Por muy indeseable que resulte la figura de Harvey Weinstein, y creo que existe consenso al asegurar que efectivamente genera un profundo asco, la existencia de un documental como Untouchable genera varias dudas. La película de Ursula Macfarlane trata el acoso y abuso sexual del magnate del cine independiente al tiempo que retrata su ascenso al triunfo más absoluto resulta amena, sí, pero resulta evidente ha sido elaborado antes de que exista una sentencia judicial y cuando todavía siguen acumulándose las demandas en la mesa de sus abogados (el proceso judicial todavía está en marcha, pero ni siquiera parece relevante como para dedicarle un minuto).
En Untouchable, un título que al menos resulta sumamente entretenido para el espectador casual, se echan de menos muchas cosas. Para empezar, todo aquello que Peter Biskind abordó en su libro Sexo, Mentiras y Hollywood, uno de los volúmenes más importantes (pese a sus defectos) sobre el cine moderno y todo lo que se desprendía no tan entre líneas de su relato, la creación del imperio del cine independiente que revolucionó el cine de los 90 y lanzó a cineastas como Soderbergh y Tarantino (y destruyó otras tantas carreras por su tendencia a mutilar producciones: su apodo era "Harvey Manostijeras").
Cuando el documental narra la construcción de la mítica Miramax de Harvey Weinstein gana enteros, también cuando -ocasionalmente- cede a la obligación narrativa de realizar el retrato psicológico de un individuo de una ambición perversa, patológica. Hay ahí tanto sentido de la amenaza y suspense como cuando la película se sumerge en los testimonios de las mujeres abusadas o más. Por el camino hay algunos rasgos de creatividad visual, con Harvey representado simbólicamente como un inmenso todoterreno "flotando" por las calles de Nueva York, pero Untouchable prefiere ser un documental convencional basado en el testimonio a cámara, de los que muestran una mujer llorando sobre la imagen sobreimpresionada de un tipo que nos mira amenazante porque, efectivamente, ese tipo es un monstruo.
Atrás quedan retazos e implicaciones mucho menos efectistas y sensacionalistas y definitivamente más inquietantes, que condenan Untouchable al abismo de los documentales a la moda y de consumo rápido. Las ambiciones políticas de Weinstein, del partido demócrata y amigo personal de Clinton, afortunadamente cercenadas justo a tiempo; la creación de un imperio cinematográfico "indie" prontamente asumido por Disney (y su significado e influencia artística); la incuestionable brillantez de Weistein y la extraña relación con su hermano; incluso los evidentes abusos de un tipo violento capaz de tirar un cenicero a la cabeza de uno de sus empleados masculinos. Son todos hilos que Macfarlane trata por aparente obligación, simplemente para apoyar su tesis, porque sus intereses son más perentorios e inmediatos.
Untouchable, por tanto, se viste de una incuestionable trascendencia basándose en movimientos sociales recientes. La tiene, desde luego, como producto de los tiempos y porque el tema lo merece. Pero Macfarlane malgasta la oportunidad de hacer algo más completo con todos los temas que va tocando a lo largo de su metraje. Weinstein, productor de películas como El Paciente Inglés, Pulp Fiction o Shakespeare in Love, y visionario comprador de otras como La vida es bella o Cinema Paradiso, abusaba casi cualquier actriz que se cruzara en su camino, creando y valiéndose de toda una estructura que le protegió durante mucho tiempo de toda consecuencia. Su relato efectivamente es incómodo, terrorífico. Pero la inclusión de un periodista salvador, Ronan Farrow, que entra en escena al final para poner un broche feliz sin profundizar ni un minuto en los recursos de su investigación; la inclusión de un segmento de Wonder Woman para relatar el triunfo final de las mujeres... Son momentos que convierten en superficial y escasamente veraz la evidente y siniestra tragedia que narra.