Hijo maltratado por un padre autoritario y sádico, graves disfunciones psíquicas, artista frustrado y despreciado por la Academia, organizador resentido de un movimiento terrorista. No, no estamos hablando de Arthur Fleck, alias Joker, sino de Adolf Hitler, alias Wolf. Fanático amante del arte que prefería pasar hambre a perderse una ópera en la Wiener Staatsoper, Hitler fue modelando su carácter demente y violento en una sociedad en la que algunos trabajadores se radicalizaban ante las desigualdades sociales, echándose en brazos de las alternativas que pretendían destruir la democracia liberal (vulgata marxista: "sociedad burguesa") para empezar de cero lo que debía ser una utopía de paz y amor construida sobre los cimientos de la igualdad de resultados al precio, eso sí, de colgar al último de los empresarios con las tripas del último sacerdote.
El Joker de Todd Phillips puede ser visto como una versión posmoderna de las desventuras y tribulaciones de Hitler por la Viena de principios de siglo XX, donde el proletario artista del hambre seguramente vislumbró alguna vez desde su localidad barata en el gallinero de la ópera a la espectacular, aristocrática y multimillonaria familia Wittgenstein, en la que destacaba el patriarca Karl y sus prodigiosos hijos Paul, el pianista manco, y Ludwig, el ingeniero de misiles que se pasó a la filosofía porque Bertrand Russell le aseguró que no era un perfecto imbécil. Dice el psicólogo Jonathan Haidt que quiere que sus hijos lean Mi Lucha a pesar de que son judíos. O, mejor dicho, precisamente porque son judíos. Sin embargo, es más peligroso ver una película como Joker que leer el libro autobiográfico de Hitler porque los jóvenes tienen pocas defensas intelectuales contra la seducción del mal disfrazado de justicia, de la violencia maquillada estéticamente, de la maldad del personaje disimulada tras la gran interpretación de un actor tan prodigioso como Adolf Hitler, digo Joaquin Phoenix.
La Viena de Freud, Popper, Klimt, Hayek y el Círculo de Ídem era muy parecida a la Gotham de Bruce Wayne –el heredero multimillonario que llegaría a ser Batman como Ludwig Wittgenstein llegaría a convertirse en el caballero oscuro de la filosofía– y de Arthur Fleck, el pobre demente transmutado en el asesino en serie y terrorista Joker, un niño que ansía ser un comediante pero al que todo -capacidades, oportunidades y azar- conduce a ser un vulgar, doliente y criminal bufón. En la Cadena SER han visto la campaña terrorista del guasón asesino, bajo el lema "Kill the Rich", como una magnífica revolución "contra los ricos y los intereses de la burguesía", en la que los crímenes se justifican porque "ser antisistema no es malo". Joker es, según dicha interpretación, una víctima que se convierte en un villano que produce, a su vez, muchas más víctimas pero, como dirían los más cínicos del Pentágono, colaterales. Frente a la injusticia y la condescendencia reacciona con odio homicida.
En la senda de la izquierda pija de la cadena SER, Michael Moore, el activista cinematográfico de la extrema izquierda norteamericana, ha celebrado Joker comparando al payaso asesino con los dos estudiantes del instituto Columbine que masacraron a sus compañeros, presentando a todos ellos como damnificados del "sistema" con motivos para rebelarse y asesinar: lo estarían haciendo en defensa propia contra la opresión de los ricos y las corporaciones. Desde el punto de vista de la Cadena Ser y Michael Moore, la violencia "real" sería la subyacente al sistema, por lo que los verdugos tipo Joker o estudiantes de Columbine no serían en realidad sino víctimas. El mundo al revés. Escribe Moore:
¿La violencia en Joker? ¡Alto, deténganse! La mayoría de la violencia en la película es la que se comete contra el mismo Joker, una persona que necesita ayuda, alguien que trata de sobrevivir en una sociedad codiciosa. Su crimen es que no logra conseguir ayuda. Su crimen es que es el centro de un chiste en que los ricos y famosos se ríen de él.
Michael Moore justifica los asesinatos de Joker porque sería en legítima defensa propia contra el "Sistema". La izquierda nunca se cansa de justificar el terrorismo. Un detalle de los estudiantes asesinos de Columbine es que mataron a sus compañeros saltándose las clases de Filosofía ¡francesa! Me imagino el programa: Lacan, Derrida, Deleuze, Sartre, Althusser... Y luego le echan la culpa a los videojuegos, las armas y Marilyn Manson.
La reacción social que ha hecho que este asesino en serie se considere un asesino en serio nos debe alertar sobre varios peligros. En primer lugar, el poder de la empatía que nos lleva a identificarnos con las víctimas aunque estas se comporten como verdugos. La compasión hacia la víctima no tiene por qué ser extensible hacia todos sus actos ni implica que debamos justificar todas sus acciones. En segundo lugar, Platón nos advirtió del peligro de un arte, en este caso cinematográfico, que ofrece recetas fáciles a problemas complejos. Es revelador que se haya comparado al Joker con justicieros como el Travis de Taxi Driver o el enloquecido humorista de El rey de la comedia o enfermos mentales tratados de manera tan demagógica como pueril en Alguien voló sobre el nido del cuco.
El director de la película ha sido hábil contratando a Robert de Niro para un papel que podría haber hecho cualquiera, pero que le ha servido para subrayar la lectura anti-sistema que pretendía y por la que se ha despeñado la mayoría. Sin embargo, nadie menciona que un posible hermano en bastardía del Joker es el asesino pederasta interpretado por Peter Lorre en M, el vampiro de Dusseldorf de Fritz Lang. O que el Joker de Philips podría ser perfectamente la precuela de El triunfo de la voluntad, el documental con el que Riefenstahl encumbró cinematográficamente a Hitler. Y es que Joker hace surgir en gran parte de la sociedad los peores instintos de envidia y resentimiento social que forman el sustrato moral de los así llamados "social warriors", unos presuntos guerreros de la justicia social que en la película aparecen con máscaras de payaso pero cuya esencia es la uniformidad tribal y violenta que caracterizaba a los camisas pardas de Hitler. Lang retrató la persecución a un pederasta asesino que, finalmente, retaba al tribunal de los bajos fondos, formado por todo tipo de criminales, que lo juzgaba:
¿Acaso no tengo esa semilla maldita dentro de mí?
El director de Joker, y antes Resacón en Las Vegas, explica que no piensa hacer más comedias por la secta de los ofendidos, los inventores del "delito de odio", los de los "safe spaces", los "social warriors" y, en general, toda la izquierda feminista e identitaria. La irreverencia es fundamental en cierto tipo de humor, del humor negro al escatológico, como bien sabe Phillips que participó en el guión de Borat. Pero hace falta un público sofisticado, inteligente, abierto y, sobre todo, sin complejos de inferioridad ni traumas por tratar. En este sentido, el Joker de Joaquin Phoenix funciona como un test de Rorschach cinematográfico. Hay quien en en él a un psicópata, un rebelde, una víctima del Sistema, un resentido, un fracasado, un terrorista, un súper héroe, un súper villano, un humorista, un hombre roto... una mezcla de todo. Esa ambigüedad en la película, que es temáticamente multívoca, es uno de sus aciertos: deja la puerta abierta a una empatía moral con un personaje monstruoso. Como sucedía también con Hannibal Lecter, Humbert Humbert o Harry Lime: miserables a tiempo completo pero que resultan atractivos. Pero el atractivo no tiene por qué implicar necesariamente fascinación, enamoramiento ni, mucho menos, que retorzamos los hechos y las palabras para transformar a Hitler en un héroe alemán o al Joker en un campeón de los desheredados.
El peligro del arte complejo es que puede tener espectadores simplones. Que Joker sea una posible víctima no significa que no sea un miserable criminal. Es un asesino en serie que se convierte en terrorista porque su reacción ante la injusticia es el nihilismo violento y el resentimiento homicida. En Un mundo feliz de Huxley solo el dictador sabio, Mustafá Mond, lee a Shakespeare. El dramaturgo es peligroso porque sus altas dosis de violencia pueden ser malinterpretadas por analfabetos funcionales y justificadas por idiotas con ínfulas. El peligro no es Joker sino los "jokerianos". Por supuesto, podemos celebrar una película por sus valores estéticos, y Joker los tiene a raudales, al mismo tiempo que advertimos sus trampas sofistas, su farfullería política y su manipulación ideológica. No es película para niños pero tampoco para adultos cuya edad mental sea infantil.