La nueva Los Ángeles de Charlie existe por dos razones legítimas, al menos dentro del natural devenir de la industria y la cultura popular. Pero también, dentro de su relativa inocencia, terriblemente interesadas. En primer lugar, aprovechar una propiedad intelectual que, a tenor de estudios comerciales (fallidos con total seguridad, a tenor del tremendo fracaso de la película) podría seguir resultando rentable con ciertos ajustes aquí y allí por la familiaridad que genera el concepto. En segundo, rehabilitar para los nuevos tiempos una franquicia protagonizada por mujeres, ahora que el feminismo se ha convertido en un nuevo motivo cultural, en una pose, más allá del significado o no que acarree el término. Adaptar y rehabilitar una idea de acuerdo a los nuevos postulados, si ustedes quieren.
Guste o no, así es como funcionan las cosas en Hollywood. Y guste o no, con películas tan feas y mal rematadas como la firmada aquí por Elizabeth Banks, podría tratarse de una mentira con las patas muy cortas. Solo necesitamos llegar a uno de los avatares finales de la película, en el que la directora, guionista y protagonista golpea en la cara a un famoso actor octogenario, para observar la estúpida incoherencia de una película que trata de resultar divertida sin tener un solo gag a lo largo de sus eternos 118 minutos. La idea es representar cómo las mujeres heredan el lugar del opresor hombre blanco, sin más ironía o matiz, y la única manera de lograrlo que tiene Banks es extirpar cualquier asomo de interés en la caracterización de los personajes masculinos (y aquí nos referimos al monólogo inicial de Kristen Stewart, que dice justo lo contrario).
Claro que caer en tales adjetivos para una nadería como Los Ángeles de Charlie es algo simplemente exagerado. Lo peor al final es que estamos ante una película que parece hecha deprisa y corriendo, con Banks, directora, guionista y actriz dotada para otros géneros, mostrándose terriblemente despistada, saboteándose a sí misma sin saberlo, eliminando el kitsch con el que McG adornó sus dos carnavalescas películas (para así ironizar sobre una serie de televisión obsoleta) y sustituyéndolo por los mimbres narrativos de la franquicia Misión Imposible, uno de esos espectáculos supuestamente masculinos que además pretende tergiversar. Lo grave es que demuestra ser también una directora inadecuada para las escenas de acción, que se saldan todas ellas con confusión y desinterés (la persecución de coches posterior al rescate de Elena es una pura vergüenza) sin saber qué hacer tampoco con las demás, simples conversaciones estáticas filmadas sin interés y destinadas a hacer avanzar una trama carente de humor o ironía. Lo mejor, o lo único bueno, es su trío de actrices principales, que no tienen culpa de nada, y especialmente una Kristen Stewart que sabe reírse de todo y, de esa manera, hacer que muchos nos tengamos que tragar las malas palabras que muchos le dedicamos por la saga Crepúsculo.