Andrés Amorós, o cómo el cine sin música no es cine
El crítico acaba de publicar Tócala otra vez, Sam, un repaso erudito y entretenido a las mejores músicas de las películas más emblemáticas del cine.
Para un "enamorado del cine" cualquier excusa es buena para hablar de su pasión, más aún si además es un "enamorado de la música". Andrés Amorós es ambas cosas —así le definió ayer mismo Rosa Belmonte—, y por eso se ha permitido el lujo de publicar algunos de sus conocimientos; para ofrecérselos de buena fe a aquellas personas que comparten su misma "educación sentimental", y que tal vez pasaron como él largas tardes de juventud descubriendo escenas y bandas sonoras en las salas que trufaban su día a día.
Tócala otra vez, Sam (Fórcola) sólo tiene trampa en el título. Funciona como un guiño, o como una señal secreta con la que los entendidos pueden reconocerse. Es probablemente la frase más famosa que une música y cine de la historia, aunque en realidad nunca fue pronunciada durante el rodaje de Casablanca. Lo mismo da. En las páginas de la cuidadosa recopilación de Andrés Amorós "se superponen recuerdos, emociones y vivencias", como explicó ayer también Eduardo Torres-Dulce, durante la presentación de la obra. De esa forma, toda una hermandad de enamorados puede recrearse en el redescubrimiento de un pasado que fue siendo construido, sin que ellos lo supieran, por todas las películas que conformaron la historia de su generación.
Siguiendo con ese símil, si las escenas son los ladrillos de nuestra capilla sentimental, la música funciona como su cemento. Y por eso es necesaria esta recopilación. "Lo más bonito de la música de cine es que se incorpora a nosotros", explicó Amorós. "Uno ve una película nuevamente y ya tiene dentro la historia, a los actores, su música… Comienza a recordar dónde la vio por primera vez, y quién era entonces. Y todo eso forma parte del disfrute del cine". El mecanismo funciona de distintas formas, a veces gracias a la aportación de grandes genios que son capaces de "abrir nuevas perspectivas". "¿Quién no ha aprendido a apreciar cierta pieza musical gracias al acertado uso que hizo de ella Stanley Kubrick en alguna de sus películas?".
Pero de todas formas, y pese a lo que pueda parecer, este tampoco es un libro académico. "Andrés Amorós tiene la virtud de ser erudito y entretenido al mismo tiempo", le definió Belmonte. Su pretensión no era la de escribir una suerte de enciclopedia. "En los muchos manuales sobre música de cine que he leído", comentó él, "casi todos los autores se centran en si la música es diegética o extradiegética. Yo, en cambio, soy tan frívolo que siempre me he entretenido más conociendo los chismorreos y las anécdotas de los rodajes". Por eso, precisamente, Tócala otra vez, Sam es más bien un anecdotario que se va desprendiendo a través de diversas entradas que, sólo parcialmente, hablan de canciones y de compositores reconocidos.
"Pero aquí tampoco está todo", avisó el autor. "Falta de todo por todas partes. Aunque creo que sigue siendo un buen repaso, bastante completo". El libro está estructurado en tres partes: la primera dedicada a diez directores emblemáticos —"porque suelen ser más conocidos que los compositores"—, con especial mención a dos "binomios fundamentales: Nino Rota-Fellini y Morricone-Sergio Leone"; la segunda centrada en las grandes películas del oeste; y la tercera en las grandes cintas románticas". También presta especial atención a dos directores que, para él, "son los que más se han fijado siempre en la música": Kubrick y Visconti; y descubre a otros dos que llegaron a introducir piezas suyas en sus propias películas: Chaplin y Clint Eastwood. "Para mí", dijo Belmonte, "el libro ya sólo merece la pena por reivindicar Love Story y Los puentes de Madison. Aunque lo único que echo en falta es que Andrés canturree".
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