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Juan Manuel González

Crítica: 'Noche de Bodas', con Samara Weaving

'Noche de Bodas' no aprovecha todo su potencial, pero es un cachondo y cáustico thriller de terror.

'Noche de Bodas' no aprovecha todo su potencial, pero es un cachondo y cáustico thriller de terror.

Hay películas aparentemente inofensivas, como esta Noche de Bodas, pero que las carga el diablo. No me entiendan mal: eso es precisamente lo que hace que este thriller cómico y de terror de Fox Searchlight, el estudio independiente de la Fox que ahora ha pasado a manos de Disney, algo moderadamente especial, capaz de sobresalir por encima de la oferta de cine de género para deleite del aficionado entendido éste solo como mero objeto de sustos y risas. Es por ello una pena que sus directores solo hayan entendido esos aspectos funcionales y hayan desaprovechado hasta cierto punto algunas de las oportunidades que ofrecía esta derivación de El malvado Zaroff, en la que un rico conde cazaba náufragos en su apartada isla, aunque el resultado esté francamente bien.

La película narra la siniestra y cómica noche de acoso y derribo a la que una elitista familia rica somete a la novia que acaba de casarse con el primogénito del grupo. Se basan en una antigua tradición que toma forma de juego, un juego del escondite que puede resultar mortal... Noche de Bodas acierta tanto en sus aspectos cosméticos, creando una reina del grito y heroína pensada como un regalo para fans del género, como en aquello que está más allá de lo visible. Lo primero viene de la mano de Samara Weaving, sobrina del recordado agente Smith de Matrix, que compone una novia con vestido y todo que, durante el transcurso de una noche enloquecida, va a cambiar ese ropaje simbólico de muñeca de porcelana por uno de guerrera enloquecida. La actriz es extraordinaria y aporta una expresividad y sentido del humor que impulsan la película por encima de la media. Pero es la cabeza visible de un film más vitriólico, y no tanto sobre la institución familiar como pudiera parecer, sino sobre todo por la pervivencia de los propios estamentos sociales a los que estos aristócratas sádicos pertenecen.

Todo en Noche de Bodas, nacida quizá a raíz del éxito de la célebre Déjame Salir de Jordan Peele pero cambiando lo racial por las jerarquías sociales, respira mala leche y ánimo juguetón. La persecución a la que los ricos someten a Grace se describe como una tradición que sirve para mostrar varias máscaras, las que nos ponemos para ignorar ese perverso juego social entendido casi como una superstición imposible de romper, pero que muestran la disposición de cada uno a seguir las reglas de un sistema que basa su supervivencia en una amenaza invisible. Hay uno que juega para ayudar a la chica; otro no quiere formar parte pero no se atreve a romper el círculo; alguno participa para no perder su estatus y otros aplauden con ganas el sacrificio de una desamparada salida de un orfanato... Pero es, ojo, en la foto que la película saca del servicio (esa clase baja que trabaja para los Le Domas y que resulta aún más mezquina, estúpida y vengativa) donde la película saca los dientes en su juego atroz. La caricatura del grupo se matiza y al fin de fiesta sangriento que nos proponen añadimos cierta caracterización y análisis.

Una pena, lo dicho, que la dirección de Matt Bettinelli-Olpin y Tyler Gillett sea tan sumamente pobre, al menos en lo estético. Un cúmulo de primeros planos que destacan la expresividad de Samara Weaving pero ocultan el suspense y los matices del escenario y que no acaban de componer set-pieces excesivamente cuidadas. Lo bueno es que la película es entretenidísima y que no empañan los puntos fuertes del guión, responsable de convertir Noche de Bodas en ese simpático, digno y competente entretenimiento que acaba siendo.

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