Artes y las Ciencias de Estados Unidos, y buena parte de la crítica saluda entusiasmada la distinción a este violento alegato contra la desigualdad.
Vi Parásitos hace unas semanas, y me pareció una película efectista y poderosa desde el punto de vista visual, audiovisual si quieren, pero también una obra contradictoria y tramposa que cambia bruscamente de registro hacia el final y arruina todo lo conseguido hasta entonces.
Trataré de explicar por qué sin desvelar ningún elemento clave de la trama a quienes no la hayan visto y estén interesados en verla.
Parásitos cuenta la historia de una paupérrima familia surcoreana, los Kim, y su relación con los Park, una familia inmensamente rica de su misma ciudad a costa de la que pretende vivir.
Al menos para quien no sabe nada de la sociedad surcoreana, como es mi caso, las dos familias y el ambiente en el que viven están retratados con elocuencia y acierto, si bien con un énfasis grotesco que solo casa bien con géneros de comedia.
Y la película funciona mientras no pretende ser otra cosa que una comedia. Una comedia negra que celebra la picaresca y huye de juicios morales a los que no sobrevivirían los Kim, que consiguen ganarse la simpatía del espectador con su insolencia y su ingenio.
Pero todo se tuerce cuando Bong Joon-ho da un giro radical a la historia y la convierte en un juicio sumarísimo contra los ricos.
Para que el público le acompañe en su nuevo papel de fiscal implacable, el director muda en un cutis sensibilísimo de princesa milenial la piel de elefante que hacía posible hasta entonces regocijarse en el drama de las víctimas de los Kim.
Si antes nos animaba a reírnos sin culpa de los peores infortunios y padecimientos, ahora nos quiere compungidos ante una mínima afrenta al orgullo de nuestros héroes, que dejan de serlo al pasar súbitamente de buscavidas llenos de vitalidad y frescura a figuras patéticas, victimistas, ensimismadas y corroídas por el rencor.
Parásitos hubiera podido ser una buena comedia de humor negro, pero se estropea cuando impone, en nombre de un humanismo selectivo al servicio de la ideología, la severidad moral en el juicio al capitalismo que seguramente le ha dado el premio gordo de los Óscar.