Manuel Tejada, de ascensorista en la Torre de Madrid a galán de cine y teatro
El interprete de El crack, Verano Azul o Cañas y Barro, ha fallecido este miércoles en Benidorm.
No han sido muchos los grandes actores españoles que hayan aunado su galanura, una gran voz, y capacidad para interpretar géneros diversos desde la comedia al drama. Con esas características destacó Manuel Tejada, que acaba de fallecer en Benidorm, donde residía desde hace unos años, ya retirado por una cruel enfermedad. Su vida privada la mantuvo cerrada a cal y canto, al punto de que es difícil encontrarlo en los archivos junto a su familia. Estaba casado, tenía dos hijos mas se opuso siempre, para protegerlos, a aparecer con ellos en cualquiera de las revistas del corazón.
Conocí a Manuel Tejada a mitad de los pasados años 60 de una manera singular. De vez en cuando lo encontraba en ruedas de prensa o presentaciones y cócteles relacionados con el cine. Se "colaba" literalmente en ellos. Se lo pregunté una vez y me contó que le interesaba la labor de los periodistas y que él mismo no había desterrado aún de su cabeza la idea de dedicarse a nuestra profesión. Sin embargo, ya llevaba desde finales de los 50 viviendo en Madrid con la ilusión de dedicarse al cine. Me dijo que era de Linares: en realidad de un pueblecito cercano de la sierra del Segura, Puente de Génave, donde nació el 18 de julio de 1940.
Quería ser arquitecto, llegó a la capital de España e inició sus estudios, pero a poco los abandonó. Hijo de una familia de clase media cuando sus padres se enteraron de esa decisión, así es que dejaron de mandarle dinero. Entonces él se procuró algunos trabajos para ir sobreviviendo, uno de ellos el de ascensorista en el edificio de la Torre de Madrid. Contaba lo feliz que era cuando abría las puertas a la llegada de algunos actores famosos, que se hospedaban en el hotel o en algunos apartamentos, entre ellos Charlton Heston o Sofía Loren, quienes además eran dadivosos con aquel mozalbete de dieciocho años que era Manuel y le daban de propina unos dólares. El sueño de ser algún día colega de ellos no dejaba de rondarle por la cabeza. Aunque tenía una duda: ¿podría él, con acento andaluz, ser actor en situaciones donde era preciso pronunciar un perfecto castellano? Me confiaría que hizo todo lo posible por lograr eso último, con arduos ensayos. Recordamos ambos el caso del tartamudo Demóstenes llevándose a la boca unas piedrecitas.
Su primer contacto con un estudio de rodaje fue en 1960. El padre de uno de sus amigos era jefe de producción y él le proporcionó su debut en una película titulada Viva la soldadera. La segunda de ese mismo año fue Canción de juventud, donde Manuel formaba parte de la pandilla de la protagonista, que era Rocío Dúrcal.
Con ella inició una bonita amistad, y luego también con Marisol, gracias a "La nueva Cenicienta". En esos filmes el jiennense apenas tenía que articular unas pocas frases. Con el paso de los años sus parlamentos ya fueron alargándose, aunque apenas tuviera papeles protagonistas, como sí ocurrió en el teatro donde logró excelentes interpretaciones, o en la televisión, que fue la que le proporcionó gran popularidad. De su filmografía recordaba que fue "amante" de Sara Montiel en la última película de la estrella manchega, Cinco almohadas para una noche, de 1974.
La empatía entre ambos, sin llegar a mayores, le permitía salir con ella muchas noches, a cenar, de fiesta. Aunque únicamente en calidad de acompañante. Así se lo pidió ella y él aceptaba muy complacido. Todo porque el novio que entonces tenía, Pepe Tous, no deseaba que se conociera su relación con Saritísima, pendiente de romper con la mallorquina con quien iba a casarse y que finalmente abandonó para unirse a la protagonista de El último cuplé.
En ese apartado del cine, Manuel Tejada dejó su impronta de magnífico actor cuando se lo permitían los guíones que le llegaban. Fue el caso de El crack, año 1981, oportunidad que le brindó José Luis Garci con un personaje ligado con determinada trama mafiosa, que le permitió viajar a Nueva York junto a Alfredo Landa. Con el que en una escena en el restaurante del edificio madrileño de Torres Blancas, el desaparecido Ruperto de Nola, cinco tenedores, según me contaba rodada a las siete de la mañana, tenía que compartir un almuerzo. A esa hora, me contaba Tejada, se le ocurrió pedir al responsable de producción de la película que le sirvieran una docena de ostras de Arcade. Y se las zampó ante la envidia del resto del equipo.
Gran trayectoria en teatro
Completando esta biografía artística de Manuel Tejada, insistimos en su mayor dimensión como actor teatral. Nuestra gran dramaturgo, Antonio Buero Vallejo, lo tuvo como uno de los actores que mejor interpretaron sus comedias dramáticas: El concierto de San Ovidio, La doble historia del doctor Valmy y Diálogo secreto. Fue protagonista, además, de otras importantes funciones: El jardín de los cerezos, El rinoceronte, El anzuelo de Fenisa, Eloísa está debajo de un almendro…, así, combinando obras clásicas y comedias, hasta concluir a partir de los años 90 en adelante con El rey Lear, Deseo bajo los olmos, El león en invierno y su adiós a la escena en 2010, ya al principio de la enfermedad que lo ha llevado a la tumba. De la pantalla se despediría ese mismo año con la película de Alex de la Iglesia, Balada triste de trompeta.
No hemos de silenciar sus apariciones televisivas, que tanta notoriedad le produjeron: Cañas y barro en el papel de Tono. Y el de Agustín, padre de Tito y Bea, personajes de la tantas veces repuesta serie Verano azul. Me contaba Manuel Tejada que en época de vacas flacas, es decir cuando no le llegaban otras propuestas, siempre tenía oportunidad de trabajar como actor de doblaje, gracias a la perfecta vocalización que demostraba. En ese cometido dobló las voces de Chritopher Lee, Hatt Hamlin y David Selby, aquel Richard Channing de la popular serie Falcon Crest.
Un bailón
No solía Manuel Tejada presumir de los premios que recibió. Cierta mañana recibí su llamada telefónica en la redacción donde yo trabajaba para pedirme un favor: me extrañó pues en el tiempo que duró nuestra amistad jamás me solicitó que diera a la publicidad nada referido a sus éxitos. Esa excepción fue porque estaba muy contento del galardón del que fue objeto en el Festival de Televisión de Montecarlo. Complací, por supuesto, su modesta petición. Y con él compartí algunas cenas y visitas a discotecas, porque era un bailón. Cierta velada lo llevé a un club de música cubana y se pasó media noche danzando al compás de los sones caribeños. De carácter, era de aspecto serio, con un humor solapado que disimulaba entre medias sonrisas. Muy reservado para contar cosas íntimas.
Conocí sus amores con la gran actriz Lola Herrera, con quienes coincidía en la discoteca Long-Play, en la entonces plaza de Vázquez de Mella, arrullados en algún rincón. También, invitados ellos y yo, como otros periodistas, en una travesía marítima entre Barcelona y Palma de Mallorca. Lola y Manuel formaban una pareja estupenda, en el teatro y en la vida cotidiana. Hasta que un día, él la dejó. Asunto que con suma elegancia contaba Lola en su autobiografía Me quedo con lo mejor. Sin citarlo en ninguna página, recordaba que su relación duró siete años, desde que él la besó intensamente en el escenario, porque así lo exigía la obra que estrenaron, de Lauro Olmo: English spoken.
Manuel se llevaba muy bien con los dos hijos que Lola Herrera había tenido con Daniel Dicenta, del que estaba separada y luego divorciada. Pero Manuel vivía en su casa y Lola en la suya. Podían verse tranquilamente en la vivienda de él para amarse. Vivieron una aventura en París, adonde viajaron en coche, y a la vuelta por poco se matan en las proximidades de Burgos. Lola hacía algún tiempo que notaba extraño a su enamorado. Hasta que descubrió el pastel: "Me enteré por terceras personas, lo típico: … se fue con una rubia, veinte años menor que él, que encontró en una discoteca..." Me resisto a transcribir más detalles íntimos, pero publicada está esa historia.
Manuel Tejada, efectivamente, había conocido a una joven rubia, de espléndida figura, Angélica. La conocí, ya casados, en un viaje que hicimos a Zaragoza, invitados en la inauguración del Casino. Mujer radiante, muy alegre, con genio. Manuel fue muy feliz a su lado. Tuvieron dos hijos. Insisto en que el actor nunca aceptó un reportaje con ellos. Yo nunca se lo pedí, y quizás lo hubiera conseguido. Respeté ese deseo de intimidad que siempre le caracterizó. Porque en el fondo yo creo que era algo tímido, desde luego repito que reservado. Era ese lado menos conocido de un gran actor, que desgraciadamente se nos acaba de marchar para siempre.
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